Hoy estamos instalados en el
mantra de “no hay mujer frígida, sino varón inexperto”.
Si no hay luz no es por
deficiencias de la instalación eléctrica, sino por el manazas del electricista.
Pero durante toda la historia
(exceptuados ciertos paréntesis) la frigidez de la mujer era una verdad
evidente que nadie, en su sano juicio, se atrevía a cuestionar a no ser que
estuviera llamándola “puta”.
Y, durante el franquismo,
respirando el aire eclesial, seguiría siendo frígida, eminentemente pasiva,
tanto en la vida social como en la personal y sexual.
Frente a los activos e
inteligentes varones, las pasivas y afectivas mujeres.
La cabeza (la razón, la
frialdad) versus el corazón (el afecto, el sentimiento)
El sexo masculino, dinámico y
lleno de capacidad fecundante, versus el sexo femenino, estático y lleno de
capacidad nutritiva.
El sembrador y la simiente
fecundante versus la tierra acogedora, fecundada y nutritiva.
Genitales exteriores versus
genitales interiores.
El que penetra y descarga versus
la penetrada y receptora.
El que lucha por la
existencia de la familia y la que administra para mantener viva a la familia,
La calle y la plaza versus el
hogar y el dormitorio.
El que labora en muchas
actividades versus “sus labores” en el hogar.
Ya desde la pubertad el alma
de los varones y el de las mujeres va adquiriendo caracteres específicos,
distintos.
Incluso se defiende
fisiológicamente, endocrinamente.
Si la actuación del varón
está informada por la fuerza, la capacidad de abstracción y del ingenio
(influencias córtico-suprarrenales y de la glándula intersticial), la mujer se
mantiene, durante toda su vida en un plano emotivo (predominio tiroideo) y
afectivo (influencia lútea).
Esfera intelectual (función
laboral, para luchar y ganar) versus esfera afectiva, (para su función
maternal).
La mujer no sólo no es un ser
intelectualmente desarrollado, es que no debe serlo, para ser madre.
La mujer es un ser dócil que,
en el plano amoroso, se traduce por un afán de sumisión al varón (aunque a veces
sea por las ventajas que ello le supone), y que en el plano social por una
desconfianza sistemática ante todo afán renovador, aunque sea en su beneficio.
Progresistas versus
conservadoras.
Él es el elemento activo,
incluso agresivo, en todos los órdenes versus la pasividad social, incluso
pasividad biológica sexual.
El varón da, la mujer recibe.
El varón persigue, conquista,
la mujer desea ser perseguida y ser conquistada.
El va, ella espera y desea
que venga.
Incluso, el varón ama
mientras ella desea ser amada.
En “la noche de bodas” es el
varón quien debe llevar la batuta del encuentro sexual, pero sin mostrarse
demasiado agresivo y comportarse de tal manera que ella se entregue a merced
sin que casi se dé cuenta de ello.
Y, lo mismo que en la primera
noche de bodas, durante toda su vida de matrimonio.
Por lo tanto, la mujer tiene
la obligación de cuidar todos sus atractivos personales y proceder con su
marido como si él, cada día, tuviese que conquistarla de nuevo, como si cada
día fuera la primera noche de bodas.
Y si el día de la boda iba
“arreglada, guapa, esbelta” debe intentar ir así todos los días, como para
desafiar ser conquistada y poseída.
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