Tenemos mucha vida a la
espalda. La hemos vivido. Es nuestro pasado.
Mi vida es mi tiempo; y mi
tiempo es mi pasado, mi presente y mi futuro.
Lo que pasa es que a este
mundo economicista que hemos creado, el pasado no le interesa, sencillamente
porque el pasado ya no es rentable y a lo que aspira, lo que pretende el
empresario, es la rentabilidad.
Incluso tampoco está muy
interesado por el futuro a largo plazo, porque siempre es incierto. Para él
sólo es válido el presente, el hoy y, quizás, el mañana. El pasado mañana ya no
tanto.
Ya lo dice el refrán, ¿el
futuro? ¿qui lo sab?
El limón que interesa
exprimir es el que tengo en la mano. El de ayer ya está seco. El de mañana ¿qui
lo sab? Nosotros, los mayores, para el empresario, ya tenemos poco jugo
productivo, no interesamos.
Hay que rejuvenecer las
plantillas.
Fíjense Uds. lo que son las
cosas. Los Senadores eran los Seniors, los selectos, los viejos, porque edad y
sabiduría iban de la mano.
El Sanedrín, que era el
órgano encargado de gobernar las iglesias o los freires (termino que define a un soldado, caballero o
legionario profeso, novato, principiante, inexperto, aprendiz o novel de
algunas de las órdenes militares) que se
encargaban de dirigir a sus hermanos de las órdenes militares, eran los viejos,
los que, por su edad, tenían experiencia.
Hoy eso ya no vale. Se les
jubila, se les aparta, se les manda al retiro laboral.
Los conocimientos llevan una
velocidad tan endiablada que la experiencia de ayer no vale para hoy.
Hay que reciclarse, ponerse
al día.
Hoy no se puede llevar la
contabilidad de una empresa con el libro de Entradas y Salidas, de Haber y
Debe.
Quien no maneje programas informáticos de contabilidad
actualizada, no tiene nada que hacer.
Hablamos de experiencia
laboral, no de la otra experiencia, la humana, la familiar, la social, la
emotiva.
Los niños, todos los niños,
siguen empezando por la a, e, i, o, u. Y siguen poniéndose enfermos y dan las
noches en blanco. Y uno sigue enamorándose. Y uno sigue sacrificándose. Como
antes, como siempre.
Es curioso.
Llamas a una cosa “vieja” y,
automáticamente, la calificas de rota, de inservible, anticuada, averiada,
estropeada, abandonada. Ahora bien, si la llamas “antigua”, entonces no sólo la
conservas, sino que la estimas, la valoras, la pones en el vitrina.
O sea, que lo “antiguo” es
valioso, los “ancianos” son sabios, pero lo “viejo” es deterioro, estorba,
contamina o estropea el paisaje, es gravoso.
¡Curioso el lenguaje¡
También se ha contaminado de
economicismo. Valora o infravalora sólo según su interés.
Vivimos en una sociedad de
cosas más que de ideas. El seguro pájaro en mano, aprovechable, vale más que la
belleza de ver 99 pájaros volando y dibujando en el aire.
El euro vale más que la justicia.
La solidaridad y la concordia nada tienen que hacer ante el “yo, mí, me,
conmigo, para mí”.
El anciano valdría, sería
útil si ayudara, cooperara, a la depredación de los recursos naturales, pero es
inútil si sólo es fuente de ideas morales
que tiendan a la prudencia, a la justicia, a la solidaridad, al
humanitarismo, a la generosidad, a los sentimientos humanos.
En el primer caso seríamos
combustible social. En el segundo caso sólo somos lastre social.
Rentabilidad vs emotividad.
Conocimiento racional, frío,
calculador, previsor, vs conocimiento emocional, fuente de una comunicación más
íntima, más inmediata y directa con el medio.
Explotar el medio vs mimar el
medio.
Transformarlo y consumirlo
hasta agotarlo vs conservarlo descontaminado para identificarse con él, para
vivir en él, para disfrutar de él y en él.
La torre de pisos en los que
morar vs el parque con fuentes, con árboles y con paseos en los que vivir.
El economicista no necesita
parques. Los mayores no necesitamos alturas. No somos rentables.
La convivencia debe estar
preñada más de emociones que de conocimientos a secas.
Para la coexistencia la razón
basta, para convivir lo emotivo es necesario.
Los usuarios de un autobús no
son tu familia en tu coche.
A la vejez habría que darle
un nuevo sentido. Porque, si es verdad que hemos dejado de producir y de
competir, lo cierto es que no hemos dejado de vivir.
O mejor aún, hemos empezado a
vivir realmente, a vivir bien.
Nos han retirado de la calle
del trabajo, pero nos hemos trasladado a la avenida de los sentimientos, a
disfrutar de los recuerdos contados y compartidos, a dedicarles a los nietos el
tiempo que no pudimos dedicarle a los hijos.
No queremos ser simples datos
estadísticos, queremos ser contemplados como animadores éticos, dinamizadores
de una concepción ética de la vida social.
Merecemos el reconocimiento
no sólo por lo que hemos hecho, sino por lo que somos, personas ilusionadas,
que quieren seguir viviendo, y viviendo bien.
Deberíamos ser considerados
como despertadores de sentimientos.
