domingo, 2 de diciembre de 2018

PALABRAS DE UN AGNÓSTICO (20)



Un Dios arbitrario, pero Omnipotente, que puede hacer y hace lo que da la gana, sin someterse a lógica alguna.
Ese Dios para el que no existe lo imposible y que se burla de nuestro “no hay más remedio que…”

Para Él dos más dos no tienen por qué ser cuatro ni que el triángulo tenga que tener tres ángulos…o mejor, si son cuatro y tiene tres ángulos es porque Él así lo ha querido, pero que si hubiera querido otra cosa o la contraria así habría siso y así puede y podrá ser.

Sólo Él puede hacer que el final de nuestra vida, desgraciada y temporal, empalme con el inicio de otra vida eterna y feliz.

Sólo ese Dios, capaz, es el que nos interesa, porque sólo Él puede salvarnos de la fatalidad de morir.

Un Dios personal que salva a quien quiere (y no está obligado a salvar a nadie porque para Él no existen obligaciones) y para quien todo es posible.
¿O debemos abandonar definitivamente toda esperanza de ser rescatados de nuestra perdición?

Estas ideas son las ideas que el pensador ruso, Chestov, expone en su obra, de título clarividente, “Atenas y Jerusalén”

Atenas, o sea, la Razón, la Lógica, la Ética, la Ciencia, las Verdades Universales y Necesarias, el Reino de la Necesidad,…para todos sin excepción “versus” Jerusalén y la revelación bíblica.

Algo parecido a lo que Hume había ya manifestado y que afirmaba que la conveniencia del anhelo humano terminaría por vencer a la lógica científica: “Oponerse al torrente de la religión escolástica con máximas tan débiles como “es imposible que una cosa sea y no sea…” o “el todo es mayor que la parte” o “dos más tres suman cinco”…en como querer estancar el océano con un junco. ¿Cómo se pueden oponer razones profanas al misterio sagrado?...y los mismos fuegos que fueron encendidos para los herejes servirán también para la destrucción de los filósofos”.

Sin embargo, a partir de la Ilustración el pedestal de los dioses fue asaltado por la Razón, que se convirtió en Diosa, la “diosa Razón” y mientras los científicos y los filósofos ampliaban su campo la religión iba perdiendo terreno en una especie de vasos comunicantes al tiempo que las hogueras inquisitoriales religiosas fueron apagándose aunque (y no hay que obviarlo) ardieron otras no menos voraces con combustible político.

La divinidad oficial, en los países desarrollados, se hizo razonable, aunque con una razón “tutelada por la fe” y luchando siempre contra la visión laica de la sociedad.

Vincular el Dios cristiano con la Razón griega como en el 2.006 hizo el Papa Benedicto XVI (como si no hubiera existido un Lutero o un Kierkegaard) frente a la arbitrariedad de Alá, situado, según él, por encima de la razón, de la lógica y hasta de la moral decente de cada día.

Hoy, quien se opone a esa religión escolástica, antifilosófica e inquisitorial es el islamismo, que substituye la hoguera por las armas para luchar contra los infieles, que son todos los que no están con ellos.

Hoy la fe es más una cuestión de convivencia (“vamos a llevarnos bien”, “hay sitio para todos”…) que de lucha, exceptuados los extremistas que pueden surgir en todas las religiones y que, si por ellos fuera, arrojarían del espacio a todos los demás para tomar posesión de él como propiedad privada ya que, ahora, “la única religión verdadera” es la suya. Y sólo la verdad tiene derecho a ser manifestada e impuesta.

El dilema pues, hoy, está entre lo que puede convencernos (que para mí, y para muchos, es la ciencia, la lógica, la ética,…) y aquello que, contra toda verosimilitud, podría salvarnos.

¿Es conveniente la verdad o debe ser verdad lo conveniente?

Quien elige, quien decide, quien ejerce su voluntad, obra siempre desde “la fe en lo posible” (no digo lo “probable” y menos lo “seguro”).

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