LAS CIUDADES
Yo nací en un pueblecito
castellano, Aldeanueva de Figueroa, agrícola y ganadero, de la provincia de
Salamanca, en uno de los cordeles del Camino de Santiago (de ahí lo de
“Figueroa”), lindando con Fuentesaúco (“el buen garbanzo y el buen ladrón, de
Fuentesaúco son” con cuya primera parte todos estaban de acuerdo, pero la
segunda parte los llevaba a los demonios, así que ellos respondían: “y el
ladrón más fino, de tu tierra vino”) ya en la provincia de Zamora.
Mi pueblo llegó a tener 984
habitantes, pero en la actualidad no llega a 290 (la sangría demográfica
comenzó en los años 60, con la emigración, sobre todo interior, al País Vasco,
Asturias, Santander y Madrid) Las causas ya las he expuesto en otro artículo.
En la escuela de niños nos juntábamos
unos 70 niños, con un maestro republicano, y que no quiso “rehabilitarse”
realmente, pero que con el sueldo de maestro y con cuatro o cinco hijos tuvo
que ejercer, al mismo tiempo, como contable de la Hermandad de Labradores,
por lo que las pizarras de la escuela siempre estaban ocupadas de cuentas y más
cuentas, y no tuvo más remedio que enfundarse la camisa azul con el yugo y las
flechas, frustrado y amargado por la situación política, el franquismo, “nada
nos enseñó”, éramos bárbaros infantiles cuya obsesión era romperle la vara de
fresno con la que nos pegaba, cuando iba a su casa a mear.
Le doy las gracias al maestro
interino que llegó y que, por él, marché del pueblo a la ciudad para ingresar
en el Seminario (única manera de estudiar, de manera casi-casi gratis, para los
que no disponíamos de dinero para ir a estudiar por libre.
Pero reconozco que desde los
veintitantos años soy de ciudad, como J. L. Sampedro:
“Yo soy un hombre de ciudad. Sólo viví
en un pequeño pueblo a los ocho años y, aunque esa experiencia fue decisiva en
mi vida, mi paisaje vital es el urbano. No creo que fuese capaz de adaptarme a
la vida en un pueblecito, aunque no me importaría vivir en una ciudad más
pequeña que Madrid, como Alicante o Andorra. Necesito tener a mi alcance una
serie de actividades culturales: cine, conferencias, librerías, etc…”
Cuando esto escribía el
maestro, pasaba parte del invierno en Alicante y, en verano, presidía la Universitat d´Estiu
d´Andorra.
Yo le hubiera aconsejado que
hubiese, no visitado, sino residido y vivido en Málaga, la bien llamada “Ciudad
del Paraíso” porque todo te lo facilita.
Cuando el novelista escribe
los escenarios suelen ser inventados, pero nunca del todo, hasta en los
inventados hay algo o mucho de los recuerdos de paisajes ya pisados.
Además, aunque intente
reflejar un paisaje real siempre tendrá que pasarlo por el tamiz de la
subjetividad.
Pero de todos es sabido el
tiempo dedicado y la cantidad de información recogida cuando quiere que la
escena ocurre en algún lugar concreto, como en “Octubre, octubre” y (como
veremos en otra entrada) la manera de disimular una sordera para escuchar a una
tertulia de mujeres hablar desenfadadamente tomándolo por sordo.
Por eso “mi Madrid de “Octubre,
octubre” es como un pequeño pueblo con gentes conocidas y cercanas”.
Pero en otros casos no es
así.
“Cuando hablaba de Milán, que yo no
conocía cuando escribí “La sonrisa etrusca” tenía planos, mapas de transportes
urbanos, guías,…Y tampoco conozco Alejandría, pero en este caso porque no
quería verla como era en la actualidad. Para encontrar una ciudad paralela
viajé a Estambul, que podría ser hoy su equivalente, una ciudad llena de
contrastes, de bullicio, con todo el color y calor de las ciudades del
Mediterráneo del siglo III”
Una ciudad siempre será
inabarcable porque depende del sujeto.
Las mismas calles, las mismas
plazas, las mismas playas…¿cómo va a ser lo mismo para el que, de turista,
estrena su mirada, como para el que las ha vivido y las vive?.
Ese barrio, cochambroso para algunos,
es vital para otros.
“Cualquier ciudad es, siempre, muchas
ciudades: tantas como residentes y visitantes tenga y haya tenido en el pasado.
Cada persona conoce ciertos paseos y recintos y los vive a su manera”
Ayer mismo se cumplieron 80
años de La Desbandá.
¿Cómo va a ser la carretera de Málaga a Almería, la Carretera de la Muerte , igual para el que
la recorre en coche o autobús como lo fue para los miles y miles que tuvieron
que ir caminando, días y días, con hijos de leche y padres ancianos, descalzos
y sin comida,….?
Incluso yo, que he escrito
bastante sobre ello no puedo emocionarme como la que sobrevivió y, desde su
nueva residencia en Francia, cuenta, gimiendo y llorando, en un video con el
que yo lloré sólo con imaginarme lo que ella pasó, y que con nudos en la
garganta, con voz entrecortada narraba su peregrinaje y la muerte alrededor,
con sangre aquí y allá, manchando la carretera…
Todos sabemos que el mismo
hecho, presenciado por dos personas, puede ser interpretado de manera muy
distinta, como un asesinato o como un simple homicidio.
En la perspectiva no sólo
interviene lo objetivo, sino también, y mucho lo subjetivo.
Yo soy de las personas a las
que no le gusta la aventura, ni la improvisación. Y si proyecto un viaje a
París me proveo de libros de viaje, de planos, de entrar en los foros, para
conocer opiniones de quienes ya han estado allí.
Pero conozco personas que
hacen, exactamente, lo contrario, a la aventura, a ver qué es lo que sale,…
Es verdad que a mí los viajes
no me despiertan muchas sorpresas porque, poco más o menos, sé con lo que voy a
encontrarme (aunque no coincidan exactamente mis expectativas con la realidad)
Dice Sampedro que:
“la información no suple el conocimiento.
Conocer algo, de verdad, exige vivirlo. Sólo entonces nos entrega su secreto,
cuando lo hemos convertido en vivencia personal” (…) aunque sea descubrir el
Mediterráneo…Los Mediterráneos descubiertos por uno mismo se hacen nuevos para
el descubridor, se le entregan renacidos”
Y recuerda sus vivencias en
Aranjuez, presente siempre en su corazón, a pesar de alejamientos geográficos.
“Fue en mis últimos tiempos de Aranjuez
cuando ya empecé a imaginarme escritor, sin duda al impulso de tales vivencias”
No hay comentarios:
Publicar un comentario