El viejo no es alguien que,
por estar ahí, irrite a los jóvenes, sino que debería ser, aunque sólo fuera
con su presencia, quien te invite, a ti, joven, a reflexionar si es eso lo que
quieres hacer con tu vida; si crees que así, con la vida que llevas y que te
espera, habitas en el mejor de los mundos posibles: si sigues creyendo, joven,
que con sólo ganar más vas a vivir mejor; si sigues creyendo que el dinero es
lo que, realmente, importa.
Nosotros, los mayores, los
viejos, con sólo nuestra presencia en el paisaje deberíamos ser la voz de la
conciencia que invitase a reflexionar, sobre todo a los jóvenes, si la calidad
de vida está en relación con los metros cuadrados de la vivienda, con el
caballaje o cubicaje del coche, con el número de cubatas que aguantas, con el
número de polvos que echas, con la cantidad de cosas que necesitas para vivir
desviviéndote a diario en el trabajo.
¡Joven¡ Con sola nuestra
presencia deberías hacer un alto en el camino.
¿De verdad es esta forma de
vivir que llevas, la que te espera?. ¿Ese es el modelo ideal de vida?. ¿Correr
y correr para morir, agotado, exprimido y cargado de cosas, en la carrera, sin
haber disfrutado del reposo? ¿Cuándo os convenceréis que la vida es un paseo
agradable y no una competición agotadora?
Se trata de vivir, no de
llegar.
La meta es el camino.
Al final del camino no hay ni
meta ni nada.
Yo no sé Uds. pero yo, cada
vez que veo una mujer embarazada, me dan ganas de mostrarle la admiración que
siento por llevar en su vientre ese misterio de vida. Me sobrecoge la vista de
una mujer embarazada.
Igualmente, la contemplación
de un viejo debería ser, para toda la sociedad una invitación a la conciencia,
personal y colectiva, una invitación a la solidaridad, a la ternura, a la
emoción ante tanta vida ahí comprimida.
Los que tenemos la suerte,
aún, de tener o, ya, de recordar a la madre, ver su fragilidad, comparar lo que
ella era con lo que ahora es, hace surgir en mí un manantial de ternura, de
afecto, de amor.
“Si yo hubiera tenido,
disfrutado, dispuesto, de las oportunidades que vosotros tenéis….” -Solemos
decirles a nuestros hijos y, sobre todo, a nuestros nietos.
Las circunstancias en que se
desarrollaron nuestros padres fueron mucho peores que las nuestras, y las
nuestras mucho peores que las de nuestros hijos. ¡No digo nada de la de
nuestros nietos¡
Siempre suelo decir que ¡hay
que ver con lo poco que tuvimos, la cantidad de cosas bien que hemos hecho¡
Deberíamos, todos, estar y sentirnos orgullosos.
La vida discurre por etapas.
El adolescente no es el maduro, ni el joven es el viejo. ¿Por qué no hay
respeto a las etapas biográficas, a todas, sin discriminar a ninguna?
La sociedad actual está
divinizando al niño y el joven se cree divino. ¡La divina juventud¡
Todas las etapas son, deben
ser, divinas, de lo contrario ese dios no me interesa por su parcialidad.
¿Por qué los jóvenes van a
ser la “eterna primavera” y nosotros, los jubilados no somos el “permanente
veraneo”?
La mayor afrenta, el mayor
insulto a ese respeto debido a todas las etapas biográficas, lo tenemos en la Cirugía Estética.
Su objetivo no es que tú te
veas bien, su objetivo es que te veas como no eres, que aparezcas siendo lo que
no eres, que te pongas el disfraz que no te corresponde.
Si al mirarte al espejo cada
mañana no te ves como la persona más interesante del mundo, sigue mirándolo y
mirándote hasta que te convenzas.
Los neumáticos se desgastan
al correr y de correr. ¿Crees que pintándoles las ranuras solucionas el
desgaste? ¿A quién quieres engañar? ¿Por qué quieres engañarte?
Nosotros debemos ser no sólo
suscitadores de emociones en los no viejos, sino espejo en el que ellos puedan
mirarse; no porque seamos los mejores, sino porque somos un eslabón más, como
ellos, de la cadena de la vida y vivimos intensamente esta etapa.
Los viejos, pues, deberíamos
ser vistos no como material de derribo de la sociedad material, sino como
material de construcción de la sociedad moral.
Ajenos ya a la sociedad
productiva economicista, pero pilares de la sociedad humanitaria.
No sólo somos útiles, como he
dicho anteriormente, somos muy útiles éticamente, socialmente, familiarmente.
Aunque no trabajemos para
producir, laboramos a diario para hacer a esta sociedad más solidaria, un poco
más humana.
Decimos los filósofos (que no
es un pecado serlo y no es un insulto el que te lo digan) que no es igual
“querer” que “desear”.
Cuando un alumno se me
acercaba y me decía: “profesor yo “quiero” aprobar la Filosofía ”, solía
responderle: “tú sólo “deseas” aprobar la Filosofía ”.
Si “quisieras” aprobar
deberías también “querer” todo lo que conlleva aprobar, tener callos en los
codos y en el culo, tener quemadas las pestañas, tener un moreno de flexo,
sacrificar fines de semana….
“Querer” a una mujer (o a un
varón) es mucho más que desearla (lo). “Quererla” es hacerte cargo de ella no
sólo en todo lo que ella es, también en todo lo que ella hace, en todo lo que
ella tiene, en todo lo que ella necesita.
Ortega y Gasset decía aquello
de “yo soy yo y mi circunstancia”, pero lo que no todos saben es que continúa
“y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
La circunstancia es el
segundo sumando de la suma total que yo soy.
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