lunes, 17 de diciembre de 2018

LA LAICIDAD (3)



¿No resulta, ésta, una interpretación abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza?

La familia puede ejercer una tiranía sobre el individuo y los padres, con creencias e ideologías varias, quieren que sus hijos sean educados en esas mismas y reclaman, porque dicen y creen tener derecho a que la escuela pública imparta esas enseñanzas que desean para sus hijos.

Y eso, simplemente, no es verdad.
Si es eso lo que los padres quieren para sus hijos seguramente habrá centros privados que los eduquen y les enseñen esos valores, pero no en la escuela pública.

La enseñanza no es un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos, por muy privado que sea el centro en que se imparta.

Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos, siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales y otra cosa distinta es el temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes.

Si en otros campos, como el de las festividades de las distintas religiones hay que ser flexible entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido y, de entrada, ni obligar ni prohibir tajantemente, en el terreno escolar nada de flexibilidad y sí ser muy precisos y teniendo en cuenta que, en España, tenemos centros públicos, concertados y privados, pero en todos ellos deben estar, siempre, garantizados los contenidos de interés público.

En eso, ni más ni menos, consiste la laicidad, y no en otra cosa.
Asegurar y garantizar que todos los escolares tienen que recibir los contenidos de interés público.

Están muy equivocados los defensores acérrimos de que la Religión esté en las escuelas porque creen/afirman que la moral cívica o formación ciudadana es una comedura de coco a sus hijos.

Como si los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden explicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria.

Educar para la ciudadanía no es la Formación del Espíritu Nacional (la famosa asignatura F.E.N) pero un poco actualizada, ya en vez de franquista “neofranquista”, no, y como la educación sexual, que no lleva a la corrupción de menores.

Yo, profesor de la Educación Cívica, que debo impartir los contenidos para que los niños/adolescentes aprendan a ser ciudadanos, no me imagino que un padre franquista, xenófobo, que mataría a todos los socialistas y comunistas (no sé si también a los ateos y agnósticos), de los de la mano derecha levantada y que le gusta cantar el cara al sol…desee que sus hijos también sean así, en una sociedad democrática.

¿Cómo pueden prevalecer, en la educación de una sociedad democrática, los valores paternos a los valores sociales?

La actitud laica no propugna unos valores políticos en detrimento de otros.
Sólo los valores que proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que aspiran a ser universales, pero que no han sido escritos en las Tablas de la ley descendidas de los cielos.

Los Derechos Humanos no están ya ahí, hay que ir practicándolos para que estén, hay que aspirar a que se cumplan para conseguir una humanidad más solidaria, más justa.

Hay que reflexionar, razonar, debatir, en la escuela, por qué sería bueno que se extendieran a toda la humanidad la práctica de los mismos.

E, igual que no hay premios para quienes cumplen las normas del Código de Circulación, tampoco hay premios a quien practique los Derechos Humanos.
Ni premios ni castigos, sólo basta reflexionar y ser conscientes de su conveniencia.

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