Hay muchas maneras de meter
la pata.
Una de ellas, y quizá la más
conocida, sea la de tomar “la parte por el todo” que los filósofos solemos
llamarla “falacia de generalización”.
Preguntas, en una
manifestación de 100 personas, la opinión de las veintiocho primeras con las
que te encuentras y si todas las 28 opinan lo mismo (X es Y) concluyes que la
“manifestación ha opinado que X es Y”.
Has “generalizado” (todos)
una “particularidad” (algunos) compuesta por “individualidades” (28) por lo que
has expresado una Falsedad.
Otra manera de meter la pata
es confundir y considerar iguales dos ámbitos distintos, por ejemplo, el ámbito
religioso y el ámbito político.
Todos sabemos lo que la Iglesia Oficial (institución
religiosa) opina sobre las uniones homosexuales y está en su derecho a dar su
opinión, otra cosa es que el parlamento (institución política) tenga que
prohibir dichas uniones porque así opina la “institución religiosa”
El Parlamento puede legislar
lo que mejor considere para la comunidad.
Que el Parlamento no es una
“autoridad moral” se sabe desde siempre.
El Parlamento es una
“autoridad política” pero ni el Papa ni los Obispos ni la Conferencia episcopal
son “autoridades morales”, sólo son “autoridades religiosas” lo que no es
igual.
Las “leyes permisivas”
permiten que el que quiera hacerlo lo haga y que, el que no quiera, que no lo
haga por los motivos que crea convenientes. Hay libertad de hacerlo.
No así las “leyes
obligatorias” (que obligan a todos) ni
las “leyes prohibitivas” (que lo prohíben a todos).
Por lo tanto, ante la unión
homosexual que el Parlamento legisla como “permisiva” que es, los creyentes
católicos no tienen por qué unirse homosexualmente, estando en onda y
obedeciendo a sus pastores, pero lo que no pueden esos creyentes, partidarios
del “no”, es obligar a los que “sí” quieran unirse homosexualmente.
Tu derecho a no hacerlo no
implica el deber de que el otro tampoco lo haga.
Los que se unan
homosexualmente podrán hacerlo legalmente, no es “delito”, y si el creyente
cree que es “pecado” allá él y que no “peque”.
Y eso cuando el Papa se
manifiesta como Papa, porque si se presenta como Jefe de Estado (que también lo
es) está permitida la sonrisa, hasta la risa, incluso.
¿Podemos tomárnoslo en serio?
Porque, si lo pensamos bien,
es el único Estado europeo teocrático y que incumple abiertamente los Derechos
Humanos Fundamentales, como la discriminación por religión y la discriminación
por sexo.
Imaginaos que viene el Papa a
Madrid, en loor de multitudes (ya estuvo el anterior en Valencia) y el
Presidente del Gobierno no asiste a la misa en la correspondiente explanada
repleta de gente, ¿Se lo echaría en cara, se lo reprocharía, el Papa al
Presidente del Gobierno, si no va, ya que no tiene obligación de ir?
Porque el Presidente del
Gobierno sí que podría echarle en cara y reprocharle sus prácticas
antidemocráticas en el Estado del que es Jefe y el incumplimiento de los
Derechos Humanos en su Estado en su forma de gobernar.
Es como si porque el Estado
Español, al tener relaciones diplomáticas con otro estado cualquiera, tuviera obligación
de tener la las mismas leyes educativas, sanitarias o sindicales que él.
Y, como remate, presumir la Iglesia de detentar
“autoridad moral” con tanto pederastas sueltos entre sus pastores…
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