“Estamos
alimentando a nuestros propios sepultureros”
Esos dos denominados
“progresos”, ausentes de meta final (incluso antimeta) y sin valores (al ser
sólo subjetivos) es a lo que se llama “progresismo”, el progreso por el
progreso, el cambio por el cambio.
Avanzar y avanzar sin saber a
dónde pero alejándonos, huyendo, del pasado y rechazando la tradición (algo ya
inservible) y que comenzó ya en el Renacimiento).
Una huida hacia adelante, como si lo
posterior, sólo por ser posterior, ya era mejor que lo anterior.
Se rinde culto al futuro, por
el futuro, pero el cambio puede ser a mejor o a peor.
Si lo posterior es mejor no
puede ser sólo por ser posterior, habrá de ser por un criterio distinto, no
sólo por el criterio tiempo.
¿Qué es la utopía sino un
ideal que, por definición, no puede alcanzarse, pero que guía el proceso?
Es la zanahoria atada al palo
que nunca la morderá el burro pero que lo obliga a caminar.
Negando el pasado, del que
procedemos, y totalmente vertidos a un futuro sin fin, el “progresismo” (el
culto al progreso por el progreso) acaba siendo perverso, porque produce el
olvido y la alienación del presente, que es lo único real y que está dispuesto
a sacrificar a las generaciones presentes en nombre de un futuro utópico, por
definición inalcanzable.
Afirmar el valor y la
dignidad humana, independientemente de su sexo, raza, condición social,
religión,…o la expresión kantiana de que “el hombre es un fin en sí mismo” y no
u “medio de” ni “para”…sería la expresión del cristianismo al considerar a
todos los hombres iguales ante Dios, todos hermanos.
Si embargo ese denominado
“progresismo” se sacrifica y sacrifica a los demás considerándolos medios para
esa utopía que nunca llegará a ser real.
Ninguna generación vale por
lo que de ella surja, sino por lo que ella es en sí misma.
No vale si no se está en
función del futuro, pero no exime que también se mire al pasado, de donde
venimos, no para repetirlo sino para guiarnos hacia el futuro, creando las
condiciones medioambientales, sociales,… para las generaciones futuras, sin,
por ello, despreciar o menospreciar el presente.
Ninguna persona, ninguna
generación, es/ni puede ser un mero eslabón cuya misión sea sólo engarzar desde
uno anterior con otro posterior.
Cada uno/cada una ya es una
cadena en sí misma, con sus actos como eslabones en la conformación de su
persona.
La idea, moderna, que se
tiene de la religión es de una posición reaccionaria, contraria a la idea de
progreso, lo que tiene razones históricas.
¿Es la secularización la
muerte del cristianismo o es, sólo, su maduración?
“Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios” es uno de los mensajes del cristianismo, por
lo tanto, la “autonomía del mundo” (César) y la Religión (Dios) nos
llevaría a no mezclar churras con merinas, sino que ambas ovejas o autoridades
pueden convivir sin meterse una(s) en el terreno de la(s) otras(s).
Sin embargo sí se han metido
una con la otra queriendo ocupar todo el terreno, con reproches y negaciones
mutuas.
Son dos dimensiones distintas
que no tenían que estar enfrentadas, aunque sí separadas.
Pero la secularización
alcanzó, muy pronto, unos tintes antirreligiosos, queriendo ocupar todo el
campo y negándole legitimidad a la religión.
En tiempos pasados fue la
ruptura entre Razón y Fe (porque ésta había ocupado todo el campo en le Edad
Media) y ahora es la ruptura entre Razón y Libertad, que sólo puede haberla en
el campo secular (el hombre religioso no es libre sino súbdito, heterónomo,
fiel, obediente, esclavo,…)
Si, entonces, el Tribunal
Supremo era la Fe ,
ahora ese puesto quiere ocuparlo la
Razón (versión físico-matemática, instrumental) triunfante y
vigente, negando todo aquello que no pase por su filtro.
Se niegan los derechos de la
dimensión religiosa y se la reduce a un lenguaje mítico que reviste sólo
preceptos morales para mentalidades inmaduras, incapaces de pensar por sí mismo
y prometiéndoles la felicidad eterna o el castigo eterno tras la muerte, en la
otra vida posterior.
La religión es vista como
algo alienante e inhumano, negadora de esta vida, hipotecándola por y para la
otra.
Se pretende construir la
ciudad secular ocupando todo el solar, no sólo con autonomía sino negando toda
posible trascendencia religiosa.
La verdad sólo es, en
exclusiva, la verdad científica y cuantitativa y la ética es exclusivamente
subjetivista y con el criterio de utilidad, individual (en esta vida) y social,
pero nada que ver con el más allá.
Las consecuencias las
conocemos: el individualismo liberal, el capitalismo, el mesianismo socialista,
la pérdida del sentido de la trascendencia, la explotación y dominación de unos
individuos sobre otros, de unas clases sobre otras y de unas naciones sobre
otras.
Aunque en las mismas filas de
la secularización han surgido voces críticas, como la Escuela de Frankfurt y su
crítica de la Razón Instrumental ,
o antes el Husserl de “La crisis de las ciencias europeas) y, posteriormente
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