Un "oh" de
turbación se eleva de entre el pueblo apiñado detrás de las barandillas. Critón
oculta el rostro entre las manos. El canciller, después de una breve pausa,
retoma la palabra:-Y ahora, según la ley de Atenas, pedimos al condenado que
proponga él mismo una pena alternativa.
Sócrates vuelve a ponerse de
pie, mira alrededor y abre los brazos en señal de desconsuelo.
-¿Una pena alternativa? ¿Y
qué he hecho para merecer una pena? Durante toda la vida he descuidado mis
intereses personales, mi familia y mi casa. Nunca he aspirado a mandos
militares ni a honores públicos. No he participado en conjuras ni en otras
formas de sedición. ¿Qué penas corresponden a quien ha hecho esto? No quisiera
equivocarme, pero creo tener derecho sólo a un premio, el de ser alojado y
mantenido en el Pritaneo (uno de los edificios que albergaba a
miembros de la Asamblea.
Esto era un honor reservado a atletas y otros ciudadanos
importantes) a expensas del Estado.
Un coro de protestas cubre
estas últimas palabras. La absurda solicitud del filósofo, para muchos jueces, suena
como una tomadura de pelo o una verdadera provocación. Sócrates mismo se da
cuenta de que ha exagerado. Vuelve a tomar la palabra y procura apaciguar al
auditorio:
-De acuerdo, de acuerdo, mis
queridos conciudadanos: me hago cargo de que me habéis entendido mal. Algunos
han tomado mi sentido de la justicia por un acto de arrogancia. Pero decidme
con franqueza: ¿qué podría haber propuesto como pena? ¿La cárcel? ¿El exilio?
¿Una multa en dinero? ¿Y qué multa podría pagar yo, que nunca he enseñado por
dinero? Como mucho, estaría en condiciones de ofrecer una mina de plata.
La protesta se hace más
rabiosa. Una mina de plata es poco más que nada como alternativa a una
sentencia de muerte. Parece como si Sócrates estuviera haciendo lo imposible para
ser condenado.
-Está bien -suspira Sócrates,
señalando a Critón y a sus otros discípulos-. Aquí están mis amigos que
insisten para que me multe a mi mismo por treinta minas. Ellos mismos, según
parece, se ofrecen como garantes.
Comienza así la segunda
votación: condena a muerte o multa por treinta minas. Lamentablemente, la
primera "pena" propuesta por el filósofo (la de ser alojado y
mantenido en el Pritaneo a expensas del estado) ha irritado de tal modo a los
jueces, que muchos de los que en un primer momento se habían puesto de su
parte, ahora se le ponen en contra. Esta vez los guijarros de la urna negra son
mucho más numerosos: 360 contra 140.
-Ciudadanos atenienses
-concluye ya Sócrates-, temo que hayáis asumido una gran responsabilidad ante la Polis. Era viejo:
bastaba con esperar y la muerte habría llegado por sí misma, de modo natural.
Actuando así no tenéis ni siquiera la seguridad de haberme castigado. ¿Sabéis
por ventura qué es morir? Con seguridad, una de estas dos cosas: o un caer en
la nada, o transmigrar a otra parte.
En la primera hipótesis, creedme,
la muerte podría ser una gran ventaja: no más dolores, no más sufrimientos; en
el segundo caso, en cambio, tendría la suerte de encontrarme con muchísimos
personajes excepcionales. ¿Cuánto pagaría cada uno de vosotros por hablar cara
a cara con Orfeo, con Museo, con Homero o con Hesíodo? ¿O con Palamedes y con Ayax de Telamón que murieron ambos por haber sido
tratados de manera injusta? Pero ha llegado la hora de partir: yo a morir y
vosotros a vivir. Quien de nosotros ha tenido mejor destino es oscuro para
todos, fuera de los dioses.
¿Por qué fue condenado a
muerte Sócrates?
A 2.400 años de distancia
todavía hay quien se hace esta pregunta. Los hombres, para vivir, tienen
necesidad de certezas, y cuando éstas no existen, hay siempre alguien que se
las inventa por el bien común. Ideólogos, profetas, astrólogos, unos de buena
fe, otros sólo por interés, sacan a la luz continuamente verdades con que
aliviar las angustias de la sociedad. Si entonces llega un hombre a sostener
que no hay nadie que verdaderamente sepa algo, entonces ese hombre se convierte
súbitamente en el enemigo público número uno de los políticos y de los
sacerdotes. ¡Ese hombre debe morir!
Platón ha dedicado al proceso
y muerte de Sócrates cuatro diálogos: 1.- El Eutifrón, donde vemos al filósofo,
aún en libertad, dirigirse al tribunal para conocer las acusaciones de que lo
ha hecho objeto Meleto; 2.- la
Apología , con la descripción del proceso; 3.- el Critón, con la visita en la cárcel de su
amigo más querido; 4 .- el Fedón, con los últimos instantes de su vida y su
discurso sobre la inmortalidad del alma.
Son obras que los editores
publican una y otra vez sin cesar, incluso reuniéndolas en un solo volumen, y
nosotros aconsejamos su lectura a todos los que quieran conocer más a fondo el
carácter y las ideas del gran filósofo.
Sócrates no fue ajusticiado
inmediatamente después del proceso.
Justamente en esos días había
partido la embajada a Delos y la tradición quería que durante el viaje de la Nave Sagrada se
prohibieran las ejecuciones capitales. Después de unos veinte días lo
encontramos aun en la cárcel con su paisano y coetáneo, Critón.
Es el alba: Sócrates duerme
aún y Critón se sienta a su lado en silencio.
En un momento dado el
filósofo se despierta de golpe; ve a su amigo y le pregunta:
-¿Qué haces aquí, Critón, a
esta hora? ¿No es demasiado pronto para las visitas?
-Sí, es temprano: es apenas
el alba.
-¿Y cómo has hecho para
entrar?
-He dado una propina al
servidor de los Once.
-¿Y estás aquí hace mucho?
-Así es.
-¿Y por qué no me has
despertado en seguida?
-Porque dormías tan
tranquilo, que me daba lástima despertarte -responde Critón-· ¡Me pregunto cómo
puedes encontrar tanta serenidad en medio de semejante desventura!
-Extraño sería lo contrario,
Critón -responde Sócrates sonriendo-· Piensa qué ridículo sería si, a mi edad,
sintiese amargura por tener que morir.
Critón, en el diálogo que
lleva su nombre, la conversación es normal: el maestro habla y él lo interrumpe
sólo para decir "dices la verdad, Sócrates", o "Eso es,
Sócrates".
Sócrates habla y habla y
advertimos que el diálogo no es sino un monólogo de Sócrates.
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