4.- DIÁLOGO CONTEMPLATIVO.
Se puede entablar diálogo con
los hombres y con las cosas para dominarlas y ponerlas a nuestro servicio (y,
en muchos casos, es legítimo y rentable), pero también es posible iniciar una
relación con el otro para venerarlo, para adorarlo, para quedarse extasiado.
Así se han acercado a la
realidad los poetas, los místicos, los orientales.
No hablan, escuchan sobre
todo el rumor del universo.
No se acercan a las cosas, se
alejan de ellas, dejan un espacio libre entre ambos para que la realidad
inmensa, misteriosa, enigmática y fascinadora tenga un ámbito propio en que
destellar.
El comienzo no comienza con
un paso adelante, sino con un retroceso, para que ella brille.
Es que la realidad no es sólo
un instrumento a manejar, sino una presencia a distancia para venerar. Las
cosas y el hombre.
El hombre, como fin en sí
mismo, totalidad casi acabada, un casi cielo en la tierra, “res sacra” –que
diría Séneca, o esa “manera finita de ser Dios” –como le gusta nombrarlo a
Zubiri.
Sólo las almas piadosas
pueden captar el misterio profundo de la personalidad.
Hay que tener algo especial
para no atropellar a lo creado.
Estos hombres, los
contemplativos, no atropellan nada, lo respetan todo, no cogen el misterio, se
dejan recoger por él. No atrapan en sus mallas la realidad, quedan ellos
prendidos de la misma.
Y es que la intimidad, si no
se la molesta, si se la respeta, si se la escucha sin tocarla, ella sola se
expresa y se desvela libremente.
La intimidad no está hecha
para intrusos.
Dialogar así, sin hablar, es
contemplar, es escuchar, es callar.
Y si alguna vez se habla de
ella, con ella, el lenguaje de la calle no sirve, es el lenguaje de la poesía.
“Palabras como flores” –dice
Hölderlin, no palabras como computadores.
Ante el misterio el lenguaje
es el balbuceo, el casi no hablar, el musitar alguna pálida palabra.
5.- DIÁLOGO EFUSIVO.
La estructura económica y
social que rodea a la persona y que es la columna vertebral de la sociedad mete
tanto ruido que imposibilitan la manera de escuchar, perturbando su mirada.
Las condiciones ideales para
el diálogo –dice Habermas- es cuando la comunicación no está deteriorada por
influjos contingentes externos, ni por represiones internas.
Eso se dará cuando los
participantes no engañen ni intenten engañar a los demás ni a sí mismo, cuando
quede excluido todo privilegio entre los participantes.
En una palabra, cuando no se
busque más que la verdad, cuando haya libertad plena en los participantes y se
dé justicia de modo que cada uno se halle ante los demás en situación de
igualdad, pero igualdad real, no meramente formal.
Para ello debe prevalecer el
deseo de dejarse iluminar por el otro y no intentar, desde el primer momento,
apagarle la vela.
O, lo que es lo mismo, las
palabras y el diálogo auténticos tienen que estar traspasados por el fuego del
amor.
Es el amor verdadero el que
te identifica, el que te instala desinteresadamente en el otro.
No es que el amor entienda
pero lo que sí hace es que te une substancialmente al otro y es entonces,
cuando el otro se siente querido, cuando se inicia la revelación.
Se desvelan, entonces, ambos,
el amante y el que siente amado,
Dialogar, entonces, ya no es
sólo cuestión de cabeza, tiene que ver también el corazón.
Es probable –dice
Malraux- que un creyente vea en la
trascendencia el más poderoso medio de comunicación.
Si el hombre no es más que un
robot, todo materia, pero sin corazón, todo lo puede pisar.
Si el diálogo auténtico es
cuestión de respeto también el no creyente puede estar en el sitio ideal para
dialogar.
Hay bases para una auténtica
comunicación, como las hay para la no comunicación.
Cada hombre es un punto de
vista.
La postmodernidad, pues,
apostando por el subjetivismo y la oscuridad, por la contradicción y la
parcialidad, el escepticismo y la precariedad, la penuria y el nihilismo,
aunque sea matizado, no establece bases serias para el diálogo, sólo para
monólogos, paralelos, tangentes o secantes, pero no para dialogar.
Tú tienes tus argumentos, yo
los míos, “encantado de conocerte” y hasta luego.
Donde no hay “logos” no puede
haber “diálogo”
Dialogar así es una faena
ilusoria, una acción utópica, porque cada uno está encerrado en su yo.
El hombre, por ser hombre,
está/debe estar abierto a todo y a todos, por lo que puede instalarse, de algún
modo, en el otro y quedar enriquecido por él, acercándose los dos, juntos,
hacia la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario