¿Quién no ha oído/leído, más
de una vez, el verso de Machado: “No tu verdad: la verdad // Y ven conmigo a
buscarla // la tuya, guárdatela”.
Yo estudié Filosofía en la Universidad
Pontificia de Salamanca, una Universidad en la que todos mis
profesores eran curas o frailes y la filosofía que todos impartían era la Filosofía Escolástica
de Santo Tomás de Aquino, a veces un poco edulcorada, porque el siglo XX no era
el siglo XIII, medieval, pero los razonamientos eran parecidos.
Sólo hubo dos, el Profesor de
Psicología que nos hablaba de la
Estructura de la Personalidad , de la Tectónica de la Personalidad ,… era el
Padre Freijo, nada que ver su Psicología con la Psicología escolásticas
de las pruebas de la inmortalidad del alma y cosas por el estilo y el Padre
Muñoz, un fraile mercedario que nos dio Lógica Matemática y que cuando nos
ponía un examen se marchaba a la librería de la calle La Rúa , El Sagrado Corazón, y nos
decía que cuando acabáramos el examen lo dejáramos encima de la mesa, por si él
no hubiera llegado todavía.
Fue de esta materia de la que
me enamoré y también por el dominio y la forma de explicarla.
Es cierto que la Filosofía tiene fama no
sólo de aburrida sino de casi ininteligible por el farragoso vocabulario que
usa que esconde el mensaje (si es que lo tiene) detrás de las palabras.
Ortega, no obstante,
practicaba lo que predicaba: “la claridad es la cortesía del filósofo” y es
verdad que es claro en sus palabras y en sus mensajes.
Pero ha sido casi la
excepción.
Ha sido muy normal la frase:
“debe ser un pensamiento muy profundo porque no me entero de nada de lo que
dice o escribe”, como si el manto tapase tanto a la persona que se sospechase
que ni persona había tras ese manto.
Yo, también, en ese sentido,
durante toda mi vida de educador-enseñante he intentado dar mensajes de manera
clara (y, sin vanidad, creo haberlo conseguido).
He intentado no mentir ni
mentirme a mí mismo y nunca me ha dado miedo la verdad, sea la que sea y venga
de donde venga y no es porque mi tocayo dijese que “La verdad, venga de donde
venga, al final viene de Dios” sino porque la “verdad nos hará libres” aunque
duela y te cree enemistades.
Los Reyes Magos y el
Ratoncito Pérez no son mentiras ni falsedades sino suaves verdades dulcificadas
que alegran la vida infantil y señalan el camino de que el refuerzo posibilita
conductas correctas.
Nunca les neguéis a los niños
sus caramelos de ilusión que la vida, luego, es demasiado prosaica.
Mentir es o la hipócrita
autodefensa o herir al otro, es como hacerse trampa en el solitario y, luego
cantar victoria.
Los que mienten lo hacen
porque desean algo y saben que, diciendo la verdad, no van a conseguirlo.
Pero la salvación, propia o
ajena, nunca puede venir de la mano de la mentira, que es como la calle cortada
y, al final, sin salida, aunque te haya servido para caminar un trecho.
Vivir mintiendo, vivir
instalado en la mentira, es una metástasis de autodestrucción que antes o
después se llevará a cabo.
También todos hemos
leído/oído la frase del poema de Ramón Campoamor: “en este mundo traidor //
nada es verdad ni mentira // todo es del color // del cristal con que se mira”
La duda es, y la pregunta, ¿el
mundo es/tiene que ser traidor?, porque si no lo es no hace falta cristal, y
menos de colores, con que mirar la verdad y la mentira, y la verdad será verdad
y la mentira será mentira. Pero instalados en la hipocresía es difícil, si no
imposible, detectar la verdad o la mentira del que abre la boca.
La verdad siempre fue la
adecuación entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hay.
La mentira es el desajuste
entre lo que pensamos y lo que decimos, para que, además, sea falsedad, además,
hay que tener en cuenta lo que hay, si lo hay o no lo hay, los hechos, la
realidad, inamovible en su terca presencia, independiente de nuestros gustos,
deseos o caprichos.
Pero, a partir de Nietzsche,
se extendió la sentencia de que “no hay hechos sino interpretaciones” y tú no
puedes saber si esa muerte, ahí, con un tiro en la nuca ha sido un suicidio, un
homicidio o un asesinato, porque ya no nos vale decir que se ha muerto, hay que
calificar esa muerte.
Y habrá que recurrir a
interpretaciones recurrentes y mayoritarias para que sea aceptada esa
interpretación como la más ajustada a los hechos.
O que el médico forense, tras
un minucioso y científico reconocimiento sentencie que fue un suicidio y no un
homicidio ni un asesinato
Lo que no está muy lejos de
lo que afirmaba Kant de que no podemos conocer el “noumenon” sino sólo el
“fenómenon” y este es el resultado de una suma en la que un sumando lo pone,
desde dentro, el sujeto cognoscente y el otro sumando proviene de fuera del
sujeto por lo que la suma total de estos sumandos nunca puede ser igual a
ninguno de ellos (me recuerda un poco a la hipotenusa de cualquier triángulo
que siempre tiene que ser menor que la suma de sus dos lados opuestos y si no
conocemos éstos no podemos conocer aquella.
Ya he dejado escrito de, al
menos, cinco tipos de verdad, con sus correspondientes antónimos, siendo la
mentira el antónimo de una de ellas.
Y sabemos que las Ciencias
Experimentales tienen su tipo de Verdad como las Ciencias Formales, las
Ciencias Sociales, la
Historia , la
Literatura , la
Mitología , el juego,… tienen sus respectivas verdades y
querer juzgar una verdad en el campo que no le corresponde no es que sea
falsedad, es un “sinsentido”, como decir “jaque mate a la suma de tres más
dos”.
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