“Como he dicho en más de una ocasión,
hay, básicamente, dos clases de economistas: LOS QUE SE DEDICAN A HACER MÁS
RICOS A LOS RICOS Y LOS QUE NOS PREOCUPAMOS POR HACER MENOS POBRES A LOS
POBRES”
Frase frontispicia para la
posteridad y que siempre irá ligada, unida, al nombre de J.L. Sampedro.
Estamos acostumbrados a
llamar al Norte “ricos” y al Sur “pobres”, pero hay muchos pobres entre los
pocos ricos del Norte y algunos “ricos muy ricos” entre los muchos pobres del
Sur.
No todo es tan fácil. Los
puntos cardinales no son identificativos totalmente.
“No estoy muy seguro de que la economía
sea realmente una ciencia. Pero eso es otra historia”
ANECDOTARIO HISTÓRICO
A finales de la década de los
50 vino el Plan de Estabilización, en el que unos pocos economistas tuvimos un
papel decisivo.
Llegó un momento en que la
política económica seguida por el régimen había ido acabando con las reservas
de divisas y casi llegamos a estar en quiebra, lo que atrajo la atención de
expertos extranjeros del Fondo Monetario Internacional.
Hubo una persona que se dio
cuenta de la oportunidad.
Como pasa tantas veces, se
habla mucho más de otros, pero el verdadero artífice, digamos el detonador, fue
Juan Sardá.
Juan Sardá era un catedrático
de economía de antes de la guerra, de los que habían tenido que huir al exilio
y lograron retornar.
Aunque no logró ser repuesto
en la Universidad ,
sí consiguió un trabajo en el Banco de España y pudo hablar con estos señores
extranjeros.
Tuvo el buen criterio de
plantear la cuestión al Ministro de Hacienda y la suerte de que el Ministro
tuviera la sensatez de aceptar las cosas con realismo.
Se designó a un grupo de economistas
españoles, entre los que me encontraba, para sentarse a hablar con el grupo de
economistas del Banco Mundial y de la
OECE (Organización Europea de Cooperación Económica, fundada
originalmente a raíz del Plan Marshall de los americanos.
(…)
El Plan de Estabilización es,
sencillamente, la transformación de una economía que funcionaba con cien mil
cajas y sistemas especiales, en base a lo que llamaban la “autarquía”, en una
economía más civilizada, en la línea de lo que se hacía en Europa.
Cuando nos pusimos a estudiar
todas las medidas con la idea de unificación nos encontramos con auténticas
barbaridades.
Por ponerles un ejemplo:
existía una disposición en virtud de la cual la carne de caballo se reservaba
para las viudas y huérfanos de la guerra.
Increíble; aparte de que en
España no había costumbre de comer carne de caballo, la medida pudo tener algún
sentido en la inmediata posguerra, pero en el 57 era sencillamente un
disparate.
Otra disposición eximía a los
fabricantes de churros y patatas fritas al aire libre, en las ferias, de un
determinado artículo del reglamento regulador de la actividad. Y cuando
acudimos al reglamento mencionado nos encontramos que el artículo en cuestión
obligaba a tener salida de humos al exterior.
Evidentemente, el que fríe
los churros en la calle no necesita salida de humos al exterior.
Y así, todo.
Era demencial.
La peseta tenía treinta y
tantos cambios diferentes.
Según la mercancía que se
importara, elñ dólar valía una cantidad distinta: las anchoas en lata tenían un
cambio, pero enrolladas con una alcaparra dentro tenían otro.
Ríanse, ríanse, pero esto es
así.
Y había calado tanto en
algunas cabezas que un día, hablando con un alumno que terminaba la carrera y
buscaba trabajo, el chico me dice: “eso de los cambios especiales está muy
bien, ¿cómo se las arreglaban los españoles cuando la peseta tenía sólo un
cambio?.
De modo que al pobre chaval
le parecía increíble tener un solo cambio, pero tener treinta y dos le parecía
algo buenísimo.
Verdaderamente demencial.
Pero el Plan de
Estabilización se abrió camino en medio de aquel caos (…)
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