LAS FRONTERAS
Quizás nunca tanto como ahora
mismo están tan presentes las fronteras.
Y estoy refiriéndome a las
fronteras políticas, de las naciones, que se apoyan en la tradición y que
provienen, seguramente, de guerras ganadas o perdidas.
Unos las defienden para que
los otros no entren, los otros quieren saltárselas para entrar.
En una entrada anterior hemos
tratado las migraciones.
Decíamos que el turista no es
un emigrante porque disfruta preparando el viaje, mientras viaja, y del destino
voluntariamente elegido.
El emigrante no es un
turista. Sufre mientras prepara la salida, para conseguir un asiento (¿) en la
patera teniendo que pagar una cantidad desorbitada de dinero que no tiene, por
lo que quedará hipotecado, él y su familia, sufre durante el viaje y si
consigue tomar tierra (aunque no es raro/ es muy normal que naufrague y pase a
formar parte de la estadística de muertos sin enterrar en ese cementerio
acuático, pequeño en superficie pero enorme en cadáveres) seguramente será
devuelto, en frío o en caliente.
Europa o, mejor, Occidente
está instalado en el estado de bienestar, con todos los servicios a su
disposición, no le falta de nada (obviemos cómo ha llegado hasta aquí) y vigila
sus fronteras porque emigrantes del sur, del este y del oeste también quieren
participar del opíparo banquete, aunque sólo sea recogiendo las migajas que le
proporcionarían los trabajos que los de dentro no quieren.
Sampedro tuvo varios que
realizar, en su vida, cambios de residencia porque sus padres, en un principio,
eran trasladados de trabajo y toda la familia lo acompañaba en su traslado.
Después sería él el que se trasladase.
Pero, aunque afirme que “viví
conscientemente otras fronteras cuando un cambio de residencia familiar me
llevó, en edad todavía adolescente, a habitar en Aranjuez” era un
traslado, igual que antes, desde Barcelona aterrizó en Tánger, y luego
Santander, Madrid,….
Lo que sí existía en Aranjuez
“era
una frontera temporal entre el siglo XVIII de los palacios y el siglo XX de la
villa” dos testigos de dos mundos distintos y distantes: “el mundo
mítico” y “el mundo cotidiano”, un mundo con dioses de mármol, con avenidas,
fuentes, pedestales, glorietas,… y el otro con casas, calles y plazas vulgares;
uno con puertas cortesanas, larguísimas verjas, foso y grandes y frondosos
jardines, mientras el otro, con sus semáforos, sus comercios, sus bloque de
pisos,…, nunca mejor dicho, “vulgar”
Yo también, maestro. Tuve que
cruzar Despeñaperros, desde mi sobria y triste Castilla a esta Andalucía de sol
y de vida festiva, no dejando pasar momento alguno sin disfrutar de la vida.
Incluso tropecé con la
frontera del dialecto andaluz, desde el castellano puro de la Salamanca de Fray Luis
de León y el primer choque fue cuando un amigo me saludó con un “qué tal hijo puta”, una injuria
castellana manifiesta, pero un saludo andaluz no raro.
“Así es cómo cada texto tiene varias
lecturas y su valoración cambia con el tiempo”. En este caso con el espacio.
También la novela es
fronteriza, pues se alza sobre el filo mismo de la realidad y la ficción,
porque participa de ambas.
Su segunda mujer, Olga Lucas,
ella sí que se encontró con varias fronteras, no sólo políticas, también
lingüísticas, que fue superando, con tesón, y propiciaría el encuentro con
Sampedro.
“Fronteras, en fin, de todas clases:
geográficas, históricas, biológicas, sociales, psicológicas…” a las que hay que añadir las fronteras culturales,
religiosas, morales,…
Pero No. No confundamos fronteras y
límites…
Mis fronteras son todas trascendibles,
como lo es la membrana de la célula, sin cuya permeabilidad no sería posible la
vida, que es dar y recibir, intercambio, cruce de barreras (…) la frontera es
provocadora, alzándose como un reto, amorosa invitación a ser franqueada, a ser
poseída, a entregarse para darnos, con su vencimiento, nuestra superación: ése
es el encanto profundo del vivir fronterizo”
La estabilidad del centro, más reacio y resistente, más
tradicional, con miedo a perder su esencia ante el cambio, contrasta con la
tendencia al cambio que hace a lo fronterizo, más dinámico, con una vitalidad
más abierta al abigarramiento de lo imprevisible, más propiciadora de
vanguardias.
Yo sí lo he experimentado,
pero porque “he venido a”, voluntariamente, cosa muy distinta al emigrante que
“viene huyendo de”, que no quiere tanto mejorar como sobrevivir.
“En las fronteras (donde está la fuerza)
es donde se juega su destino (la humanidad) (…) por eso la frontera es nuestro
campo (.…) Repito: el futuro se juega en las fronteras”
A corto plazo es placer para
el que la cruza, no tanto para el que se ve invadido, pero a largo plazo es la
mejora de la historia tras posibles movimientos sísmicos de todo tipo.
Y recurriendo a la mitología:
“.-
¿Cuál es el dios de los fronterizos?
.- Hay varios. Némesis, diosa de los límites;
Jano, que mira dentro y fuera, que está entre ayer y mañana; Hermes, dios de
los viajeros y padre de Hermafrodita, el mismo Zeus…Pero, sobre todo, Proteo,
el multiforme, el sabio”
Y otra frontera:
“Esa
fue mi tercera y larga frontera: los casi tres años de la España sangrienta y
dividida”.
Mi
tres fronteras temporales: Cihuela, en la provincia de Soria (de infante a
niño), Aranjuez (de niño a adolescente, soñador), la guerra (la que me curtió y
me preparó para una época materialmente más dura, que fueron las decisivas para
moldearme, me transformaron a fondo”
Y
la noche de Resurrección, cuando le falló el corazón y notaba “los latigazos de
las placas eléctricas, azotándome cada vez que mi corazón bajaba de no sé qué
nivel.
La
verdad está en nosotros: la mía dentro de mi piel, que es mi frontera. Ahí
dentro rueda mi mundo y huye mi tiempo”
Y
traspasar esa piel para llegar y sintonizar con su mundo, maestro, es lo que
estoy intentando hacer con todas estas entradas.
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