viernes, 4 de diciembre de 2020

ASÍ ES LA VIDA ( 5 ) LA FAMILIA ( 1 )

 LA FAMILIA.

 

La familia es una institución necesaria en la crianza y desarrollo del niño porque es una red necesaria de símbolos y de relaciones que está vigente pase lo que pase.

Es lo que distingue una “casa” de un “hogar”.

 

Cuando la publicidad grita “nosotros le amueblamos su hogar”, es una gran mentira al confundir e identificar “casa” y “hogar”.

Puede amueblarse de muchas maneras una “casa”, un espacio material, pero un “hogar” es una construcción humana que se construye con el afecto entre sus componentes, con el sacrificio, con el cuidado,…

 

No siempre la “casa” es un “hogar”.

 

Alguien definió al “hogar” de manera muy gráfica: “es la única tienda que está abierta durante el día y no cierra en toda la noche, porque siempre está de guardia”.

 

Un hijo debe ser un proyecto común entre un varón y una mujer, mejor que programar “huérfanos” con la procreación desde fuera, desde un banco de semen o desde una fecundación in vitro con espermatozoides ajenos.

 

Aunque muchas veces funcione bien porque una mujer ha pasado por tan malas experiencias al lado de uno o varios varones y con la ilusión de querer ser madre…

 

Aunque ese niño huérfano nunca debe ser excluido por serlo y debe tener los mismos derechos y deberes que el niño nacido de manera natural, porque ni es ilegal ni es ilegítimo.

 

Pero una cosa es que la vida te obligue a ser huérfano y otra es que sea irrelevante ser huérfano o no.

 

Dice Goethe que “da más fuerza sentirse amado que saberse fuerte”, y eso es lo que da la familia, la “fuerza de saberte amado” que es más grande que la de “sentirte fuerte”.

 

Aunque es verdad que un niño puede sentirse arropado y amado por dos mujeres o por dos varones, mejor que cuando el padre o la madre son unos maltratadores o “abandonadores” de sus hijos.

 

Ni los niños vienen de París ni a los niños los trae la cigüeña.

 

Si nos hemos rebelado, desde hace tiempo, por considerar la sexualidad con la única finalidad de la reproducción, quizá también haya que rebelarse contra eso de que la reproducción nada tiene que ver con la sexualidad.

 

Ambas posturas son fanatismos ideológicos.

 

¿No es lo más bonito, humanamente, saberse nacido de un momento de apasionamiento físico de dos personas diferentes que han proyectado tu venida al mundo?

Poder decir: “me llamasteis y aquí estoy” y no “aquí estoy a pesar vuestro”.

 

Y para poder decir lo primero no hace falta religión alguna ni papa que lo proclame.

 

Lo más curioso es que los que más alardean de saber de sexo y de sexualidad son, precisamente, aquellos que voluntariamente han prometido el voto de castidad, el voto de no practicar ni la sexualidad ni el sexo.

 

Que un padre odie las motos porque su hijo ha muerto en un accidente de moto es normal, pero no prohibir las motos porque son muchos los que las usan y no se matan.

Pero que un padre odie la heroína porque su hijo ha muerto con la jeringuilla clavada en el brazo y quiera prohibirla, es porque sabe que quien se pincha tiene todas o muchas de las papeletas para morir.

 

Un padre sensato no prohibiría las motos pero sí desearía que se prohibiera la heroína porque, además, sabe que, por causa del lucro de los camellos o de los distribuidores, la heroína llega contaminada y sin inspección ni control de sanidad.

 

Lo curioso de la historia es que, si la droga es cosa, sobre todo, de la juventud, en sus orígenes era cosa de los viejos, que ya no tenían ni divisaban en el horizonte otras felicidades y la tomaban como un rito de la vejez.

 

El gran Platón, en La República, dice que la embriaguez (y él no era un libertino) era una cosa normal porque la vida ya no le daba mucho más, pero que lo intolerable era dar bebida a los jóvenes porque, en aquel tiempo, era impensable que un joven pudiera emborracharse cuando tenía tantas cosas por delante.

 

El hecho de que, hoy, las drogas circulen masivamente entre los jóvenes (es difícil (no imposible) verlo en los ancianos) es porque, en Occidente, la droga se ha convertido en un problema “mercantil” y los jóvenes son el mercado por excelencia, el más amplio, el más atrevido, el más inconsciente de sus consecuencias, porque siempre, todos, dicen lo mismo: “yo no estoy enganchado, y el día que quiera dejarlo, lo dejo y ya está” porque es eso lo que creen, cuando todos los expertos advierten de lo difícil que es si no se acude a la ayuda externa adecuada.

 

A los varones adultos, y a los jubilados, se los intenta cazar/pescar con productos cosméticos o farmacéuticos (el viagra, por ejemplo) para que se sientan con vigor y jóvenes, borrando de su cuerpo el paso de los años o incrementando el vigor sexual perdido por la edad.

 

 

Aunque todos sabemos que “sentirse joven” no es equivalente a “ser joven”.

 

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