sábado, 10 de febrero de 2018

33.- ¿MIEDO A LA VEJEZ? LA SABIDURÍA DEL VIEJO (1)



Pero en una entrevista, es el entrevistado el que debe hablar, no el entrevistador, pecado muy corriente que comete quien se acerca al viejo, y sobre todo si el entrevistador lleva cargada la escopeta de la contradicción y del contraejemplo a todo lo que el viejo manifiesta.

Sus recuerdos los presenta él como a él le gusta recordarlos que, seguramente, no son totalmente fieles a los hechos sucedidos, pero en el conocimiento cada uno pone sus filtros que, naturalmente, siempre son interesados.
Es “su” historia. “La” historia no existe. Cada historiador tiene la suya. (Ahí tenemos un claro ejemplo: “nuestra incivil guerra civil”

El viejo colorea su pasado, que sólo le ha pasado a él, siendo él el protagonista. Siempre será un relato edulcorado, no una descripción fiel. Para eso es “su” pasado y, al hacerlo, no la “deforma”, la “reforma”, lo que todos, cada día hacemos, al pasar un hecho por el filtro de quien lo cuenta.
Como muchas veces he dicho e incidido, “no existen hechos, sino interpretaciones”, por el simple hecho de verlo y narrarlo ya estamos “reformándolo”.
El conocimiento no es una máquina fotográfica de “n” píxeles.

El drama, para el viejo, es cuando se le cambia el escenario y se le traslada a otro lugar, con otras gentes.
Es la soledad en medio de tanta gente alrededor.
Incrementa su melancolía al no tener a mano con quien compartir recuerdos.

Por eso, también, al viejo le gusta viajar pero, en general, sólo si va rodeado de viejos de su entorno.
Él, más que conocer cosas nuevas (que también), lo que más le gusta es el entorno humano que va con él en el viaje y que comparten amistad e intereses.
Puede, un día de lluvia, estar jugando a las cartas, a 1000 kilómetros de su casa, pero está con sus amigos.
Y es que, en los viajes, se vive durante más tiempo en su compañía.
Y esto es lo gratificante.

Llévate, en general, a una persona mayor, aislada, a contemplar una ermita románica del Camino de Santiago y no sentirá la misma alegría que siente yendo a Fuengirola con vecinos y amigos.

Yo he estado en Astorga, ante la Catedral, con algunos viejos de mi pueblo, explicándoles las estatuas pornográficas de las cornisas y algunos lo único que querían era ir a ver el cuartel donde habían hecho la mili.

El viaje, para el viejo, va cargado de personas más que de ansias de conocimientos.
La historia o el paisaje son coartadas que la amistad emplea.
Son, como diría un filósofo, “la astucia de la amistad” que se vale de ellos para ella afirmarse e incrementarse.

Si quieren ir cada vez a más sitios, es para ir, cada vez, con la misma gente o más gente parecida.

Esta sociedad en que vivimos se parece más a un ring que a un jardín.
Y los mayores no queremos, ya, subir al ring para competir y ganar, sino, paseando por el jardín, disfrutar.

Si al joven le interesa ganar, al viejo no.
Si el joven pelea por ser el líder, el viejo quiere a su alrededor a otros como él.
El joven está más cerca del caudillismo, el viejo, en ese sentido, es más democrático.
Si el joven hace alarde de esfuerzo físico, para vencer, el viejo, sin hacer alardes, desarrolla esfuerzos éticos para vivir amistosamente.
El joven es más depredador de lo social; el viejo desea conservarlo.

No me imagino a un viejo (a no ser que las neuronas las tenga alborotadas) que haga pintadas grafiteras en las paredes de una catedral, que ensucie cualquier superficie limpia, que arranque un árbol adolescente, que saque de cuajo un banco del parque, que rompa el cristal de una puerta sin motivo alguno para ello, sólo por tener la sensación de ser autor.

¡Cuántas veces le habré yo preguntado a mis alumnos si hacían eso en su casa, en su mesa de estudio, como lo estaban haciendo en su pupitre de clase; o si en su casa tiraban los papeles al suelo, como lo hacían en clase…y me respondían que, “por supuesto que no”.
Como si ellos no formasen parte de ese “común” llamado propiedad colectiva.

“Esta mesa es de todos o de cualquiera, aquella, la de mi casa, es la mía”. Como si él no fuera uno de ese “todos” y, en este momento, no fuera ese cualquiera que estaba usando la mesa….

En vez de Victoria, Paz. En vez de entrar a degüello en el entorno, Armonía con él.  En vez de avasallamiento, Convivencia amable. En vez de vida calculada, Vida Cordial. Más Amor que Conocimiento.

El viejo, ante el otro, suele ser un desconfiado, desconfía, sobre todo del lenguaje, porque teme ser liado y engañado por quien lo usa; él, por lo general, sólo admite hechos.

Al viejo no hay que decirle que se le ama, hay que amarlo. Estar a su lado, incluso leyendo el periódico es, para él, mucho más que todos los piropos que le echen mientras pasan delante sin pararse.
Porque para él las palabras son mercancía sospechosa mientras los hechos positivos son los que le dan vida.

Una conversación relajada, pero sobre todo sin prisas, con atenciones concretas, en compañía auténtica, aunque sea en silencio. Lo positivo es la presencia personal, el hecho de estar presente con él.

Él, ahora más que nunca, sigue siendo pragmático. Amigo de presencias positivas.

El que ya no le guste cazar no quiere decir que no le guste la perdiz escabechada.
El viejo sigue necesitando beber agua, pero la pasará por el filtro de sus muchos años.
El amor sigue siendo amor pero se amará ya cosas distintas y con distintos ritmos.
El sexo seguirá siendo sexo pero cambiará el objeto sexual.

El cambio de destino no es renuncia ni rechazo a viajar. Puede que no le guste el camping, pero sigue amando el campo, aunque ya de otra manera.

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