EL ARTE.
Reconozco mi ignorancia, por
no decir analfabetismo profundo, respecto al arte moderno.
Asisto a una exposición en el Palacio del Obispo y me
encuentro: tres neumáticos de camión, gastados, puestos en el suelo, o un
montón de cristales medio amontonados, ocho regaderas viejas puestas en fila,
una mesa cortada por la mitad medio juntas las dos partes, un montón de recibos
de haber hecho la compra en Carrefour Los Patios,…y no sólo no me dicen nada,
es que me producen risa, contenida, eso sí, porque reconozco mi ignorancia y
seguramente a los artistas, no sólo a sus creadores, se les muestra y ellos
captan el mensaje profundo que a mí no me pasa.
Pero sí que me quedo sentado
y medio borracho en estética en el Museo del Prado, en las salas de Velázquez o
sentados en la Catedral
de León, cuando el sol enchufa en las vidrieras, o ante la escultura del Cristo
Yacente de Gregorio Fernández…
Pero veo algunas de las diez
obras destacadas de Joan Miró, como
“Mujer, pájaro y estrella”, “La botella de vino”, “Cabeza de un
campesino catalán”, “Hombre y mujer frente a un montón de excrementos”,…Y me
callo por respeto, contengo mi risa, no hago aspavientos y me bajo al bar.
Y soy consciente de que mucha
gente captará y verá aquello para lo que yo soy ciego.
“No se puede ser artista por elección.
Ahí sí hay algo con lo que se nace. Un pintor o un escritor pueden adquirir una
formación científica y destacar en ese campo, Un científico no puede “hacerse”
escritor o pintor, aunque pueda escribir o pintar”
En esta sentencia sí me
siento radiografiado: no nací artista aunque puedo escribir, sin ser novelista
(ahora estoy haciéndolo) y pintar cuatro garabatos en cualquier sitio.
Aunque sí sería capaz de
guardar los recibos de la compra de Mercadona (que valdrán igual que si fueran
de Carrefour –digo yo), serrar a la mitad la mesa del comedor (lo que no hago
si no quiero morir asesinado por mi mujer), rajar los neumáticos que acabo de
cambiar, y, cuando se me rompe un vaso procuro recogerlo y tirarlo a la basura,
porque no quiero dejarlo amontonado y, cuando llegue mi mujer, quedarme
extasiado diciéndole: “mira, cariño, arte moderno.
Ni soy, pues, artista ni soy
científico, sólo he sido un enseñante de ideas, un docente de conductas y un
juntaletras con lo que me entretiene, como ahora estoy haciéndolo.
“La ciencia y el arte: he aquí dos
mundos tan distintos, de los cuales el primero se impone hoy con más fuerza a
la mentalidad colectiva, deslumbrada por la velocidad de los adelantos técnicos
y por la trascendencia de las innovaciones que introducen en nuestras vidas
cotidianas.
Pero, aun siendo cierto ese peso de la
ciencia, perdería mucho el ser humano si dejase decaer su sensibilidad
artística y su goce del arte.
No en balde nuestro cerebro está
estructurado en dos hemisferios, uno de ellos más especializado en lo racional
y otro en lo intuitivo, aunque ambos estén estrechamente relacionados y no se
entienda lo dicho como dos funcionamientos exclusivos.
El arte, su práctica y disfrute nos
lleva a algo más que el mero conocimiento científico racional, pues nos ofrece
revelaciones y nos lleva hacia la sabiduría; es decir, a un conocer al mismo
tiempo que sentir, en una percepción total que nos integra fecundamente en el
cosmos al que pertenecemos”
Yo debo de tener uno de los
hemisferios más desarrollado que el otro. Disfruto, me complace, meter el
bisturí de la razón en todo lo que se menea, respetando a la persona pero
criticando sus ideas o sus obras.
He dicho “criticar”, que no
es pisotear, ni menospreciar, ni rechazar,… sino “clarificar”, “echar luz”,
“iluminar” con la luz de la razón y entonces loo todo lo loable y rechazo todo
lo rechazable.
Siempre “respetando” a las
personas por el simple y mero hechos de ser personas, seres dignos de respeto,
pero siendo “tolerante” con todo lo “tolerable” y siendo “intolerante” con lo
que se me presenta “intolerable”.
Esta predominancia, en mi
cerebro, de un hemisferio sobre el otro no sé si tiene el efecto de no ser
enteramente humano, un ser equilibrado.
“Lindando con la experiencia espiritual
de los místicos (si es que no se confunde con ellas), la admiración que
producen las grandes obras de arte nos lleva a las más altas cimas del espíritu
y nos proporciona vivencias de la mayor intensidad.
Sólo por eso tenemos que hermanar el
arte con la ciencia dentro de nuestro orbe cultural, para ser enteramente
humanos”
Quizá mi desequilibrio humano
sólo ocurra ente el llamado arte contemporáneo, porque yo he llorado ante el
Partenón, y me he extasiado ante las vidrieras catedralicias y ante las Meninas
de Velázquez, y me ha emocionado la majestuosidad y la armonía del David y del
Moisés de Miguel Ángel, y he disfrutado de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, y de los
escritos (de todos) los de Voltaire.
Quizá no sea consciente de mi
reduccionismo al dejar de lado todas las otras (que son las más)
manifestaciones artísticas por mi obsesión enfermiza de fijar la mirada sólo en
el arte contemporáneo.
“Seamos, pues, conscientes, del valor
trascendental de lo artístico y, para ello, démonos cuenta de que es un mundo
muy diferenciado cualitativamente del escenario de la ciencia (…)
La obra de arte es definitiva, no
rectificable (como cantó el poeta “no la toquéis ya más que así es la rosa”), a
diferencia de las teorías científicas, siempre provisionales hasta que un nuevo
descubrimiento las rectifique y sustituya”
Ésas son las desventajas y
las ventajas de la ciencia, si es que puede llamarse desventaja a su condición
temporal, histórica, con fecha de caducidad, aunque sin especificar, pero siempre
en el umbral de ser superada, porque eso mismo es la ventaja, que cada vez está
un poco más cerca de la verdad definitiva (que nunca va a serlo), porque
después del 99%, viene el 99,9%, y luego el 99,99 % y así de manera ilimitada,
sin llegar nunca al 100% (estoy refiriéndome a las Ciencias Empíricas o
Experimentales, no a las Ciencias Formales).
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