miércoles, 2 de diciembre de 2020

ASÍ ES LA VIDA ( 3 ) LA CIUDAD Y EL PUEBLO

  Yo nací en un pueblecito de Salamanca, en Aldeanueva de Figueroa, limitando con Fuentesaúco (Zamora) y en la ruta de un ramal de la Plata, en el camino de Santiago.

De hecho mi casa estaba/está en la calle La Plata, la ruta del ganado lanar bajando desde las montañas de León a los rastrojos de Extremadura y vuelta por lo que muchas noches dormíamos rodeados de miles de ovejas y que cuando una de ellas bajaba o subía coja y no podía seguir al rebaño, se la cambiaban a mi padre por media fanega de cebada, para los burros, que iban cargados con la casa a cuestas.

 

Pueblo totalmente agrícola, seco, árido, llano,…un poco aburrido a no ser para la temporada de caza de la liebre con galgo y caballo.

 

Ya en la pubertad pasé los estudios en Salamanca, capital, y posteriormente, cruzando Despeñaperros, para el trabajo, fueron Córdoba y, finalmente, Málaga, en la que resido jubilado-jubiloso-gozando del jubileo.

 

Me gusta la playa, en plan ocioso, leer y pasear y el senderismo de las montañas que la rodean.

 

Pero no añoro el pueblo como lo han hecho tantos y tantos de los que la maquinaria agrícola los expulsó al País Vasco o al Principado de Asturias y que, con su pequeña pensión, han vuelto al pueblo en que nacieron y vivieron su niñez y pubertad.

 

Ya no disfrutaría, hoy día, de la caza de la liebre con galgo y caballo.

Prefiero esta Málaga, viva, que invadiendo espacios vacíos con bloques y más bloques para acoger a los malagueños (o no malagueños) que han sido expulsados o se han autoexpulsado del campo.

 

La ciudad en nada se parece al pueblo.

La ciudad es un espacio mestizo de personas, de razas, de religiones, de gastronomía,…aunque separados por las distancias.

 

¿De dónde procedían la mayor parte (no tdos) de los filósofos que llenaron Atenas, porque no eran ateniense de nacimiento?

 

Si antiguamente se nacía, se vivía y se moría en la misma aldea, en la ciudad todo es distinto, puede uno echar raíces o tener que transplantarse a otra ciudad, con otras gentes, otras ideas,…

 

El sedentario aldeano, conocido y conocedor de todos, se ha convertido en el emigrante o posible emigrante ciudadano que apenas conoce a los de su urbanización.

 

Si en el pueblo ya están todos comunicados porque casi todo ya está dicho y poco es lo novedoso, en la ciudad es todo lo contrario, ni en el ascensor hay comunicación entre los dos o tres que, momentáneamente, lo ocupan, a no ser los lugares comunes del tiempo, de la política, de la invasión de emigrantes en pateras, del paro,…

 

El pueblo es como el matrimonio clásico, donde ya apenas se comunican los esposados, porque lo poco que hay comunicar ya está comunicado.

 

Los lavaderos (para las mujeres trabajando en “sus labores”)) y las barberías o las fraguas (en la espera de los varones hasta que le tocaba la vez, eran las únicas fuentes de información externa)

 

Recuerdo a mis padres, como si fuera hoy.

 

La auténtica comunicación es entre gentes diferentes, que viven de forma distinta, que han tenido y tienen vivencias distintas.

 

Si en el pueblo todos visten, más o menos igual y la misma ropa iba pasando de padres a hijos, o de hermanos mayores a menores, en la ciudad nada de eso ocurre.

 

“Me cago en diez y en rediez // cuánto me quiere mi madre // que me ha hecho una camisa nueva // de una vieja de mi padre” – me contaba mi abuela.

 

En el pueblo no sólo todos visten más o menos igual, todos van a misa los domingos, todos toman el vermut en el único bar del pueblo, todos pasean por la misma plaza, bailan en el mismo salón de baile,…

 

El pueblo pequeño es el lugar de la incomunicación.

 

Recuerdo al cura yendo a darle la extremaunción al moribundo, rodeado de toda la gente del pueblo, mientras que en la ciudad, es en la UCI, sólo atendido por profesionales ajenos a su parentesco,…

 

Yo no sé si era más humano morir rodeado de gente que, en vida, apenas te relacionabas, que morir anónimamente en un hospital rodeado de profesionales de la salud.

 

En el pueblo se vivía y se moría de la misma forma porque todo era igual para todos.

 

¿Y lo de ir a dar el pésame a la casa del difunto y durante varias noches posteriores ir a rezar el rosario…?

 

En el pueblo, en el único bar en el que podías entrar, podías decirle al camarero: “lo de siempre”, pero cuando en la ciudad, hoy en éste y mañana en el otro no puedes decir lo mismo.

 

En la ciudad, sobre todo si no es muy grande, puedes simultanear el anonimato con la intimidad, pero en una gran ciudad… (Yo paseo por calle Larios y a nadie conozco, soy un número más, al lado de otros números anónimos.

 

En la ciudad ya no vale lo de ir a comprar y decir: “que dice mi madre que me lo apunte” porque ella vendría a saldar la cuenta cuando el marido cobrase el fin de semana.

 

A mí, personalmente, no me disgusta pasear anónimamente entre la gente, sin nadie que te conozca y te salude y te…prefiero moverme a mi aire y a mi gusto.

 

Cerca de mi piso hay un Instituto de Bachillerato cuyo Catedrático de Filosofía es un amigo mío que vivía junto a mi Instituto en el que yo daba clase y entonces podía hacerse un intercambio de Institutos entre profesores del mismo nivel y materia.

 

Cuando mi amigo me propuso hacer el intercambio, para estar, cada uno, más cerca de su domicilio, y no tener que usar el coche para el desplazamiento,  le contesté inmediatamente que No.

 

No era de mi gusto encontrarme en el supermercado o en la farmacia con mis alumnos o con sus padres por lo que prefería vivir en un lugar y trabajar lejos de mi vivienda.

 

Me gustaba poder vivir mi vida anónimamente, siendo sólo conocido por compañeros y alumnos en mi vida laboral.

 

Trabajar en un lugar, vivir lejos de ese lugar.

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