LAS GUERRAS
Toda el agua es para todos y
todos los molinos deben tener su agua.
Alguna autoridad mundial,
colegiada, tendrá que haber para garantizar los derechos humanos a todos los
hombres, a todos los grupos, a todas las naciones.
Una autoridad que debe ser a
escala mundial.
El hombre debe superar el
egoísmo de “ser un lobo para los demás hombres” y como no va a dejar de serlo
por convicción, habrá de serlo por imposición, para salvaguardar la vida de todos,
también de los menos fuertes.
Si la sociedad se rige por la
fuerza y sólo los más fuertes son los que detentan el poder, lo que aparece no
es la “ciudad” sino la “selva”, donde el león es el “rey”.
Esa autoridad supranacional,
para poder funcionar, necesita dos cosas: Impuestos y Ejército.
Impuestos que no deben ser
iguales para todos sino en proporción a su riqueza (y el que más tenga, que más
pague, para poder mantener el funcionamiento de esa autoridad supranacional y
ejército que no tiene que ser, ni debe ser, de conquista y de exterminio, pero
sí capaz de imponerse a cualquier otra agrupación bélica seria que surja.
Los estados nacionales
(estamos viéndolo en Europa) pierden autonomía respecto a Bruselas, que tiene
la batuta al ritmo de la cual deben bailar todos los estados nacionales.
La única manera de acabar con
la violencia de unos grupos es instaurar el monopolio de una violencia superior
que les disuada de usarla.
Yo prefiero que el Estado
disponga de una policía, bien equipada, para poder defender a la sociedad, y no
tener yo que llevar una pistola para poder defenderme si alguien me ataca.
Y si en otros tiempos los
mandos militares estaban en mano de nobles y aristócratas, hoy pueden los
ciudadanos que lo deseen ingresar e ir subiendo en la escala militar por
méritos (y no por tradición ni por herencia).
Igual que se ha acabado con
la esclavitud real, también podría acabarse con las guerras y para ello
bastaría con preguntarse seriamente, y responder, más seriamente todavía, qué
vamos a emplear para resolver los conflictos entre los pueblos que sea más
eficaz que la guerra, porque la sociedad humana nunca suprime una institución
salvo para sustituirla por otra más fuerte o más eficaz.
Un juicio, con palabras y
argumentos, es un sustituto perfecto y una imagen de una guerra en la que las
palabras han sustituido a las armas.
Porque la esclavitud
desapareció no porque el mundo fuera más bueno y la aboliera, sino porque ya no
hacía falta por ser incompatible con la forma de trabajo asalariado que estaba
comenzando en el mundo occidental con la clase burguesa ascendente.
Si el amo tenía esclavos, con
derecho de vida y muerte sobre ellos, el empresario burgués necesita operarios,
trabajadores, que entreguen tiempo, para trabajar, por un salario.
En la esclavitud, el amo nada
daba al esclavo, en la economía capitalista uno da/pone fuerza de trabajo a
cambio de lo que el otro pone, el salario con el que pueda comer y satisfacer
las necesidades básicas (pero no sólo individuales, sino familiares).
Ya sin cadenas ni látigos,
sólo vigilancia de que ambas partes cumplen lo acordado: tiempo por dinero.
¿Qué es, hoy día, un
Parlamento democráticos sino una guerra civil incruenta entre los partidos, que
representan a ciudadanos que los han votado, y en la que los argumentos, las
razones, “la palabra”, han sustituido a las armas y que, normalmente, se
coaligan entre varios de ellos para alcanzar “mayorías” que permitan gobernar,
no matando al adversario (siempre es bueno dialogar, exponer y escuchar
razones, argumentos), pero sí pudiendo prescindir de él?
Quizá la violencia nunca
desaparezca, pero la violencia institucionalizada, en forma de ejércitos, sí
puede acabar.
De momento ya ha sido
suprimida la obligatoriedad del servicio militar.
Quizá el hombre siga siendo
malo y violento por naturaleza pero lo importante es que se porte mejor que
antes.
Ojalá la conciencia, la
persona, madurara y creciera al ritmo que crece la ciencia y la tecnología,
éste sí que es un gran problema.
Porque este crecimiento nunca
ha sido paralelo.
Las “vías técnicas” crecen y
crecen, y cada vez más de prisa, pero las “vías de convivencia” No, más bien lo
contrario, crece entre los hombres la desconfianza.
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