La búsqueda de la verdad, el
conocimiento de nosotros mismos, la certeza del conocimiento, la verdad ante
todo,…son asuntos que quedan desdibujados en esta nueva óptica donde lo que
prima es el desconocimiento de nosotros mismos, la imposibilidad de llegar a
definir lo que somos, la mentira como necesaria para la supervivencia de la
especie y la falsedad de los juicios lógicos como posibilidad para poder vivir.
El problema del conocimiento,
en Nietzsche, es definido incluso en términos que producen desconcierto.
“Nosotros, los que conocemos,
somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para
nosotros mismos…No nos hemos buscado nunca ¿cómo iba a suceder que un día nos
encontrásemos?”
La nueva filosofía se
estructura fundamentalmente como un saber que crea.
El filósofo es el hombre del
conocimiento que crea valores, que está llamado a legislar sobre la vida y que
no puede renunciar a ello.
“Su conocer es crear, su
crear es legislar, su voluntad de verdad es su voluntad de poder”
“¿Existen hoy tales
filósofos?, ¿han existido ya tales filósofos?, ¿no tienen que existir tales
filósofos?” –se pregunta Nietzsche.
Este nuevo filósofo nada
tiene que ver con los filósofos anteriores, es el filósofo del porvenir, una
especie de filósofo integral, en el cual se cumple cabalmente la filosofía
misma como saber peligroso y riesgo de la existencia.
Queda definido el filósofo
como el hombre del gran peligro que ha abandonado la tierra firme para lanzarse
a los mares tenebrosos del conocimiento, para lanzarse por las sendas no pisadas
por nadie, por terrenos vírgenes del saber donde las cosas adquieren otro color
y el sol del conocimiento alumbra diferente.
Nos encontramos fuera del
terreno moral y no vamos a plantear ningún “deber ser”
Fuera del terreno de la moral
y del terreno de la metafísica. Hemos superado las ideas falsas de Occidente,
como la historia y el progreso; hemos superado las ideas modernas y nos
ubicamos, ahora, en un terreno nuevo, que además es un terreno de nadie, donde
la filosofía y el filósofo adquieren connotaciones diferentes.
Los filósofos del porvenir se
ven abocados a ejercer presión sobre las palabras, a hacer chirriar todas las
palabras, a forzar los sentidos de la vieja gramática para obligar al lenguaje,
prisionero de la vieja lógica, a que diga lo que nunca ha dicho.
Forzar a los significantes
para nuevos significados.
La misión fundamental del
filósofo es la de dar órdenes, la de obligar a la humanidad a que siga otra
ruta, la de cambiar de sitio los mojones de las cosas.
No basta invitar a seguir
caminando en esa dirección, hay que obligar.
Los nuevos filósofos son los
que tienen que dar órdenes, legislar y obligar, son los que dicen: “así tiene
que ser”, “así debe ser”; son ellos los que determinan el “hacia dónde” y el
“para qué” de la humanidad, disponiendo del trabajo previo de todos los
“obreros filosóficos”, los sojuzgadores del pasado y, por ellos, todo lo que es
y ha sido se convierte en medio, en instrumento, en martillo…
Diferentes el hombre
científico y el hombre filosófico, como diferentes son los “obreros
filosóficos” y los filósofos.
Los filósofos del porvenir se
sirven de los obreros filosóficos, sus servidores, allanando el camino, para
sus propias metas y fines que, en resumidas cuentas, no son sino la necesidad
de crear valores.
El filósofo estuvo antes de
obrero filosófico, como el maestro pasó por la etapa de aprendiz.
Esos obreros filosóficos son
los que han podido ser moldeados según el noble patrón de Kant y/o de Hegel o
de cualquier otro filósofo pero que. una vez dentro han sido capaces de
sobrepasarlos, negándolos.
Ellos fueron testigos y
militaron en aquellas creaciones de valor que llegaron a ser dominantes y que,
durante algún tiempo, fueron llamadas “verdades” en el reino de lo lógico, o de
lo político, o de lo moral, o de lo artístico,…
Los obreros filosóficos, con
su trabajo previo, apoyan y colaboran con la misión del auténtico filósofo,
haciéndole posible su trabajo pero no siendo filósofo.
El filósofo, en cuanto es un
hombre necesario del mañana, y del pasado mañana, del porvenir, se ha
encontrado y ha tenido que encontrase siempre en contradicción con su hoy: su
enemigo ha sido siempre el ideal del “hoy”.
El filósofo no sólo no es un
personaje de su tiempo, sino que está en contradicción con él, siendo siempre un
gran crítico de su tiempo presente, un tiempo mediocre que no sabe a dónde ir.
El tiempo del último hombre
es también el tiempo de la plebe, el de “ningún pastor y un sólo rebaño”
El filósofo es/tiene que ser
“la mala conciencia” de su tiempo.
El nuevo filósofo no es el
“amigo de la sabiduría” (imagen beatífica a la que nos tiene/tenía acostumbrado
la tradición), no es ese hombre calmado y retirado que elabora teorías o
sistemas de pensamiento, la mayoría de las veces “justificadores” de su tiempo,
por lo que recibía la recompensa necesaria de sus congéneres, de los estados o
de las morales imperantes.
El nuevo filósofo es que
coloca el signo de interrogación sobre la tradición y que es, además, un
destructor nato de lo que se considera bueno y útil para su época.
Él es el que pone el cuchillo
sobre el pecho de las virtudes de su tiempo para viviseccionarlo.
Él es el que desenmascara
para avanzar, el que destruye para construir, el que ataca para levantar.
El ataque al tiempo presente
tiene como objetivo mostrar el tiempo por venir e ir preparando el camino para
hacer surgir, de la piedra que es el hombre, el superhombre.
“Superhombre” que –para
Nietzsche –no significa un ser fabuloso y maravilloso, sino el propio hombre en
cuanto se sale/ha salido de lo que hasta ahora ha sido, el del platonismo, en
una de sus formas o por la mezcla de varias de ellas.
El último hombre es la
consecuencia necesaria del nihilismo no dominado.
Ese es el mayor peligro del hombre, el permanecer en el último hombre,
en la trivialización del último hombre
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