FUNCIÓN
SOCIAL DE LA RELIGIÓN.
Es sabido por mis lectores
que este agnóstico siempre ha sido un acérrimo defensor de la Semana Santa malagueña y los
tronos en la calle.
Y no es, evidentemente, por
su religión (no he dicho “religiosidad”) sino por considerar a la Semana Santa como un fenómeno
cultural y social.
Dichos conceptos, “cultural”
y “social” son caminos alternativos o modos relacionados de considerar los
mismos fenómenos.
El hecho religioso, como
cultura, es un sistema ordenado de valores y creencias por los que muchos
hombres se orientan en la vida.
El hecho religioso, como
sociedad, es ese conjunto de personas que actúan e interactúan en base a un
modelo cultural y es esto lo que da lugar a la existencia de que sea un
fenómeno social.
El mismo hecho y dos
funciones distintas aunque, muchas veces, independientes o conjuntas.
A la sociedad moderna
occidental suele calificársela como secularizada, entendiendo por
“secularización” la emancipación de amplias áreas sociales –política, arte,
moral, educación, ideología,…-respecto a la tutela de lo religioso.
Una ciudadanía secularizada
está, exclusivamente, bajo la responsabilidad de sus ciudadanos, que han
aprendido a convivir sin la protección de las religiones.
Esta progresiva
secularización es la que acarrea la crisis de las religiones.
Proceso de secularización que
no es totalmente moderno sino que comenzó ya en la
Baja Edad Media, cuestionando el régimen de
cristiandad, incrementándose en el Renacimiento hasta desembocar en la Modernidad , con el
empujón de la Ilustración
y el triunfo de la Razón ,
lo que aceleró la progresiva desaparición de las falsas formas religiosas y de
la concepción equivocada de lo sagrado, así como de los tabúes y prácticas
mágicas o supersticiosas.
Hay, sin embargo, un proceso
de “secularización débil” que hace compatible el talante religioso de muchos
ciudadanos y el uso de la
Razón.
Pero también existe el
proceso de “secularización fuerte”, denominado “secularismo” que repulsa el
bloque entero de lo religioso, el “ateísmo tradicional”, la otra dimensión de
la crisis de las religiones.
La religión ha estado, desde
siempre, en la sociedad pero la crisis de la misma que ya comenzó con los
ilustrados, se aceleró en el siglo XIX y se asentó entre nosotros en el XX, y
aquí sigue, en el XXI.
Esa negación de Dios, ese
desligarse de Él, puede provenir de ámbitos distintos, desde lo personal a lo
científico, desde lo social a lo ideológico.
Y decimos “ateísmo” (vivir
sin Dios, no necesitar a Dios, desvincular de Dios la vida cotidiana,…) y no
“anti-teísmo.
Y, junto a estos conceptos de
“secularización” y “ateísmo” está el concepto de “laicización” que, unido a los
dos anteriores tiene como finalidad la autonomía del Estado respecto a las
religiones.
Pero el “laicismo” no es la
religión de los no creyentes, ni un sucedáneo de la religiosidad, ni un momento
anti-religioso, sino que es la expresión más moderna y perfilada del proceso
histórico de secularización que alumbró los derechos y libertades fundamentales
del ciudadano actual y permitió la consolidación de las instituciones
democráticas que hacen posible nuestra convivencia en libertad y el acceso de
todos los miembros de la comunidad a bienes y servicios que garantizan un
mínimo de igualdad.
Yo, en mis clases, siempre
intenté hacer ver a mis alumnos que ser “laico” (como yo) no era ser “laicista”
que es el fanático que intenta que todos sean laicos y abandonen su creencia
religiosa.
Mi convivencia se pone de
manifiesto en los desfiles procesionales, en que mi comportamiento social no se
distingue del de un creyente, mientras que el “laicista” estaría murmurando,
gritando,… contra ese fenómeno social de la religión.
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