Esto lo escribió en el número
1 de la Revista
de Estudios Andaluces, con el título “El reloj, el gato y Madagascar”, allá por
el año 1.983, muy lejos, todavía del 11M, pero que ya se le notaba por dónde
iba caminando.
En ese artículo (y voy a
detenerme en él, porque me ha gustado lo que dice y cómo lo dice), y
escribiendo de Sistemas Diferentes, expone la diferencia básica entre un reloj,
un gato y Madagascar.
Al primero lo podemos
desmontar y volverlo a montar, poniéndolo de nuevo en funcionamiento.
El gato también es
desmontable, por desgracia para él, pero si hacemos una disección completa, no
conseguiremos infundirle después nueva vida.
En cuanto a Madagascar (un
país, una colectividad humana), ni siquiera cabe hablar propiamente de
“desmontar”, y, en todo caso, no tendría esa palabra el mismo sentido que
antes.
Existen, por
tanto, estructuras diferentes (o, si se prefiere, sistemas: no es éste el lugar
para comparar ambos vocablos), agrupables por lo menos en estos tres tipos:
mecánico, biológico y social. La idea no es nueva, y tiene sus precedentes en
antiguas filosofías y en autores como Ramón Llull o los mismísimos sufíes.
Entonces, si
se acepta lo expuesto, la cuestión es ésta: ¿Está el relojero preparado para
comprender a Madagascar?
La respuesta,
claro, es negativa.
En cambio,
juzgo más fácil que el estudioso de Madagascar interprete correctamente el
reloj, aunque solo sea porque se usan relojes en Madagascar.
Pues bien, el
error de muchos economistas actuales consiste en entrenarse en relojería para
actuar sobre lo social, dando por hecho que Madagascar es interpretable según
el modelo del reloj.
Me refiero,
como es natural, a los economistas convencionales que, con su microeconomía
marginalista y su macroeconomía keynesiana a cuestas, ya se creen capacitados
para abordar, por ejemplo, los problemas del desarrollo económico.
Peor aún,
tales economistas incluso se ufanan de su preparación técnica, aunque
ciertamente el reloj puede explicarse con más precisión que Madagascar y a
ellos les llena de orgullo el rigor y la elegancia de sus análisis.
En otras
palabras, el error de estos economistas consiste en querer estudiar la realidad
social con instrumentos conceptuales únicamente aptos para analizar sistemas
mecánicos y, sólo en cierta medida, los biológicos.
El error tiene graves
consecuencias, sobre todo en cuanto se pasa del análisis estático al
indispensable estudio de procesos económicos, porque la diferencia evolutiva
separa profundamente los tres tipos de realidad usados aquí como ejemplos.
En efecto, el reloj no se
transforma a lo largo del tiempo; sus movimientos internos se repiten
monótonamente.
El gato sí se transforma,
pero es un proceso programado y cuyas líneas generales conocemos: nacimiento,
crecimiento, decadencia y muerte.
En cambio, las sociedades
varían de una manera imprevisible, porque se autotransforman.
Los humanos son hechura de la
sociedad en la que nacen, pero también creadores de lo que dejan.
Pensar que el desarrollo
social puede comprenderse reduciéndolo al funcionamiento mecánico del reloj o a
la trayectoria vital del gato es un desatino.
Aunque
todo lo anterior sea elemental y obvio, no es difícil comprender por qué las
universidades del mundo occidental más avanzado –en el Tercer Mundo abundan,
por suerte, las excepciones– siguen explicando una economía esencialmente
constituida por marginalismo y keynesianismo con aditamentos que no se toman
muy en serio.
Las
principales razones se condensan en dos.
La
primera es la atracción intelectual de los métodos matemáticos, que inspiran al
científico la confortable sensación de estar manejando verdades y descubriendo
otras mediante inatacables cadenas de razonamiento.
Se
cae así en una tentación de buena fe.
En
cambio, la segunda razón no es tan inocente.
El
éxito de esta ciencia convencional se debe –sépalo o no el economista
convencional– a que racionaliza y, aparentemente, legitima todo un sistema
social de mercado, beneficioso para los poderes establecidos.
Así
por ejemplo, se “demuestra” que el libre mercado conduce automáticamente a la
asignación óptima de recursos, lo cual no sería cierto ni en la hipótesis de la
competencia perfecta (nunca verificada en la realidad, ni verificable), pues,
según ha escrito alguien tan poco sospechoso de mis heterodoxias económicas
como Samuelson, el ajuste de la oferta y la demanda puede dar lugar a que los
ricos tengan leche para sus gatos, mientras los pobres no pueden comprarla para
sus hijos.
El
autor de este resumen es Nacho Escolar, que afirma que
“Estos días estoy en Atenas, participando en un seminario sobre Europa
al que las organizaciones Europanova y Friends of Europe invitan a 40 jóvenes líderes
europeos de distintos países para debatir sobre Europa.
Desde Atenas, la zona cero de la política de austeridad, el artículo de
Sampedro cobra un sentido nuevo.
Alguien pensó que Grecia se podía desmontar, como el reloj, y aplicaron
al país el tipo de vivisección que se le puede aplicar a un gato”.
Pero Grecia es una sociedad, no un gato, y menos un reloj.
Nadie sabe exactamente cómo
va a ser la economía del futuro, porque son muchas las posibles variables que
entran en la economía y, nunca, las sabremos.
Podremos predecir (y quizá
nos equivoquemos) alguna variable, como por ejemplo: la situación actual.
Y poder predecir que “si la
economía sigue esta tendencia que ahora lleva entonces….”?. Pero ¿Y si no?. ¿Y
si interviene otra variable, ventajosa o no ventajosa?. Entonces nuestra
predicción debe fallar.
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