Feligreses y ciudadanos. No
tienen por qué oponerse, pero tampoco se identifican.
La Ética no se opone, ni
jamás se ha opuesto, a la religión, cristiana o musulmana.
La educación para la
liberación y la emancipación respeta que cada individuo elija con
imparcialidad, conocimiento y libertad aquello que mejor le convenga y si a
alguien alivia, pongamos por caso, la creencia en la inmortalidad del alma, la
resurrección de los cuerpos,…y le hace la vida no sólo más llevadera, también
más gozosa como ser que es, finito, tal vez tendríamos que pensar con San
Manuel Bueno Mártir, de Unamuno, que incluso pudiera ser deseable, desde una
perspectiva puramente agnóstica y prudencial, que los hombres “se duerman” con
un opio que alivie su profunda desolación como seres arrojados a la finitud y a
la muerte.
Pero lo contrario sí ocurre,
y no es infrecuente que la
Religión se oponga a la Ética y que intente socavar las
raíces mismas del ideal democrático etizado que presupone la “liberación del
hombre” y su “rebelión prometeica” frente a las leyes y normas que él no se ha
dado a sí mismo.
La obediencia al superior,
por ser superior, nunca es una virtud, sino un defecto propio de una mentalidad
infantil.
Si el Dios que la Religión predica es Amor,
Sabio y Justo, nada tendrá la religión que temer de una educación ética y
cívica que convierta a los ciudadanos en individuos críticos que eliminen de
una vez por todas dogmas y tabúes que entorpezcan la comunicación profunda o
mermen las posibilidades de autodesarrollo y goce de los seres humanos.
Pero ese Dios de la religión
no se muestra siempre como Amor, Sabio y Justo que quiera la felicidad de sus
criaturas sino que, muchas veces, se nos muestra caprichoso, arbitrario,
veleidoso, autocomplacido en su propio poder, reclamando obediencia ciega
(Abraham) o sádico (Job) y este Dios, y la religión que lo apoya, no merece un
lugar en la sociedad democrática pues amputa las capacidades más preciosas del
ser humano, como la crítica, la creatividad, la obsesión por descubrir y
saber,…
La educación ética para la
democracia tiene que asegurar que el hombre sea maduro, que sea el creador de
sus propios valores desde la luz de la razón y el calor de las pasiones (¿cómo
puede afirmarse que las pasiones son “malas”?, como si apasionarse por el bien
de los otros, por enseñar a los otros, por ayudar a los otros…fuese malo).
Esas hermosas pasiones que
dan fuerza, contenido y sentido, el único posible sentido, a nuestras vidas.
Los educadores religiosos
deberían cooperar con la educación cívica y democrática, pero si no quieren
hacerlo sería conveniente que se apartaran y no estorbaran en esta ardua tarea
para transformar a este país (consagrado al Sagrado Corazón y secularmente
sometido a los poderes (caprichos) divinos en una sociedad liberada y
liberadora que quiere que cada hombre, al elegir su emancipación y su libertad
elija, al mismo tiempo (como pensaba Sartre) la liberación y emancipación de la
especie humana.
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