La función educadora –que
implica selección y formación con un profundo sentido ético-político- tiene en
la ciudad platónica una importancia de primer orden, pues de ella depende el
que se alcance el ideal de la comunidad social.
Platón no prescribe ninguna
educación especial para la tercera clase, la inferior, la de los artesanos y
comerciantes pero dedica largos pasajes, tanto en La República como en Las
Leyes, y con toda clase de pormenores, la que debe darse a los encargados de
las funciones defensivas y rectoras.
Tanto unos como otros deben
quedar exentos de cualquier oficio manual para poder dedicarse, exclusivamente,
a su preparación para las importantísimas funciones de defensa y de gobierno de
la ciudad.
La educación no consiste en
una simple enseñanza de la virtud, la cual no se adquiere por el solo
conocimiento.
Todas las almas, al venir a
este mundo, traen ya innatas todas sus ideas.
Pero es preciso, por una
parte, “despertarlas por medio de la reminiscencia”, haciéndoles volver sus
ojos a la luz y, al mismo tiempo, disciplinar sus tendencias inferiores
mediante el “ejercicio de la virtud”.
La educación de los miembros
pertenecientes a las dos clases superiores (defensores y gobernantes) comprende
dos ciclos: uno elemental (o preparatorio) y otro superior.
Sus diversas etapas
corresponden a los grados que Platón simboliza en las alegorías de la línea
dividida en segmentos y la de la caverna.
1.- CICLO ELEMENTAL.
Este primer ciclo es común a
todos los futuros guardianes, seleccionados entre los niños que parezcan mejor
dotados y se prolonga DESDE EL NACIMIENTO HASTA LOS 20 AÑOS.
Consiste en un régimen
combinado t armónico de cultura FÍSICA, INTELECTUAL Y MORAL.
Su objetivo es formar jóvenes
“sanos, robustos, ágiles y que no tengan necesidad de médicos” y, a la vez,
formar su carácter, su forma de ser y de comportarse, haciéndoles “valientes,
sagaces y despreciadores de los peligros” de manera que, así, sean aptos para
las funciones de la guerra.
Esta primera fase es poco
complicada y no está sujeta a ningún programa fijo.
Los niños deberán educarse
“como si estuvieran jugando” (Pedagogía Lúdica).
Consiste, sobre todo, en
ejercicios de GIMNASIA RÍTMICA AL SON DE LA MÚSICA (“Para los cuerpos, la gimnasia; para las
almas, la música”)
Esta gimnasia no equivale,
simplemente, al puro atletismo, sino que es una disciplina que tiende a excitar
el elemento fogoso del alma para dar a los guerreros valentía ante el peligro.
La educación se refiere,
esencialmente, al alma y, secundariamente, al cuerpo en relación con aquella.
La combinación armónica de
ambas cosas evita el peligro de que “la gimnasia” se convierta en un simple
desarrollo muscular y en un predominio de la fuerza bruta y de que “la música”
corra el riesgo de formar caracteres blandengues, adormeciendo el espíritu
combativo.
De la música quedan excluidos
los modos jónico y lídio, por afeminados, y prescribe los modos dorio y frigio,
por ser más varoniles.
Se rechaza, también, la
flauta, por producir sonidos lánguidos, “sustituyendo la flauta de Marsas por
la lira de Apolo.
Junto con la Música debe enseñarse la POESÍA , pero deben estar
excluidas aquellas fábulas que, bajo su belleza literaria, encierran enseñanzas
nocivas para las buenas costumbres, las que contienen conceptos falsos acerca
de los dioses y las que pueden contribuir a debilitar el ánimo o inspirar temor
a la muerte.
Fuera, pues, los poemas de
Homero y prescribe jueces especiales para censurar otros tipos de lecturas
nocivas.
En la ciudad no debe
admitirse más poesía que himnos a los dioses o elogios a los buenos.
Hay que someter a los niños a
diversas pruebas y peligros físicos y morales para observar sus reacciones.
También es conveniente
llevarlos a la guerra, junto con sus padres, colocándolos en un lugar libre de
peligros, para que vayan aprendiendo el arte de combatir y para que prueben la
sangre, como los cachorros.
Este Primer Ciclo termina con
una intensificación de los ejercicios gimnásticos entre los 17 y los 20 años.
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