miércoles, 8 de febrero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (36) LAS FRONTERAS

LAS FRONTERAS

Quizás nunca tanto como ahora mismo están tan presentes las fronteras.
Y estoy refiriéndome a las fronteras políticas, de las naciones, que se apoyan en la tradición y que provienen, seguramente, de guerras ganadas o perdidas.
Unos las defienden para que los otros no entren, los otros quieren saltárselas para entrar.

En una entrada anterior hemos tratado las migraciones.

Decíamos que el turista no es un emigrante porque disfruta preparando el viaje, mientras viaja, y del destino voluntariamente elegido.
El emigrante no es un turista. Sufre mientras prepara la salida, para conseguir un asiento (¿) en la patera teniendo que pagar una cantidad desorbitada de dinero que no tiene, por lo que quedará hipotecado, él y su familia, sufre durante el viaje y si consigue tomar tierra (aunque no es raro/ es muy normal que naufrague y pase a formar parte de la estadística de muertos sin enterrar en ese cementerio acuático, pequeño en superficie pero enorme en cadáveres) seguramente será devuelto, en frío o en caliente.

Europa o, mejor, Occidente está instalado en el estado de bienestar, con todos los servicios a su disposición, no le falta de nada (obviemos cómo ha llegado hasta aquí) y vigila sus fronteras porque emigrantes del sur, del este y del oeste también quieren participar del opíparo banquete, aunque sólo sea recogiendo las migajas que le proporcionarían los trabajos que los de dentro no quieren.

Sampedro tuvo varios que realizar, en su vida, cambios de residencia porque sus padres, en un principio, eran trasladados de trabajo y toda la familia lo acompañaba en su traslado. Después sería él el que se trasladase.

Pero, aunque afirme que “viví conscientemente otras fronteras cuando un cambio de residencia familiar me llevó, en edad todavía adolescente, a habitar en Aranjuez” era un traslado, igual que antes, desde Barcelona aterrizó en Tánger, y luego Santander, Madrid,….

Lo que sí existía en Aranjuez “era una frontera temporal entre el siglo XVIII de los palacios y el siglo XX de la villa” dos testigos de dos mundos distintos y distantes: “el mundo mítico” y “el mundo cotidiano”, un mundo con dioses de mármol, con avenidas, fuentes, pedestales, glorietas,… y el otro con casas, calles y plazas vulgares; uno con puertas cortesanas, larguísimas verjas, foso y grandes y frondosos jardines, mientras el otro, con sus semáforos, sus comercios, sus bloque de pisos,…, nunca mejor dicho, “vulgar”

Yo también, maestro. Tuve que cruzar Despeñaperros, desde mi sobria y triste Castilla a esta Andalucía de sol y de vida festiva, no dejando pasar momento alguno sin disfrutar de la vida.
Incluso tropecé con la frontera del dialecto andaluz, desde el castellano puro de la Salamanca de Fray Luis de León y el primer choque fue cuando un amigo me saludó  con un “qué tal hijo puta”, una injuria castellana manifiesta, pero un saludo andaluz no raro.

“Así es cómo cada texto tiene varias lecturas y su valoración cambia con el tiempo”. En este caso con el espacio.

También la novela es fronteriza, pues se alza sobre el filo mismo de la realidad y la ficción, porque participa de ambas.

Su segunda mujer, Olga Lucas, ella sí que se encontró con varias fronteras, no sólo políticas, también lingüísticas, que fue superando, con tesón, y propiciaría el encuentro con Sampedro.

“Fronteras, en fin, de todas clases: geográficas, históricas, biológicas, sociales, psicológicas…” a las que hay que añadir las fronteras culturales, religiosas, morales,…

Pero No. No confundamos fronteras y límites…
Mis fronteras son todas trascendibles, como lo es la membrana de la célula, sin cuya permeabilidad no sería posible la vida, que es dar y recibir, intercambio, cruce de barreras (…) la frontera es provocadora, alzándose como un reto, amorosa invitación a ser franqueada, a ser poseída, a entregarse para darnos, con su vencimiento, nuestra superación: ése es el encanto profundo del vivir fronterizo”

La estabilidad  del centro, más reacio y resistente, más tradicional, con miedo a perder su esencia ante el cambio, contrasta con la tendencia al cambio que hace a lo fronterizo, más dinámico, con una vitalidad más abierta al abigarramiento de lo imprevisible, más propiciadora de vanguardias.

Yo sí lo he experimentado, pero porque “he venido a”, voluntariamente, cosa muy distinta al emigrante que “viene huyendo de”, que no quiere tanto mejorar como sobrevivir.

“En las fronteras (donde está la fuerza) es donde se juega su destino (la humanidad) (…) por eso la frontera es nuestro campo (.…) Repito: el futuro se juega en las fronteras”

A corto plazo es placer para el que la cruza, no tanto para el que se ve invadido, pero a largo plazo es la mejora de la historia tras posibles movimientos sísmicos de todo tipo.

Y recurriendo a la mitología:

“.- ¿Cuál es el dios de los fronterizos?
 .- Hay varios. Némesis, diosa de los límites; Jano, que mira dentro y fuera, que está entre ayer y mañana; Hermes, dios de los viajeros y padre de Hermafrodita, el mismo Zeus…Pero, sobre todo, Proteo, el multiforme, el sabio”

Y otra frontera:

         “Esa fue mi tercera y larga frontera: los casi tres años de la España sangrienta y dividida”.
         Mi tres fronteras temporales: Cihuela, en la provincia de Soria (de infante a niño), Aranjuez (de niño a adolescente, soñador), la guerra (la que me curtió y me preparó para una época materialmente más dura, que fueron las decisivas para moldearme, me transformaron a fondo”

Y la noche de Resurrección, cuando le falló el corazón y notaba “los latigazos de las placas eléctricas, azotándome cada vez que mi corazón bajaba de no sé qué nivel.

La verdad está en nosotros: la mía dentro de mi piel, que es mi frontera. Ahí dentro rueda mi mundo y huye mi tiempo”


Y traspasar esa piel para llegar y sintonizar con su mundo, maestro, es lo que estoy intentando hacer con todas estas entradas.

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