jueves, 25 de junio de 2020

FLORILEGIO 15 ( 7 ) RELIGIÓN Y PROGRESO ( 2 )

“Estamos alimentando a nuestros propios sepultureros”

Esos dos denominados “progresos”, ausentes de meta final (incluso antimeta) y sin valores (al ser sólo subjetivos) es a lo que se llama “progresismo”, el progreso por el progreso, el cambio por el cambio.

Avanzar y avanzar sin saber a dónde pero alejándonos, huyendo, del pasado y rechazando la tradición (algo ya inservible) y que comenzó ya en el Renacimiento).
 Una huida hacia adelante, como si lo posterior, sólo por ser posterior, ya era mejor que lo anterior.

Se rinde culto al futuro, por el futuro, pero el cambio puede ser a mejor o a peor.

Si lo posterior es mejor no puede ser sólo por ser posterior, habrá de ser por un criterio distinto, no sólo por el criterio tiempo.

¿Qué es la utopía sino un ideal que, por definición, no puede alcanzarse, pero que guía el proceso?
Es la zanahoria atada al palo que nunca la morderá el burro pero que lo obliga a caminar.

Negando el pasado, del que procedemos, y totalmente vertidos a un futuro sin fin, el “progresismo” (el culto al progreso por el progreso) acaba siendo perverso, porque produce el olvido y la alienación del presente, que es lo único real y que está dispuesto a sacrificar a las generaciones presentes en nombre de un futuro utópico, por definición inalcanzable.

Afirmar el valor y la dignidad humana, independientemente de su sexo, raza, condición social, religión,…o la expresión kantiana de que “el hombre es un fin en sí mismo” y no u “medio de” ni “para”…sería la expresión del cristianismo al considerar a todos los hombres iguales ante Dios, todos hermanos.
Si embargo ese denominado “progresismo” se sacrifica y sacrifica a los demás considerándolos medios para esa utopía que nunca llegará a ser real.

Ninguna generación vale por lo que de ella surja, sino por lo que ella es en sí misma.

No vale si no se está en función del futuro, pero no exime que también se mire al pasado, de donde venimos, no para repetirlo sino para guiarnos hacia el futuro, creando las condiciones medioambientales, sociales,… para las generaciones futuras, sin, por ello, despreciar o menospreciar el presente.

Ninguna persona, ninguna generación, es/ni puede ser un mero eslabón cuya misión sea sólo engarzar desde uno anterior con otro posterior.
Cada uno/cada una ya es una cadena en sí misma, con sus actos como eslabones en la conformación de su persona.

La idea, moderna, que se tiene de la religión es de una posición reaccionaria, contraria a la idea de progreso, lo que tiene razones históricas.

¿Es la secularización la muerte del cristianismo o es, sólo, su maduración?

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” es uno de los mensajes del cristianismo, por lo tanto, la “autonomía del mundo” (César) y la Religión (Dios) nos llevaría a no mezclar churras con merinas, sino que ambas ovejas o autoridades pueden convivir sin meterse una(s) en el terreno de la(s) otras(s).

Sin embargo sí se han metido una con la otra queriendo ocupar todo el terreno, con reproches y negaciones mutuas.

Son dos dimensiones distintas que no tenían que estar enfrentadas, aunque sí separadas.

Pero la secularización alcanzó, muy pronto, unos tintes antirreligiosos, queriendo ocupar todo el campo y negándole legitimidad a la religión.

En tiempos pasados fue la ruptura entre Razón y Fe (porque ésta había ocupado todo el campo en le Edad Media) y ahora es la ruptura entre Razón y Libertad, que sólo puede haberla en el campo secular (el hombre religioso no es libre sino súbdito, heterónomo, fiel, obediente, esclavo,…)

Si, entonces, el Tribunal Supremo era la Fe, ahora ese puesto quiere ocuparlo la Razón (versión físico-matemática, instrumental) triunfante y vigente, negando todo aquello que no pase por su filtro.

Se niegan los derechos de la dimensión religiosa y se la reduce a un lenguaje mítico que reviste sólo preceptos morales para mentalidades inmaduras, incapaces de pensar por sí mismo y prometiéndoles la felicidad eterna o el castigo eterno tras la muerte, en la otra vida posterior.

La religión es vista como algo alienante e inhumano, negadora de esta vida, hipotecándola por y para la otra.

Se pretende construir la ciudad secular ocupando todo el solar, no sólo con autonomía sino negando toda posible trascendencia religiosa.

La Iglesia, por su parte, se defiende criticando el proceso de secularización, en parte porque ha perdido tanto el poder como la influencia social que tuvo en otros tiempos.

La verdad sólo es, en exclusiva, la verdad científica y cuantitativa y la ética es exclusivamente subjetivista y con el criterio de utilidad, individual (en esta vida) y social, pero nada que ver con el más allá.

Las consecuencias las conocemos: el individualismo liberal, el capitalismo, el mesianismo socialista, la pérdida del sentido de la trascendencia, la explotación y dominación de unos individuos sobre otros, de unas clases sobre otras y de unas naciones sobre otras.


Aunque en las mismas filas de la secularización han surgido voces críticas, como la Escuela de Frankfurt y su crítica de la Razón Instrumental, o antes el Husserl de “La crisis de las ciencias europeas) y, posteriormente 

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