La muerte para el viejo no es
como la muerte para el joven.
Mientras éste la ve como un
fracaso injusto, que le arrebata un derecho (el joven cree que tiene todos los
derechos del mundo para vivir y seguir viviendo), el derecho a la existencia
física.
Lees las necrológicas y ves
que uno ha fallecido con 90 años y dices “¿qué iba a esperarse ya?, lo normal”;
si el fallecido tiene 66 piensas “¡qué poco ha disfrutado de la jubilación¡”;
si tiene 50 tu comentario es “¡qué pena, pero ¡bueno¡”. Ahora como tenga 25
“¡qué desgracia, con toda la vida por delante¡”, como si no hubiera árboles de
hoja perenne y árboles de hoja caduca, como si no hubiera flores que sólo duran
un día y flores que aguantan más.
Tener 90 no es motivo para
morirse (podría seguir hasta los 105), como tener 25 no es motivo para matarse
en cualquier fin de semana en moto o en coche pero con alcohol. Ninguna de las
dos muertes es necesaria.
Yo no sé si cuando los curas
hablan del más allá, de esa manera trágica y tétrica, de castigos eternos y de
fuego que no se consume, se lo creen ellos mismos o es, más bien, un arma que
tienen en sus manos para, entrando y saliendo en las conciencias de los
hombres, seguir sometiendo a vasallaje a los vivos que les escuchan.
¿Uds. creen que será una
realidad real o es sólo un medio dialéctico para seguir detentando el poder?
¿No es el “coco” de los niños
un arma en mano de los padres?
“¿Y ya qué pinto yo en este
mundo?”, solía repetirme mi padre muchas veces, últimamente.
Yo creía animarlo y
convencerlo al decirle “hay que seguir vivo todo el tiempo posible” y quería
hacerle ver que la vida es un fin en sí mismo.
Pero mi padre entendía la
vida como felicidad y a él ya le dolía todo y le fallaban ya muchas de sus facultades
y no era feliz. ¡Quién lo vio y quién lo ve¡
¡Con lo que el fue y lo que
era entonces¡
¿Sin calidad de vida merece
la pena la vida?
Cuando te falla la capacidad
de moverte, y la vista y el oído se van apagando a diario, sin interés por la
radio ni la TV ni
la conversación, obligatoriamente encerrado en sí mismo, ensimismado, moviendo
los labios no sé si rezando o musitando recuerdos de tiempos mejores, con la
vista perdida, sin control de orina y de…
¿Eso es vida?
Yo comprendía el deseo de una
persona en esas circunstancias: “que me recoja pronto el Señor”.
La muerte para una persona
así siempre será un descanso.
Una persona, así, se limitará
a cerrar los ojos definitivamente, a sellarlos para no tener que abrirlos a la
mañana siguiente y seguir sufriendo, cuesta abajo, sin freno y con movimiento
uniformemente acelerado.
Quizás el mayor sufrimiento
del moribundo sea ver y oír llorar a los familiares a su alrededor antes de
morir definitivamente, cuando, para todos (también para él) el morirse es ya lo
mejor.
Es incómodo morir así, pero
¿hay otra forma mejor?).
Ya no digo nada cuando la
medicina inicia una pugna encarnizada en la carne del moribundo para intentar
mantenerlo en vida, sea la que sea, a toda costa.
¿Qué mejor que morir con los
ojos abiertos, sin gente alrededor, despidiéndose del reloj, compañero de
tantas horas y testigo durante tantos años, con la luz entrando por la ventana,
apretando las pastas del último libro que estaba leyendo….?.
Plácidamente, serenamente,
morirse yéndose, como paseando, sin alaridos ni alharacas, despidiéndose,…
¡Cuánto deberíamos aprender
de los animales moribundos, que se apartan de la manada y, en soledad, se dejan
morir, tranquilamente, dejando y permitiendo que la manada siga adelante con la
vida¡
Aquí no.
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