DIALOGAR.
“Dialoguemos”,
“tenemos/tenéis que dialogar”, “es necesario el diálogo”…
Hace algún tiempo escribí un
artículo con el título: “El Mito del Diálogo”
Igual que no hay UNA manera
de hablar, sino muchas, igualmente no hay UNA manera de dialogar, sino muchas.
Además de que, muchísimas
veces, dialogar es la yuxtaposición paralela de varios monólogos, nada de
diálogo.
1.- DIÁLOGO AGRESIVO.
Puede iniciarse un diálogo,
pero obligándole al otro a hablar.
Sí, se establece una
comunicación, pero ésta es agresiva porque al obligarle al otro a hablar no se
respeta su libertad (a poder no querer).
Si una pelota se le escapa al
niño por una pendiente y decimos que: “una esfera perfecta rueda por un plano
inclinado y sin roces” por lo que se le aplica “la ley del plano inclinado”.
Un hecho infantil, frustrante,
ha quedado reducido a un teorema y todo está escrito en lenguaje matemático, lo
hemos desvirtuado.
Sabemos que con la tecnología
que tenemos podemos transformar el mundo de muchas maneras.
Pero es que con el diálogo
podemos dominar a la persona con la que simulamos dialogar. Y esto es muy
rentable porque podemos conseguir que el otro hable como yo quiero, que me
compre siempre, que sea mi “cliente”, que me sirva siempre, que sea mi
militante, que deposite la papeleta con mi nombre en la urna, que sea mi
votante.
Porque el diálogo no ha sido
auténtico diálogo, con exposición de argumentos, sino una batalla en la que yo
he salido ganador porque he asfixiado sus argumentos nada más empezar a hablar.
Yo no quería dialogar para
confrontar argumentos sino para ganar en esa batalla de palabras en la que
“vencer” es “convencer” y una vez convencido el diálogo ha desaparecido y sólo
hay un monólogo, el mío, el del vencedor, y el “diálogo” ha quedado en
“monólogo”
¡Qué bien lo sabían y qué
bien lo practicaban los sofistas griegos!
La única verdad es la del
vencedor.
Dialogar así es una manera de
“manipular”.
Dialogar no ha sido ponerse
en el punto de vista del otro sino, en buena parte, es escucharse a sí mismo
con el otro como oyente de testigo
¡Qué bien lo saben y lo
practican los expertos en “dinámica de grupos” en la que se comprueba que, en
términos de comunicación, la persona más activa es el líder, el que tiene más
poder, porque habla más, porque habla mejor, porque no deja hablar, porque
monopoliza la conversación, porque no deja de monologar.
Una de las razones
explicativas de la comunicación es el deseo de control y dominio de los demás,
no de contrastar argumentos.
El líder “vence
convenciendo”, así ya tiene asegurado un seguidor al que ha apabullado sin
haberlo dejado hablar y haberse ido imbuyendo del monólogo del vendedor.
2.- DIÁLOGO AUTOPRESENTATIVO
Relacionado con la
“motivación del poder” está la “motivación del prestigio”
Los hombres hablan o dialogan
con los otros para adquirir prestigio, para ejercer una especie de fascinación
sobre los otros, para hacerlos nuestros admiradores.
Es lo que ocurre en el
escenario de un teatro, en el que los actores representan cada uno un papel,
pidiendo que el público aplauda.
Loa individuos se revisten de
ciertos roles sociales y procuran proporcionar una representación creíble del
personaje que se supone va con ese rol, dando muestras de valor, modestia o
sagacidad, según lo exija la ocasión.
Hablar o dialogar con el otro
es una permanente manera de acicalamiento personal puesta la mirada en el de
enfrente para atraer su atención, una especie de coquetería para que el otro lo
reconozca como superior, con más prestigio.
No es un auténtico diálogo en
que se confronten argumentos.
3.- DIÁLOGO EVASIVO.
Se puede hablar para muchas
cosas, también para evadirse.
Heidegger lo llama
“charlatanería” y consiste en habla de las cosas sin comprenderlas
verdaderamente, repitiendo simplemente lo que “se dice”.
Entonces el habla más que
apertura al mundo y diálogo con el entorno. Son las “habladurías”, como cuando
subes en el ascensor con otra persona y, mirando de reojo por qué piso va,
habas del tiempo, de los políticos, de la corrupción,… pero no “porque” te
interese, sino “para” matar ese tiempo que te falta para llegar a tu planta.
“Dicen que…”,
La autoridad es la tele, la
radio, “lo dice todo el mundo”, es la “opinión pública”,…y nadie duda de nada,
no se pone en cuestión lo oído, visto o leído.
Podías no haber abierto la
boca y sería igual que lo que has dicho al hablar.
Ahí, en el ascensor, nadie
dice nada, “se dice”.
El que se evade no está en
nada.
No puede dialogar en serio de
nada.
Una forma de evadirse es
pasar por todas las cosas, sin apenas rozarlas, sin posarse en ellas.
Es el curioso que todo lo
toca, que salta enseguida de una cosa a otra sin detenerse, cambia
constantemente y, al final, no entiende.
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