viernes, 28 de diciembre de 2018

ÉTICA PARA DEMÓCRATAS ( y 5)




Feligreses y ciudadanos. No tienen por qué oponerse, pero tampoco se identifican.

La Ética no se opone, ni jamás se ha opuesto, a la religión, cristiana o musulmana.

La educación para la liberación y la emancipación respeta que cada individuo elija con imparcialidad, conocimiento y libertad aquello que mejor le convenga y si a alguien alivia, pongamos por caso, la creencia en la inmortalidad del alma, la resurrección de los cuerpos,…y le hace la vida no sólo más llevadera, también más gozosa como ser que es, finito, tal vez tendríamos que pensar con San Manuel Bueno Mártir, de Unamuno, que incluso pudiera ser deseable, desde una perspectiva puramente agnóstica y prudencial, que los hombres “se duerman” con un opio que alivie su profunda desolación como seres arrojados a la finitud y a la muerte.

Pero lo contrario sí ocurre, y no es infrecuente que la Religión se oponga a la Ética y que intente socavar las raíces mismas del ideal democrático etizado que presupone la “liberación del hombre” y su “rebelión prometeica” frente a las leyes y normas que él no se ha dado a sí mismo.

La obediencia al superior, por ser superior, nunca es una virtud, sino un defecto propio de una mentalidad infantil.

La Religión atenta contra la Ética y contra la Democracia cuando impone, a priori, normas de un Dios o una razón de origen extrahumano o de una peculiar y viciada concepción de la naturaleza humana.

La Religión se opone al proyecto democrático cuando sustituye, con prejuicios, el juicio ponderado, reflexivo y crítico, con el dogma, la razón que ilustra e ilumina, con un Dios majestuoso e infinito, digno de adoración, al “hombre, dios para el hombre”.

Si el Dios que la Religión predica es Amor, Sabio y Justo, nada tendrá la religión que temer de una educación ética y cívica que convierta a los ciudadanos en individuos críticos que eliminen de una vez por todas dogmas y tabúes que entorpezcan la comunicación profunda o mermen las posibilidades de autodesarrollo y goce de los seres humanos.

Pero ese Dios de la religión no se muestra siempre como Amor, Sabio y Justo que quiera la felicidad de sus criaturas sino que, muchas veces, se nos muestra caprichoso, arbitrario, veleidoso, autocomplacido en su propio poder, reclamando obediencia ciega (Abraham) o sádico (Job) y este Dios, y la religión que lo apoya, no merece un lugar en la sociedad democrática pues amputa las capacidades más preciosas del ser humano, como la crítica, la creatividad, la obsesión por descubrir y saber,…

La educación ética para la democracia tiene que asegurar que el hombre sea maduro, que sea el creador de sus propios valores desde la luz de la razón y el calor de las pasiones (¿cómo puede afirmarse que las pasiones son “malas”?, como si apasionarse por el bien de los otros, por enseñar a los otros, por ayudar a los otros…fuese malo).
Esas hermosas pasiones que dan fuerza, contenido y sentido, el único posible sentido, a nuestras vidas.

Los educadores religiosos deberían cooperar con la educación cívica y democrática, pero si no quieren hacerlo sería conveniente que se apartaran y no estorbaran en esta ardua tarea para transformar a este país (consagrado al Sagrado Corazón y secularmente sometido a los poderes (caprichos) divinos en una sociedad liberada y liberadora que quiere que cada hombre, al elegir su emancipación y su libertad elija, al mismo tiempo (como pensaba Sartre) la liberación y emancipación de la especie humana.

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