Pero en una entrevista, es el
entrevistado el que debe hablar, no el entrevistador, pecado muy corriente que
comete quien se acerca al viejo, y sobre todo si el entrevistador lleva cargada
la escopeta de la contradicción y del contraejemplo a todo lo que el viejo
manifiesta.
Sus recuerdos los presenta él
como a él le gusta recordarlos que, seguramente, no son totalmente fieles a los
hechos sucedidos, pero en el conocimiento cada uno pone sus filtros que,
naturalmente, siempre son interesados.
Es “su” historia. “La”
historia no existe. Cada historiador tiene la suya. (Ahí tenemos un claro
ejemplo: “nuestra incivil guerra civil”
El viejo colorea su pasado,
que sólo le ha pasado a él, siendo él el protagonista. Siempre será un relato edulcorado,
no una descripción fiel. Para eso es “su” pasado y, al hacerlo, no la
“deforma”, la “reforma”, lo que todos, cada día hacemos, al pasar un hecho por
el filtro de quien lo cuenta.
Como muchas veces he dicho e
incidido, “no existen hechos, sino interpretaciones”, por el simple hecho de
verlo y narrarlo ya estamos “reformándolo”.
El conocimiento no es una
máquina fotográfica de “n” píxeles.
El drama, para el viejo, es
cuando se le cambia el escenario y se le traslada a otro lugar, con otras
gentes.
Es la soledad en medio de
tanta gente alrededor.
Incrementa su melancolía al
no tener a mano con quien compartir recuerdos.
Por eso, también, al viejo le
gusta viajar pero, en general, sólo si va rodeado de viejos de su entorno.
Él, más que conocer cosas
nuevas (que también), lo que más le gusta es el entorno humano que va con él en
el viaje y que comparten amistad e intereses.
Puede, un día de lluvia,
estar jugando a las cartas, a 1000 kilómetros de su casa, pero está con sus
amigos.
Y es que, en los viajes, se
vive durante más tiempo en su compañía.
Y esto es lo gratificante.
Llévate, en general, a una
persona mayor, aislada, a contemplar una ermita románica del Camino de Santiago
y no sentirá la misma alegría que siente yendo a Fuengirola con vecinos y
amigos.
Yo he estado en Astorga, ante
la Catedral ,
con algunos viejos de mi pueblo, explicándoles las estatuas pornográficas de
las cornisas y algunos lo único que querían era ir a ver el cuartel donde
habían hecho la mili.
El viaje, para el viejo, va
cargado de personas más que de ansias de conocimientos.
La historia o el paisaje son
coartadas que la amistad emplea.
Son, como diría un filósofo, “la
astucia de la amistad” que se vale de ellos para ella afirmarse e
incrementarse.
Si quieren ir cada vez a más
sitios, es para ir, cada vez, con la misma gente o más gente parecida.
Esta sociedad en que vivimos
se parece más a un ring que a un jardín.
Y los mayores no queremos,
ya, subir al ring para competir y ganar, sino, paseando por el jardín,
disfrutar.
Si al joven le interesa
ganar, al viejo no.
Si el joven pelea por ser el
líder, el viejo quiere a su alrededor a otros como él.
El joven está más cerca del
caudillismo, el viejo, en ese sentido, es más democrático.
Si el joven hace alarde de
esfuerzo físico, para vencer, el viejo, sin hacer alardes, desarrolla esfuerzos
éticos para vivir amistosamente.
El joven es más depredador de
lo social; el viejo desea conservarlo.
No me imagino a un viejo (a
no ser que las neuronas las tenga alborotadas) que haga pintadas grafiteras en
las paredes de una catedral, que ensucie cualquier superficie limpia, que
arranque un árbol adolescente, que saque de cuajo un banco del parque, que
rompa el cristal de una puerta sin motivo alguno para ello, sólo por tener la
sensación de ser autor.
¡Cuántas veces le habré yo
preguntado a mis alumnos si hacían eso en su casa, en su mesa de estudio, como
lo estaban haciendo en su pupitre de clase; o si en su casa tiraban los papeles
al suelo, como lo hacían en clase…y me respondían que, “por supuesto que no”.
Como si ellos no formasen
parte de ese “común” llamado propiedad colectiva.
“Esta mesa es de todos o de
cualquiera, aquella, la de mi casa, es la mía”. Como si él no fuera uno de ese
“todos” y, en este momento, no fuera ese cualquiera que estaba usando la mesa….
En vez de Victoria, Paz. En
vez de entrar a degüello en el entorno, Armonía con él. En vez de avasallamiento, Convivencia amable.
En vez de vida calculada, Vida Cordial. Más Amor que Conocimiento.
El viejo, ante el otro, suele
ser un desconfiado, desconfía, sobre todo del lenguaje, porque teme ser liado y
engañado por quien lo usa; él, por lo general, sólo admite hechos.
Al viejo no hay que decirle
que se le ama, hay que amarlo. Estar a su lado, incluso leyendo el periódico
es, para él, mucho más que todos los piropos que le echen mientras pasan
delante sin pararse.
Porque para él las palabras
son mercancía sospechosa mientras los hechos positivos son los que le dan vida.
Una conversación relajada,
pero sobre todo sin prisas, con atenciones concretas, en compañía auténtica,
aunque sea en silencio. Lo positivo es la presencia personal, el hecho de estar
presente con él.
Él, ahora más que nunca,
sigue siendo pragmático. Amigo de presencias positivas.
El que ya no le guste cazar
no quiere decir que no le guste la perdiz escabechada.
El viejo sigue necesitando
beber agua, pero la pasará por el filtro de sus muchos años.
El amor sigue siendo amor
pero se amará ya cosas distintas y con distintos ritmos.
El sexo seguirá siendo sexo
pero cambiará el objeto sexual.
El cambio de destino no es
renuncia ni rechazo a viajar. Puede que no le guste el camping, pero sigue
amando el campo, aunque ya de otra manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario