Igualmente F. Savater tiene
no sólo una “Ética para Amador”, también una “Política para Amador”, que es su
hijo, pero afirma que no va dedicada a él, sino a todos los jóvenes, que sólo
es un truco estilístico, para usar el “tú”, personal, en vez de “vosotros”,
anónimos lectores.
Pero no se trata de una
relación padre-hijo, sino de respeto mutuo, de autonomía de cada uno.
No se puede hablar, en
general de “los jóvenes de hoy”, “la mujer de hoy”, “la tercera edad de
hoy”,…porque eso no existe. Lo que existen son jóvenes concretos, individuos,
mujeres concretas, viejos concretos, que unos serán trabajadores y otros
parados, unas estudiantes y otras amas de casa, uno/as casado/as y otro/as
soltero/as, unos viven en la ciudad y otros en el pueblo,...
Ese plural anónimo (los/las)
es sólo el nombre que se les da para referirse a todos ellos (nominalismo).
Dialogar con ellos es
dialogar sobre la libertad, que trae de la mano, adosada, la responsabilidad.
Eres “libre de” por lo que
eres “responsable de” lo que hagas o de lo que dejes de hacer, debes cargar con
las consecuencias.
Alguien dijo que “igual que
en el Este de EE.UU. está la estatua de
Si aceptas la libertad, debes
aceptar su reverso, la responsabilidad, como si aceptas la cara de una moneda,
en ella misma viene la cruz.
El contenido de los libros de
F. Savater está más cerca del protestantismo que del catolicismo porque en Dinamarca,
por ejemplo, la mujer es la que, teniendo tantas ayudas del gobierno se basta y
se sobra para sacar a sus hijos adelante y el padre casi es un adorno de fines
de semana, lo contrario de los libros de Savater, en que un padre dialoga
constantemente con su hijo.
Son como una añoranza de la
necesidad de diálogo constante con el padre.
El padre habla de la
experiencia de un “senior”, el hijo escucha y va modelando su personalidad, no
siguiéndolo totalmente pero sí teniéndolo en cuenta.
Tan malo es decir: “sigo
pensando lo mismo y actuando igual que cuando tenía 17 años” como decir: “soy
una persona totalmente nueva, nada de mi pasado me afecta”.
El pasado hay que retomarlo,
pero no para revivirlo, no para quedarse en él, sino para aprender de él y
poder seguir creciendo y modelándose.
No sólo somos “presente”,
somos el “pasado” que ha dejado en nosotros sus posos, y el “futuro” que viene
cargado de posibilidades, de oportunidades.
La vida es/debe ser un
continuo, un camino de experiencia que va cambiando con las nuevas
circunstancias, no una sucesión de rupturas y saltos. Somos una y la misma
cuerda, que va dando de sí, que va alargándose y renovándose constante y
contínuamente, no una sucesión de nudos de colores distintos.
Al padre hay que escucharle,
hay que respetarle, pero no necesariamente que seguirle.
En general el padre no cae
bien al hijo toda la vida y el padre debería aceptarlo porque no es por
llevarle la contraria es porque el hijo quiere ser el mismo y no reflejo,
copia, del padre.
Lo que el padre vivió, lo
vivió él, pero lo que el hijo quiere es vivir su vida, una vida nueva, no
repetir y quedarse anclado en la vida paterna, continuándolo.
Al joven le gustaría partir
de cero y escribir una novela nueva cuando, en realidad, lo que le toca es
escribir otro capítulo en el libro de la vida humana, sin repetir los errores
anteriores para poder construir nuevos aciertos, montados sobre los anteriores.
Mitificar la juventud es
hacerles un flaco favor a los jóvenes.
Era/es el lenguaje del
fascismo y fue el del Mayo del 68.
Y es que, si hay ejércitos,
con su fuerza bruta, son ejércitos de jóvenes, no hay ejércitos de jubilados,
generalmente con deficiencias.
Puede/debe cambiarse el
dibujo del cuadro según va cambiando la vida, pero lo que no se puede es
salirte del marco, romperlo, porque la sociedad está ahí.
Se ha hablado y escrito mucho
sobre el “autoritarismo” de los padres pero si a los hijos se les deja hacer lo
que quieren, cuando quieren y como quieren, llegará el momento en que ya no
pueda con ellos.
Si el padre ha descuidado su
“autoridad” como padre tendrá que poner en marcha, cuando ya no haya remedio,
el “autoritarismo” y, entonces, la ruptura está servida.
Porque “autoridad” viene del
verbo “augeo”, lo que ayuda a crecer, lo que ayuda a superarse y si no se ejerce
a tiempo…el padre llegará a ponerse como una fiera con su hijo y éste se saldrá
de la jaula rompiendo con el padre y con la familia.
Que a los hijos no hay que
darles todo lo que quieren (porque, además, lo quieren todo) es una verdad de
Perogrullo, un lugar común.
La dosis justa, ni más de…ni
menos de…y quizá sea difícil saber dónde está la raya (“pues los padres de mis
amigos le dejan estar en la calle hasta las….y tú, sin embargo….”).
Pero cuando un padre le
explica, de manera racional y razonada, a su hijo su opinión, se hace
manifiesta su autoridad y, además, de manera afectiva, sin traumas.
Porque los hijos están
pidiendo a gritos (aunque tácitamente) que se les impongan límites a su
conducta.
Que no pueden ir desnudos por
la casa, que hay que ducharse, que no puede salir a la calle de cualquier
manera, que hay que obedecer las normas de tráfico,…
Y, para todo esto, vale más
lo que ven que los padres hacen que lo que los padres dicen.
¿Cómo estudiar si los padres
nunca apagan el televisor, no se levantan del sofá, no sueltan el mando a
distancia, no cogen un libro ni para quitarle el polvo, están enganchados,
cuando no al televisor, al móvil en parloteo con amigotes,…?
Y si hay que sancionar
(aunque nunca de manera desproporcionada), se sanciona inmediatamente, pero con
explicaciones, no sin palabras y de golpe.
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