Interpenetración de lo
genético y lo cultural, los genes y la comida facilitaron la encefalización.
Y habría que distinguir entre
comer y cocinar.
Mientras comer es devorar el
paisaje, apoderarse de él, hacerlo suyo, el cocinar va un poco más allá, es
algo más y mejor.
El tragón no es el sibarita
como el catador no es el borracho.
Yendo aún más allá.
Cocinar y gobernar tienen un
mismo origen: convertir en aceptable la comida y el funcionamiento de la
sociedad.
Uno manipula los alimentos,
el político manipula a las personas.
A fin de cuentas para lo
mismo, ambos son poderes, poder sobre lo otro y poder sobre los otros.
Si cocinar es dominar el
medio natural, manipularlo y hacerlo más digerible al tiempo que más atractivo
y sabroso, aunque luego sobre comida, gobernar es dominar el medio humano,
manipularlo, hacerse atractivo a los votantes para conseguir poder, aunque
luego no se use todo el poder de que dispone, porque no hace falta, pero podría
hacerlo.
El político tiene poder.
La pregunta sería si es la preocupación
por los otros o es el poder personal lo que prima en el político.
Si Descartes había dicho
“cogito, ergo sum”, ahora habría que decir “edo, ergo sum”, “como luego
existo”.
Poder comer y poder descomer
es sentirse poderoso.
Poder comer es también poder
no comer. Muchas veces la estética se una a la dietética y prefieren la belleza
a la comida.
El placer del “tipo” prima
sobre el placer de “comer”, (todos sabemos de la anorexia,….).
Nos gusta comer, a todos,
mucho y bien PERO….ahora llega la parte racional del comer, ¿y el colesterol,
el azúcar, los triglicéridos,…?.
Lo que nos gustaría hacer no
coincide con lo que debemos hacer, y esto va a primar.
Adiós a la panceta, a los
torreznos y a la manteca colorá; adiós a los pasteles, tartas….
Y lo hacemos.
Pero no es que perdamos
poder.
Hemos metabolizado el poder.
Podemos hacerlo, aunque no
nos guste.
El hacerlo es un medio.
El poder excluir ciertos
alimentos, el poder prescindir de ellos, es también un poder.
La vida y el poder concentrados
en la cabeza, en la boca y en el culo.
Pero en la mesa, al viejo le
gusta hablar poco.
Hablar es como una dispersión
del comer, mientras que la prisa es una manifestación de poder.
Entre poder hablar y comer
despacio o poder no hablar y comer de prisa, el viejo elige lo segundo, como si
se le pudiera acabar el tiempo.
Comer para reanudar la vida
laboral es muy distinto a comer para simplemente seguir vivo.
Cuando el viejo, pues, salga
de viaje, lo que no se le pueden olvidar son las pastilla para el estómago y
las pastilla para ir al water.
El equivalente al neceser de
una joven (barra de labios, pinzas de depilar, espejito de aumento, coloretes,
majujes varios y variados…) son los laxantes del viejo.
Ambos quieren estar bien,
aunque cada uno lo entienda de manera distinta ese “estar bien”.
Además (a recordar), el papel
del water es igual o más necesario que la esponja de la ducha.
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