lunes, 8 de julio de 2019

SÓCRATES: BIOGRAFÍA ( 6 ) RECREACIÓN DEL PROCESO Y CONDENA (Según Di Crescenzo) ( A )




A pesar de su valor militar, Sócrates, era un sujeto de grandes “convicciones morales” que lo llevaban a situarse, siempre, muy lejos de la violencia.

Ello no le libraría, sin embargo, de ser acusado y condenado a beber cicuta (como exponemos en otro post).

El proceso lo cuenta Platón en su diálogo de Juventud “La Apología de Sócrates”.

La justicia, en los tiempos de Pericles, estaba organizada del siguiente modo: los arcontes, al principio de cada año, sorteaban seis mil atenienses de edad superior a treinta años, los “heliastes”, que constituían la Heliea, es decir el depósito del que, cada vez, habrían extraído los quinientos jueces de cada proceso.
El segundo sorteo, el definitivo, tenía lugar durante la mañana misma de la causa, para evitar que los imputados pudieran corromper a los jueces.

(Pensemos en voz alta lo que ellos pensarían)

Debían de ser muchos (quizá demasiados) los que se sintieran estúpidos ante él y, como todos saben, nadie es más vengativo que quien se da cuenta de que es inferior.
Así que -pensarían- si lo condenan a muerte, de nadie tendrá que quejarse Sócrates más que de sí mismo, porque les habría parecido un individuo muy presuntuoso.
Pero si declara a todos que no sabe nada, que es un ignorante…

Esa presunción sería ya el colmo.

Es como si dijera a todos los hombres:"Yo soy un ignorante, ¡pero tú que no sabes que lo eres, eres aún más ignorante que yo!"
Pues bien, es natural que si te empeñas en seguir esa senda y el interlocutor lo interpreta como in insulto, antes o después, alguno reaccione y te lo haga pagar.
Y es que, siendo así, como era, resultaba extraño que hubiera llegado a los setenta años sin haber sido exiliado ni una sola vez por “ostracismo”, lo que estaba  muy en boga en aquellos tiempos, una especie de elección al revés.

Cuando un ateniense se convencía de que un conciudadano podía dañar de algún modo a la polis, sólo tenía que ir hasta el ágora y escribir el nombre de su enemigo en el  “ostracón” (concha o fragmento de cerámica sobre el que se escribía el nombre del ciudadano condenado al  OSTRACISMO)

Imaginarse la posible puesta en escena:

Se presenta Sócrates. Tiene un aspecto sereno: lleva puesto el acostumbrado tribon y camina apoyándose en un bastón de roble.

-Ahí está ese viejo irreductible -exclama Calión-.Si lo miras, parece que, más que a un proceso por impiedad, se dirija a un banquete: ¡sonríe, se detiene hablar con los amigos y saluda a todos los que ve!

-¡Es el mismo pesado de siempre! -protesta Eutímaco, más rabioso que nunca-. Entre otras cosas, no se da cuenta de que el pueblo lo considera culpable y quisiera verlo asustado y suplicante.

Entretanto, Sócrates ha subido al tribunal: se ha puesto a la izquierda del arconte-rey y espera con paciencia a que el canciller declare abierto el proceso.

-Heliastas -proclama el canciller del tribunal-, los dioses han elegido vuestros nombres de la urna para que podáis absolver o condenar a Sócrates, hijo de Sofronisco, de la acusación de impiedad hecha contra él por Meleto, hijo de Meleto.

En Grecia los imputados, cultos o analfabetos -lo mismo daba-, debían defenderse solos y, cuando no se sentían en condiciones de hacerlo, tenían la posibilidad, antes del proceso, de convocar a un Logógrafo
(Retórico que en la antigua Grecia componía discursos o defensas por encargo de otra persona).

-Tiene la palabra Meleto, hijo de Meleto -anuncia el canciller, indicando a un joven de pelo rizado y rebuscado en su forma de vestir. Meleto sube a la pequeña tribuna reservada a la acusación: su rostro es altanero y doloroso, como es lícito esperar de un poeta trágico. Quiere dar la impresión de que no le agrada tener que ensañarse con un viejo como Sócrates.

-¡Jueces de Atenas! -comienza a decir el joven, haciendo girar lentamente sus ojos para cubrir todo el arco de los jueces que tiene frente a sí-. Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de corromper a los jóvenes, de no reconocer a los dioses que la ciudad reconoce, de creer en los daimones y de practicar cultos religiosos extraños a nosotros.

Un largo murmullo sale de la multitud: el ataque es seco y preciso. Meleto calla unos instantes para subrayar mejor la gravedad de lo que acaba de decir. Después vuelve a hablar recalcando cada palabra:

-Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de ínmiscuirse en cosas que no le atañen; de investigar sobre lo que hay bajo tierra y lo que hay sobre el cielo y de discurrir con todos y acerca de todo, intentando siempre hacer aparecer como mejor la razón peor. ¡Por estos delitos solicito a los atenienses que se lo envíe a muerte!

En esta última frase todos se vuelven hacia Sócrates para observar sus reacciones. El filósofo tiene en el rostro una expresión de asombro: más que un acusado, parece un espectador. Eutímaco golpea con el codo a Calión y comenta la situación, diciendo:

-Temo que Sócrates no se dé cuenta del lío en que se ha metido. Meleto tiene razón: todos saben que Sócrates no ha creído nunca en los dioses. Se dice que un día dijo: "Son las nubes, y no Zeus, quienes provocan la lluvia; de otro modo, si sólo dependiera de Zeus, veríamos llover también cuando el cielo está sereno."

-A decir verdad - objeta Calión-, es Aristófanes quien hace decir estas cosas a Sócrates y no Sócrates quien las dice.

Entretanto, el proceso prosigue su curso y, después de Meleto, suben a la tribuna otros dos acusadores: Anito y Licón.

-Me ha contado Apolodoro -dice Calión- que ayer por la noche Sócrates se negó a que Lisias lo ayude.

-¿Le había escrito un discurso de defensa?

-Sí, y parece que se trataba de un discurso extraordinario.

-Lo creo: ¡el hijo de Céfalo es el mejor de todos en Atenas! ¿Y cómo es que se negó?

-No sólo se negó, sino que hasta reprochó a Lisias por ofrecerse a ayudarlo. Le ha dicho: "Tú con tus triquiñuelas verbales querrías engañar a los jueces por mi bien. ¿Y cómo piensas conseguir lo que es bueno para mí, si al mismo tiempo urdes tramas contra las Leyes?

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