MIGRACIONES
El emigrante no es un
turista.
Mientras éste “se desplaza
sin peligro” por tierra, mar o aire, para disfrutar de otro paisaje, de otra
cultura, de otra gastronomía, de otro clima,…de manera voluntaria y temporal,
el emigrante “tiene que irse obligatoriamente” huyendo de la miseria, del
hambre, de la guerra,…Se “va de” su tierra no para “disfrutar” sino para
“sobrevivir”.
El turista disfruta desde la
preparación del viaje, mientras viaja y a su llegada.
El emigrante no. Sufre antes
de iniciarlo, porque deja su vida atrás, se embarca en una odisea que le cuesta
lo que no tiene y no sabe si podrá llegar a tierra para, cuando llegue, si
llega, va a tener que seguir sufriendo para pagar el viaje ya hecho al nuevo
negrero de turno.
Las migraciones siempre han
existido.
Unas veces porque otros te
empujaban y si no huías te mataban, otras veces porque huías del hambre y de su
compañera inseparable, la muerte.
Una sequía (natural) o una
guerra (artificial) y, por lo general, provocada por otros que están
interesados en su subsuelo, en su suelo, en su territorio aéreo, como escudo,
como mercado de influencia, ante el peligro de muerte cargan con todo lo que
pueden, a veces sin nada y sólo con su familia, malvendiendo lo que puede ser
comprado o medio regalando, y “huir” dejando atrás parte de su vida y su muerte
anunciada y buscando aire que respirar para no morir.
“En cierto modo, aquí donde me ven Uds.
yo soy un emigrante. Naturalmente, comprendemos bien los fenómenos migratorios
en el espacio: si alguien viene del Sudán, del África Subsahariana, es un
emigrante.
Sin embargo no nos damos cuenta de que
también hay emigrantes en el tiempo, porque los tiempos son diferentes.
El mundo de mi infancia no es el de hoy.
No pertenezco al mundo de hoy. Estoy aquí de polizón.
Eso sí, no he venido en patera, y tengo
mis papeles en regla, pero no soy de aquí”
Esto lo escribe Sampedro en
el 2.005, muy lejos de los años de su niñez.
Había nacido tal día como
hoy, 1 de Febrero, pero de 1.917 (justo hoy hace 100 años) y, además, en
Barcelona, aunque al año siguiente, en 1.918 recaló en Tánger, donde vivió su
infancia, niñez y primera pubertad, durante 13 años.
Y, después, seguiría
emigrando, Melilla, Santander, Guadalajara, Huete (Cuenca), Aranjuez, Madrid,
Mijas Costa, Canarias,… en el espacio (aunque con los papeles en regla,
emigración interior, dentro de las fronteras españolas), pero también en el
tiempo, la Primera
Guerra Mundial, la Guerra Incivil Española, en la que estuvo
movilizado, enrolado primero en el ejército republicano, donde conocería a
anarquistas con los que se llevaba bien, incluso admiraba su entusiasmo bélico,
y después en el ejército franquista, toda la triste y dolorosa posguerra, el
franquismo puro y duro, su cátedra de Estructura Económica, su solicitada
excedencia por la inhabilitación de Aranguren, Tierno Galván y García Calvo, su
trabajo en el Banco Exterior de España, el 15M….
En realidad no es “emigrar”
sino “traslado”, porque no cambias de aire, de ambiente, de cultura, de
idioma,…
Aunque él diga que era emigrante
en el espacio y en el tiempo.
Quien sí lo fue fue su
segunda mujer, Olga Lucas.
“Los movimientos migratorios son un
aspecto esencial de esa globalización tan celebrada por los isleños ricos, sin
darse cuenta de que para incluir a todos ha de haber también una globalización
desde abajo, aunque a ellos sólo les guste la que manipulan desde arriba,
mediante sus bancos, grandes empresas y gobiernos adiestrados de antiguo en la
explotación.
Como la humanidad pobre carece de esos
instrumentos, sus gentes se globalizan como pueden, uno a uno y por migajas,
obrando al modo de los que en un naufragio, sin plaza en el bote salvavidas, se
agarran a la borda con el cuerpo en el agua para al menos poder sobrevivir.
