lunes, 1 de junio de 2020

FLORILOGIO 12 ( 8 ) DIÁLOGO CONTEMPLATIVO Y EFUSIVO, ( y 2 )



4.- DIÁLOGO CONTEMPLATIVO.

Se puede entablar diálogo con los hombres y con las cosas para dominarlas y ponerlas a nuestro servicio (y, en muchos casos, es legítimo y rentable), pero también es posible iniciar una relación con el otro para venerarlo, para adorarlo, para quedarse extasiado.

Así se han acercado a la realidad los poetas, los místicos, los orientales.
No hablan, escuchan sobre todo el rumor del universo.
No se acercan a las cosas, se alejan de ellas, dejan un espacio libre entre ambos para que la realidad inmensa, misteriosa, enigmática y fascinadora tenga un ámbito propio en que destellar.

El comienzo no comienza con un paso adelante, sino con un retroceso, para que ella brille.
Es que la realidad no es sólo un instrumento a manejar, sino una presencia a distancia para venerar. Las cosas y el hombre.

El hombre, como fin en sí mismo, totalidad casi acabada, un casi cielo en la tierra, “res sacra” –que diría Séneca, o esa “manera finita de ser Dios” –como le gusta nombrarlo a Zubiri.

Sólo las almas piadosas pueden captar el misterio profundo de la personalidad.
Hay que tener algo especial para no atropellar a lo creado.

Estos hombres, los contemplativos, no atropellan nada, lo respetan todo, no cogen el misterio, se dejan recoger por él. No atrapan en sus mallas la realidad, quedan ellos prendidos de la misma.

Y es que la intimidad, si no se la molesta, si se la respeta, si se la escucha sin tocarla, ella sola se expresa y se desvela libremente.
La intimidad no está hecha para intrusos.

Dialogar así, sin hablar, es contemplar, es escuchar, es callar.
Y si alguna vez se habla de ella, con ella, el lenguaje de la calle no sirve, es el lenguaje de la poesía.
“Palabras como flores” –dice Hölderlin, no palabras como computadores.

Ante el misterio el lenguaje es el balbuceo, el casi no hablar, el musitar alguna pálida palabra.

5.- DIÁLOGO EFUSIVO.

La estructura económica y social que rodea a la persona y que es la columna vertebral de la sociedad mete tanto ruido que imposibilitan la manera de escuchar, perturbando su mirada.

Las condiciones ideales para el diálogo –dice Habermas- es cuando la comunicación no está deteriorada por influjos contingentes externos, ni por represiones internas.

Eso se dará cuando los participantes no engañen ni intenten engañar a los demás ni a sí mismo, cuando quede excluido todo privilegio entre los participantes.
En una palabra, cuando no se busque más que la verdad, cuando haya libertad plena en los participantes y se dé justicia de modo que cada uno se halle ante los demás en situación de igualdad, pero igualdad real, no meramente formal.

Para ello debe prevalecer el deseo de dejarse iluminar por el otro y no intentar, desde el primer momento, apagarle la vela.

O, lo que es lo mismo, las palabras y el diálogo auténticos tienen que estar traspasados por el fuego del amor.
Es el amor verdadero el que te identifica, el que te instala desinteresadamente en el otro.

No es que el amor entienda pero lo que sí hace es que te une substancialmente al otro y es entonces, cuando el otro se siente querido, cuando se inicia la revelación.

Se desvelan, entonces, ambos, el amante y el que siente amado,

Dialogar, entonces, ya no es sólo cuestión de cabeza, tiene que ver también el corazón.

Es probable –dice Malraux-  que un creyente vea en la trascendencia el más poderoso medio de comunicación.

Si el hombre no es más que un robot, todo materia, pero sin corazón, todo lo puede pisar.
Si el diálogo auténtico es cuestión de respeto también el no creyente puede estar en el sitio ideal para dialogar.

Hay bases para una auténtica comunicación, como las hay para la no comunicación.
Cada hombre es un punto de vista.

La postmodernidad, pues, apostando por el subjetivismo y la oscuridad, por la contradicción y la parcialidad, el escepticismo y la precariedad, la penuria y el nihilismo, aunque sea matizado, no establece bases serias para el diálogo, sólo para monólogos, paralelos, tangentes o secantes, pero no para dialogar.
Tú tienes tus argumentos, yo los míos, “encantado de conocerte” y hasta luego.

Donde no hay “logos” no puede haber “diálogo”
Dialogar así es una faena ilusoria, una acción utópica, porque cada uno está encerrado en su yo.

El hombre, por ser hombre, está/debe estar abierto a todo y a todos, por lo que puede instalarse, de algún modo, en el otro y quedar enriquecido por él, acercándose los dos, juntos, hacia la luz.

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