Pero no sólo el nieto.
También las cosas amadas
inyectan vida en el abuelo.
Ese banco en la plazuela, el
bar de la esquina, el periódico gratuito, la reunión en el centro de la tercera
edad, la partida de dominó, ese libro manoseado, ese árbol caritativo de
sombra….
El viejo no quiere que le
trastoquen ese su mundo.
Quiere verlo todo y siempre, así, para poder dominarlo y que nada
se le desmadre.
Si “su” mundo está ahí, donde
siempre y como siempre ha estado, él se siente seguro.
El sitio de los zapatos, el
lugar del libro que está leyendo o de la sopa de letras, el destornillador y
los alicates, las llaves…ahí, donde deben estar, como siempre y desde siempre.
¿Y qué decir de la enfermedad
de las personas mayores?
Si con el uso, con el funcionamiento,
todos los mecanismos se desgastan o se desencajan o se rompen, también nuestro
cuerpo. Porque nuestro cuerpo es una máquina.
Deben, pues, tras muchos años
funcionando, ser normales los achaques, los fallos, las enfermedades.
Pero la sociedad no ve igual
la enfermedad del joven que la del mayor.
En el joven la enfermedad
parece estar fuera de lugar, por lo que, una vez suprimida, se reincorporará a
la carrera competitiva productivista.
En los mayores, en cambio, no
ocurre así.
Se cure o no se cure, el ya
está fuera de la cadena productiva.
Por eso decimos que, “un
joven “puede” estar enfermo”, pero “un viejo “es” un enfermo” y, además, su
enfermedad ya es gravosa para la sociedad, porque, ya, nada va a producir, sólo
gastar.
Y está bien que al viejo le
funcione la cabeza, pero la presencia del pensamiento nunca compensa del todo
la ausencia de otras facultades (movilidad, artrosis, aparato respiratorio,
procesos reumáticos, la próstata, la glucemia, los triglicéridos, la tensión
arterial…
Pero como hemos dicho, en
lugares anteriores, del “amor”, que no existe, sino que lo que existen son
“amores”, igualmente podemos/debemos decir de la “enfermedad”, que no existe, que
lo que existe son “enfermedades”, como ocurre con el “enfermo”, que no existe,
que lo que existen son “enfermos” concretos, personas concretas enfermas.
“Enfermedades concretas en
enfermos concretos”.
Y, aquí, en esto, cada uno es
un mundo.
La misma enfermedad es
llevada de distinta manera por uno que por otro.
Una cierta dificultad para
caminar en Pedro, que tiene 18 años, no es igual que en Pablo, que ronda los
82.
El insomnio, en un joven, es
una patología, en la vejez, ya no tanto.
Dicen que el joven duerme
profundamente porque apenas tiene algo que recordar, mientras que el viejo
necesita robarle horas al sueño para sentirse vivo paseando por la memoria.
¡Son tantos los recuerdos, tantas
las experiencias acumuladas, que el mismo sueño le suele angustiar, y por eso
renuncia a él¡
Quiere sentirse despierto,
quiere sentirse vivo.
Incluso el descanso es un
duermevela.
Es normal que el viejo dé
cabezadas en cualquier momento del día.
Lo normal en un coche, al
usarlo constantemente, es que un día se pinche una rueda, otro día se le vaya
la batería y otro día no muy lejano haya que cambiarle las bujías o un
intermitente.
Es lo normal.
Pues igualmente ocurre en y
con nuestro cuerpo, es normal que algo falle, lo importante es que no sea una
avería grave del motor.
Será la próstata o la vagina
o la mama, será el estómago que se resiente ante comidas y bebidas fuertes, será
la tensión o el colesterol que se sube y se pasa del límite de la normalidad.
Es lo normal.
Es normal que en un tejado
viejo haya alguna gotera, habrá que retejarlo para seguir bajo techado, pero no
es necesario echar abajo la casa.
Y si eso que decimos de la
enfermedad es lo normal, ¿qué decir del amor?
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