Los inmigrantes luchas por su vida y por
eso seguirán llegando en pateras, en aviones o en el doble fondo de camiones o
navíos.
Ante esa realidad de hierro podrá
el gobierno (encastillado en su poder
cuatrienal absoluto) arbitrar leyes, electrificar vallas, multiplicar
guardianes y hasta ensayar nuevas genialidades. Pero no logrará doblegar la
desesperación de los hambrientos.
Si el poder persiste en su ciega
soberbia, se mostrará tan necio como aquel rey persa que mandó a sus soldados
azotar con cadenas las olas del mar Egeo, porque una tormenta retenía sus naves
en la guerra contra los griegos”
Como sea y lo antes que se
pueda con tal de alejar a la
Parca.
Se podrán poner vallas, hasta
con concertina, pero que serán traspasadas porque el hambre y la muerte ayudan
a sortearlas.
Desayunamos con emigrantes
que llegan y con los que no llegan, quedándose en la mitad, en la patera que se
hunde o en el barco que naufraga.
Llegan hipotecados con los
nuevos negreros, a los que tendrán que devolverles la hipoteca como sea, y si
no puede ser con el salario de su trabajo, será como camello de la droga, pero
tendrán que devolver para que, también, su familia, que queda como aval, no sea
el objeto a pagar.
“El tema de los refugiados no es para mí
objeto de ensayo, no necesito recurrir a hemerotecas para enterarme: es parte
de la vida tan presente en mi entorno inmediato.
Sin ir más lejos, mi propia mujer y su
familia han sido refugiados la mayor parte de sus vidas (…) Incluso en mi
propia familia tengo una referencia, pues mi abuelo materno salió de España
empujado por la pobreza”
Su segunda mujer, Olga Lucas
Torre, nacida en 1.947, era hija de padre español exiliado tras la guerra
civil, nació en Toulouse (Francia), pero su padre, por presión del gobierno de
Franco sería deportado a Córcega, de aquí a Polonia y, finalmente se
reunificaron en Checoslovaquia, pasando, después, a Hungría.
Todo este peregrinaje
migratorio le permitiría aprender distintas lenguas eslavas, que luego
utilizaría para trabajar como intérprete, traductora y locutora de Radio.
Aterriza en Valencia y se
hace notar publicando cuentos y poemas.
En el 2.003 se casa con José
Luis Sampedro, al que había conocido en el balneario de Alhama de Aragón, en
1.997, y deciden vivir juntos.
Sampedro se había quedado
viudo de su primera mujer, Isabel Pellicer, con la que se había casado en
Madrid, en 1.944.
Es coautora con Sampedro de
“Escribir es vivir” (2.005), “Cuarteto para un solista” (2.011) y “La ciencia y
la vida”, en la que también participa Valentín Fuster.
“Ahora, además, tengo el drama ante mis
ojos porque, por motivos de salud, paso mis inviernos en Tenerife a cuyas
playas, como informa con frecuencia la prensa diaria arriban frágiles
embarcaciones cargadas de africanos que se juegan la vida en azarosa
navegación, buscando en España recursos para vivir.
Les llamamos inmigrantes y ciertamente
lo son, pero su meta es un refugio, su acción es una huida para dejar atrás una
existencia imposible. Pues, aunque oficialmente se hable de “un efecto llamada”
que les traería a un mundo más próspero que el suyo, el impulso inicial es “un
efecto rechazo”: la imposibilidad de subsistir en un ambiente sin oportunidades
(…)
No olvido, sin embargo, los casos más
crueles e irreparables: los causados por los conflictos bélicos, que también se
registran en África; las guerras mal llamadas civiles y los enfrentamientos
étnicos (…)
Esa persistencia de las catástrofes
provocadas por los hombres debería asombrarnos, en vez de acostumbrarnos a
verlas, tranquilamente, en la televisión (…)
La vida sigue, y es de esperar que a
esta etapa tecnobárbara, de confusión y sinsentido, le suceda otra ordenación
social, a la altura del pensamiento científico, lo mismo que el capitalismo
emergió sustituyendo al feudalismo.
Pero, entre tanto, en esta etapa de
transición, es difícil esperar una solución para la tragedia de los refugiados
y los marginados de todas clases”.
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