El espíritu europeo ha ido
paulatinamente nivelando y degradando hasta la mediocridad todas las
costumbres, como si el acuerdo y el apoyo de “los más” fuera/tuviera que ser el
de “los mejores”.
Quizá fuera necesaria una
gran guerra no contra nadie sino una “guerra de espíritus” contra los antiguos
valores que siguen luchando por mantener su preeminencia y preservar el antiguo
orden, sólo así saltarían por los aires las formaciones de poder de la antigua
sociedad, basadas en la mentira: “habrá guerras como jamás las ha habido en la Tierra …”
Se confundiría la Filosofía con la nueva
Ética y, una vez destruida la metafísica platónica, se impondría la nueva escala
de valores, valores radicalmente éticos que eliminen toda confusión entre Ética
y Moral.
Si los antiguos valores y la
antigua valoración representan la mentira y la muerte cuyo producto es el odio
contra la vida, el producto de la nueva Ética será poner a la vida en el centro
de todo.
Contra el pesimismo y el
nihilismo la nueva filosofía propone el optimismo por la nueva vida ajena a
todo ideal escatológico.
Ya sabemos que Nietzsche
culpa a Sócrates de introducir el cientifismo en la filosofía y una valoración
moral de esta vida, que su discípulo Platón la llevará al cénit.
Matar a Dionisos y entronizar
a Apolo como el único dios, de ahí que el conocimiento ha sido el conocimiento
apolíneo de la realidad, que será un conocimiento científico, un saber lógico,
ordenado, sistematizado, que se confunde con el poder político y democrático,
arrinconando el conocimiento trágico y artístico.
El conocimiento científico,
frío, lógico, de utilidad, seguro del mundo, pero sin preguntarse por el valor
de la existencia, sólo robándole secretos al funcionamiento de la naturaleza
para aprovecharse de ella, para un pretendido bienestar terrenal, en detrimento
del planeta mismo, esquilmándolo y rompiendo su propio equilibrio.
Una vez superado el primer
Nietzsche, despojándose de su propio pasado intelectual y académico, comienza
el segundo Nietzsche, el de sus nuevos y claves conceptos, el del “martillo”
que “destruya todo lo creído, exigido, santificado durante siglos” para poder
construir el nuevo mundo.
Sólo así puede entenderse el
Zaratustra, ese “libro para todos y para nadie” (¿qué puede significar esa
expresión?), por eso en el Ecce Homo dice: “algún día se sentirá la necesidad
de crear instituciones en que se viva y se enseñe como yo sé vivir y enseñar; (…)
Incluso cátedras especiales dedicadas a la interpretación de Zaratustra. Pero
estaría en completa contradicción conmigo mismo si ya hoy esperase yo encontrar
oídos y manos para mis verdades”.
¿Qué quiso plantear?, ¿de qué
o de quiénes se reía con su libro?, ¿a quién, realmente, atacaba? ¿Qué
construía o quería construir?
“Yo he dado a la humanidad el
libro más profundo que ella posee, mi Zaratustra”.
Y es verdad que es un libro
singular.
A mitad de camino entre la
literatura y la filosofía, a mitad de camino entre la filosofía y la poesía,
libro con un lenguaje propio, un estilo propio, un sentido propio.
En el libro se plantea una
Filosofía Nueva y un Filósofo del porvenir, parodiando al evangelio y
utilizando un antiguo profeta para destruir, a través de él, la tradición moral
y metafísica y construir un “disangelio”, algo que se parezca a una nueva
doctrina en la cual Occidente pueda beber nuevamente y originar nuevas fuentes
de pensamiento y de vida.
El Zaratustra contiene la Nueva Filosofía y
las fórmulas que conducen al porvenir.
Zaratustra habla con la
multitud, con compañeros de viaje, con discípulos, con los animales y consigo
mismo.
Es, fundamentalmente, un
Discurso Ético, contiene una Ética para el porvenir y, desde luego, la imagen
de un filósofo por venir.
Es necesario separar la Filosofía de la Ciencia y plantear al
filósofo como distinto al hombre científico.
Hay que combatir la idea de
que el científico es superior al filósofo, producto esto del desorden
democrático.
La ciencia no puede pretender
colocarse por encima de la filosofía y, mucho menos, destruirla bajo argumentos
plebeyos como el de la “utilidad” o el poco sentido que la filosofía tiene en
la cotidianeidad contemporánea.
El auge alcanzado por la
ciencia en el último siglo ha permitido el florecimiento del menosprecio a un conocimiento
considerado esencial en la historia de Occidente.
La autoglorificación y
autoexaltación del científico están en pleno florecimiento y en su mejor
primavera.
“Nada de “dueños” –que es lo
que quiere el hombre plebeyo.
Y después de que la ciencia
se ha liberado, con el más feliz éxito de la Teología , de la cual fue
sierva durante muchos años ahora aspira, altanera e insensata, a dictar leyes a
la filosofía y a representar el papel de “Señor” -¡qué digo¡ - de filósofo.
Detrás de esta inversión de
papeles se percibe el aplebeyamiento de las costumbres y la forma de cómo los
sistemas democráticos han entendido las relaciones de poder.
Ese optimismo científico es
el mismo optimismo racionalista, el optimismo socrático.
Y la filosofía, desde hace
mucho tiempo y hoy, más que nunca, se encuentra acorralada por el criterio de
“poca utilidad”, esgrimido como arma de batalla.
¿Qué decir de las
ingenuidades que, sobre la filosofía, dicen los nuevos científicos, y los
filólogos, y los pedagogos?
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