LEER, ESCRIBIR, PASEAR,…
Suelo decir que soy filósofo
de profesión (han sido 36 años dando clases de Filosofía en Institutos de
Bachillerato, para ganarme la vida) y he sido y soy filósofo por vocación (pero
no filósofo al uso, con una obra escrita propia), un lector empedernido de
textos filosóficos (no necesariamente de filósofos) que me hicieran y me hagan
reflexionar sobre la vida, en general y sobre el hombre en particular.
Me ha gustado y me gusta la
lectura filosófica, que no sólo me deleite y me haga disfrutar, sino que me
haga reflexionar.
Soy, pues, un lector de
artículos más que de tratados, de reflexiones de otros que me hagan a mí,
también, reflexionar, que me aceleren las preguntas para ensayar respuestas que
pueden (y muchas veces suelen) ser distintas a las del autor de ese artículo.
Revistas de filosofía, que
rumio con placer y en algunas de las cuales he intervenido como autor de algún
artículo, más que de Obras Completas de filósofos.
He sido, soy y me considero
un buen lector.
He sido, soy y seguiré
siendo, un escritor, no seguramente bueno pero sí de lectura fácil, a veces
polémica, y bastante leído (tengo a mi blog por testigo).
Pasear es otro de mis
placeres, algo que vivir en Málaga te facilita durante casi todo el año y si
vives cerca de un paseo marítimo (el mío es el del poniente malagueño, el de
Antonio Banderas, y siempre a la vista la playa de
Ver salir el sol, siempre
puntual según la estación del año, el día del mes y la hora del día, cuando
majestuoso y aún sin despertar, sin iluminar como él lo hará pocas horas después,
mirarlo, a esa hora, a la cara sin que te dañe la vista.
Y humanamente hablando tener
tres nietos que (no sé cómo decir lo que podría decir de ellos, porque el
lenguaje y las palabras siempre desenfocan el concepto y la vivencia).
Y esa playa de
Esos (y muchos más, aunque
menos profundos) son mis placeres vitales, y que, si además, me han dado de
comer a diario con el trabajo y ahora con la pensión de jubilación…
Siempre me ha interesado la
filosofía, pero no sus entresijos técnicos y terminológicos, que me aburren
mortalmente.
He leído a los filósofos
clásicos, pero no directamente, sino de manera indirecta, a través de lo que
otros filósofos dicen de ellos.
Demuestra mi ingenuidad
escritora filosófica el hecho tan extendido de los miles de alumnos que
confiesan que me entendían perfectamente cuando explicaba algún tema.
Sí me reconfortaba (y mucho) el oírles decir a fin de curso: “fuimos
platónicos cuando explicaba a Platón, luego aristotélico, cartesiano cuando se
enfrentaba a la duda como método para no edificar su filosofía racionalista
sobre lo que no fuera evidentemente verdadero, Hume si les gustaba y Kant, pero,
sobre todo, “nos hicimos nietzscheanos tras la explicación de Nietzsche y
comprendimos a Marx al ubicarlo en su contexto,…
Disfruto, también, cuando
algún alumno, en las redes sociales, defiende la filosofía, “porque a ti no te
la enseñarían bien, yo tuve un profesor al que todo se le entendía y nunca se
cabreaba cuando, en la mistad de una explicación, levantábamos la mano para
preguntar y…”
Son, los que he llamado
muchas veces “las pagas extras en especie”
Que tengan un buen recuerdo
de uno y de la filosofía (aunque, luego, excepto uno o dos, ninguno ha hecho
Filosofía en
Nunca he soportado cuando han
dicho en público: “lo trascendentalmente trascendental de la filosofía…”,
porque huyo de palabras huecas o expresamente ininteligibles.
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