jueves, 10 de diciembre de 2020

ASÍ ES LA VIDA ( 11 ) LAS GUERRAS ( 1 )

 LAS GUERRAS

 Alguna autoridad mundial (no necesariamente una persona), un organismo colegiado, una unión de naciones,….algo debe haber por encima de los particularismos, egoístas y/o egocéntricos, que sólo saben barrer para casa o, como vulgarmente se dice, llevan todo el agua que pueden a su molino, obviando los demás molinos, monopolizando el agua.

 

Toda el agua es para todos y todos los molinos deben tener su agua.

 

Alguna autoridad mundial, colegiada, tendrá que haber para garantizar los derechos humanos a todos los hombres, a todos los grupos, a todas las naciones.

 

Una autoridad que debe ser a escala mundial.

 

El hombre debe superar el egoísmo de “ser un lobo para los demás hombres” y como no va a dejar de serlo por convicción, habrá de serlo por imposición, para salvaguardar la vida de todos, también de los menos fuertes.

 

Si la sociedad se rige por la fuerza y sólo los más fuertes son los que detentan el poder, lo que aparece no es la “ciudad” sino la “selva”, donde el león es el “rey”.

 

Esa autoridad supranacional, para poder funcionar, necesita dos cosas: Impuestos y Ejército.

 

Impuestos que no deben ser iguales para todos sino en proporción a su riqueza (y el que más tenga, que más pague, para poder mantener el funcionamiento de esa autoridad supranacional y ejército que no tiene que ser, ni debe ser, de conquista y de exterminio, pero sí capaz de imponerse a cualquier otra agrupación bélica seria que surja.

 

Los estados nacionales (estamos viéndolo en Europa) pierden autonomía respecto a Bruselas, que tiene la batuta al ritmo de la cual deben bailar todos los estados nacionales.

 

La única manera de acabar con la violencia de unos grupos es instaurar el monopolio de una violencia superior que les disuada de usarla.

 

Yo prefiero que el Estado disponga de una policía, bien equipada, para poder defender a la sociedad, y no tener yo que llevar una pistola para poder defenderme si alguien me ataca.

 

Y si en otros tiempos los mandos militares estaban en mano de nobles y aristócratas, hoy pueden los ciudadanos que lo deseen ingresar e ir subiendo en la escala militar por méritos (y no por tradición ni por herencia).

 

Igual que se ha acabado con la esclavitud real, también podría acabarse con las guerras y para ello bastaría con preguntarse seriamente, y responder, más seriamente todavía, qué vamos a emplear para resolver los conflictos entre los pueblos que sea más eficaz que la guerra, porque la sociedad humana nunca suprime una institución salvo para sustituirla por otra más fuerte o más eficaz.

 

Un juicio, con palabras y argumentos, es un sustituto perfecto y una imagen de una guerra en la que las palabras han sustituido a las armas.

 

Porque la esclavitud desapareció no porque el mundo fuera más bueno y la aboliera, sino porque ya no hacía falta por ser incompatible con la forma de trabajo asalariado que estaba comenzando en el mundo occidental con la clase burguesa ascendente.

 

Si el amo tenía esclavos, con derecho de vida y muerte sobre ellos, el empresario burgués necesita operarios, trabajadores, que entreguen tiempo, para trabajar, por un salario.

 

En la esclavitud, el amo nada daba al esclavo, en la economía capitalista uno da/pone fuerza de trabajo a cambio de lo que el otro pone, el salario con el que pueda comer y satisfacer las necesidades básicas (pero no sólo individuales, sino familiares).

 

Ya sin cadenas ni látigos, sólo vigilancia de que ambas partes cumplen lo acordado: tiempo por dinero.

 

¿Qué es, hoy día, un Parlamento democráticos sino una guerra civil incruenta entre los partidos, que representan a ciudadanos que los han votado, y en la que los argumentos, las razones, “la palabra”, han sustituido a las armas y que, normalmente, se coaligan entre varios de ellos para alcanzar “mayorías” que permitan gobernar, no matando al adversario (siempre es bueno dialogar, exponer y escuchar razones, argumentos), pero sí pudiendo prescindir de él?

 

Quizá la violencia nunca desaparezca, pero la violencia institucionalizada, en forma de ejércitos, sí puede acabar.

 

De momento ya ha sido suprimida la obligatoriedad del servicio militar.

 

Quizá el hombre siga siendo malo y violento por naturaleza pero lo importante es que se porte mejor que antes.

 

Ojalá la conciencia, la persona, madurara y creciera al ritmo que crece la ciencia y la tecnología, éste sí que es un gran problema.

 

Porque este crecimiento nunca ha sido paralelo.

 

Las “vías técnicas” crecen y crecen, y cada vez más de prisa, pero las “vías de convivencia” No, más bien lo contrario, crece entre los hombres la desconfianza.

 

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