¡El arte de envejecer¡
Cuando el envejecer no sólo
es algo natural, sino, sobre todo, es algo personal.
¿Todos, envejecer, igual?
En primer lugar que “viejo”
es un concepto universal y abstracto. Nadie verá nunca al “viejo” por la calle.
Porque lo que realmente existe son “viejos concretos”, cada uno de su padre y
de su madre.
Lo auténticamente real es la
singularidad, la originalidad y no el calco y la fotocopia, todos iguales.
En segundo lugar, porque más
que “arte de envejecer” lo que el viejo quiere es el arte de mantenerse, de
vivir plenamente, gratamente, lo mucho o poco que le quede de vida.
D. Enrique Miret Magdalena
tiene un libro (que encarecidamente les recomiendo) “Cómo ser mayor sin hacerse
viejo”.
El viejo no piensa en el
desalojo de la vida sino en el feliz alojamiento mientras está vivo.
Cuando lees una estadística
que dice que la vida media del español está en los 77 ó 79 años, el que tenga
85 oye como si le estuvieran diciendo: “ya estás rompiendo la estadística”, “cierra
la página y el libro”, cuando él, en lo que está pensando, es en escribir o
emborronar la siguiente hoja.
Ni caso, No le hagáis ni caso,
amigos. Quieren crearte mala conciencia.
No existe el modelo ideal.
Platón ha muerto. Tú eres, para ti, el modelo ideal de vida.
(Historia del abuelo: “con
dieta = 4 meses” y “con garbanzos con callos = 2 meses”. ¿Elegir? -se pregunta
Álvarez Solís en su libro (páginas 109 – 111).
A veces la libertad consiste
sólo en eso, en comerse un plato de callos, a pesar de los médicos.
¡La manera cínica de engañar¡
Leo en “Torremolinos
Información” que somos la 3ª juventud más que la 3ª edad, por lo tanto ¿Por qué
no elegir una “miss” y un “mister” 3ª juventud?
Y ¿cuál es la 4ª, y la 5ª…? ¿Cuál
es la “última juventud” si son términos contradictorios?
¡Como si bastase con cambiar
los nombres para que cambie la realidad¡
¡Hipócritas o ignorantes o
cínicos o las tres cosas a la vez¡
Se nos tacha a los viejos de
tímidos, de reaccionarios, de poco valientes, de demasiado precavidos, de
miedosos…
El viejo se retiene ante lo
nuevo. Le cuesta abrirse a lo desconocido. Sobre todo a los desconocidos.
Al viejo se le acusa de
alejamiento, incluso rechazo ante personas desconocidas.
Que le cuesta mucho hacer
AMISTADES nuevas.
Y eso se califica de “postura
empobrecedora” aunque yo lo llamaría “cautela” o “precaución”.
No es que no quiera ganar, es
que a lo que no está dispuesto es a poder perder.
Por su parte tampoco la
sociedad está muy por la labor de integrarlo en el sistema.
De entretenerlo, de tenerlo
ocupado sí, pero de desarrollar una función social, con responsabilidad…, eso
ya no.
Tanto para el adolescente
como para el joven el viejo no representa utilidad social alguna, es una mera y
simple exterioridad, que está ahí, una carga gravosa, una presencia molesta y,
además, estropeando el paisaje con su
ruina física creciente y manifiesta.
El viejo es la cara del
pasado, mientras que ellos representan el futuro.
Lo que “ya no es” no puede ni
compararse con lo que “todavía no es”, pero que será, que llegará y allí
estarán ellos para recogerlo y “ser”.
El espejo real de la memoria
no puede compararse con el espejo imaginario del porvenir.
Si el viejo puede ser
admirado por una vida intachable de integridad moral, al pragmatismo de la
sociedad actual esa cara no le interesa.
El viejo, como ya hemos indicado
en otro lugar, no es útil materialmente.
La “utilidad económica”, no la
“utilidad social y moral”. Al empresario economicista no le interesa mucho, más
bien le molesta, además de ser un consumidor poco gastoso y de presupuesto
municipal y nacional pero no productor
ni productivo de riqueza inmediata.
Sus posibles beneficios
humanos y éticos no cotizan en bolsa.
Quizá por eso, por ser el
viejo sobre todo memoria, haga fácilmente amistades con otros iguales que él.
Memoria llama y ama a
memoria.
Simpatizan más dos viejos
desconocidos de parecida edad que un viejo con un joven siendo coetáneos.
¿Cómo compartir con éstos
emociones, vivencias, recuerdos, ilusiones, talantes, aventuras, peripecias…?
El viejo no se reconoce en la
juventud.
La juventud no quiere verse,
ni siquiera mirarse, en el espejo del viejo.
Teme y no quiere mirarse en
él, no siendo que se vea como puede llegar a ser, como un anticipo de lo que
será.
La mejor manera de no ver es
no mirar.
El desencuentro está servido.
La amistad entre los viejos
es una amistad alegre, no interesada, porque se comparten vivencias pasadas
parecidas.
Para los viejos ya no hay
enemigos antiguos, incluso los entonces competidores se convierten en
compañeros.
El quizá enemigo de ayer es
un amigo del hoy porque la pugna ya es sólo en el ring de los recuerdos, no en
la palestra de la vida.
La posible herida de ayer ya
ha cicatrizado y se conserva sólo su recuerdo.
Y una herida recordada
molesta pero no sangra.
Lo que al viejo si le
molesta, y mucho, es esa amistad que quiere meter mano en su memoria y remover
los posos que él ya tenía asentados.
Esa agitación de los fondos
le supondría incomodidad.
Teme a los desconocidos y
sólo cuando los conoce seguirá o los dejará.
Si alguien quiere gozar de la
amistad de un viejo no tiene más que escucharle, escucharle intensamente,
mirarle a los ojos, mostrar interés por sus historias, preguntarle con
educación, con ánimo de querer saber; y será un libro abierto, porque él está
deseando expresarse.
Te contará toda su vida
mientras le bailan los ojos y con la sonrisa en los labios.
Su mundo era excepcional,
heroico, y él era el héroe.
Ningún viejo tiene seco el
pozo de sus recuerdos.
Pero no intentes meterte en
su pozo y poner un grifo para que el agua salga a tu voluntad, a tu antojo;
pero puedes pedirle todo el agua que quieras, que él te la va a servir pero,
eso sí, filtrada.
De “la verdad”, “su verdad”,
por aquello de que la verdad es perspectiva y su perspectiva vital poco tiene
que ver con tu perspectiva imaginada.
Acércate a su pozo, pero a
pedir agua, no a tirar piedras, herirías su persona.
Por eso el viejo rechaza toda
amistad que pueda ser perturbadora y, de entrada, todo lo desconocido lo es.
El que alguien, no él, pueda
remover, sin su permiso, los recuerdos asentados, ya sedimentados, es hacer
sangre en el alma.
Dialogar con un viejo es más
dialogar con la historia que con la actualidad o con el futuro.
“En mis tiempos esto no
ocurría….”, o “si Franco levantara la cabeza….” o “Viva la República ” o “Viva
Franco”.
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