La esterilidad es considerada
como un castigo. Ese fraude generativo representa para ella una humillación, lo
que se suma a las muchas veces servidumbre genital y que le crea un complejo.
“No son raros los matrimonios
que, antes de ser legales, fueron simplemente ayuntamientos durante años y que,
por lo mismo, evitaron los embarazos, y una vez legalizados no consiguieron
tener hijos, aun deseándolos” (De nuevo Cónil padre e hijo, 1.967).
Las “funestas consecuencias
de…”, “el justo castigo a su perversión”…
¿Para qué hacen falta los
curas, si son los científicos ginecólogos los que lo advierten?
Aunque, como en toda regla,
haya alguna excepción y se cuestionen los inconvenientes de la necesidad sexual
no satisfecha y de las disfunciones de la castidad reprimida.
El derecho al sexo y “a amar”
sin perjudicar a nadie, embellece nuestra existencia y satisface una exigencia
natural de nuestro ser, que las más de las veces hace depender la armonía en
nuestras funciones.
Posee, pues, su poesía y su
justificación.
“No es un deber ser madre” y
“las familias no tienen por qué ser numerosas” por la alta mortalidad infantil.
Incluso recomienda la
esterilización voluntaria si los recursos económicos de la familia no son
suficientes para asegurar una buena crianza de los hijos, con alimentación
sana, higiene conveniente, educación completa e integral, causando la alegría
que hace feliz y estimable la existencia”
El autor razona sobre el
problema de la superpoblación, que si se duplica diez veces más por siglo, y si
toda la humanidad se volviese tan prolífica, bastarían muy pocos años para
llegar a un número tan alto de personas que la humanidad tendría que tomar a
cañonazos otro planeta”
(Francisco Cantó: “La mujer
ante el problema sexual. Castellón. 1.937)
Pero es la excepción (aunque
fuera allá por el año 1.937), la regla general y oficial era otra.
Aunque en otros países la
idea de la alegría de vivir y el placer del sexo aparezcan recogida en
numerosos textos, en nuestro país, hasta casi la muerte del Dictador no se
había superado el antisexualismo.
De lo que no tratan los
ginecólogos, en general, durante esta época (lo que sí se hacía en otras
naciones) es de temas tales como los métodos racionales del control de
natalidad, la masturbación, la interrupción voluntaria del embarazo, las
actividades sexuales placenteras, la homosexualidad, la frigidez, la inseminación
artificial, la esterilización voluntaria, la educación sexual,…
Y lo digno de señalar es que
estos ginecólogos solían ser los
catedráticos de la universidad, en la que exponían los contenidos de sus obras
escritas, en los que se manifiesta su ideología, con la influencia consiguiente
en sus alumnos que, normalmente, seguirán la línea marcada por sus profesores.
La doctrina católica se
manifiesta en sus obras, espiritualizando el sexo y en detrimento de su esencia
física y psíquica.
Los esquemas mentales que
pueden deducirse de sus obras e instalarse en la sociedad es que la mujer es
bella y maternal, pero estúpida, pasiva y frígida.
Una visión de la mujer no
sólo conservadora y machista, sino también deformada y falsa por lo que se
considera necesaria la educación sexual de los alumnos ya desde edades más
tempranas.
Durante la época franquista,
en general, la mujer es considerada inferior al varón, biológicamente no está
hecha para trabajar, sino para cuidar del hogar, de la crianza y educación de los
hijos, y para atender al marido, se considera nefasta la coeducación y la no
necesidad de que la mujer estudie algo más allá de una difusa cultura general y
temática femenina, cosas inútiles para un trabajo activo posterior.
Las teorías pseudocientíficas
para legitimar la inferioridad de la mujer son muy diversas.
Para unos la mujer representa
el “endocosmos”, para López Ibor la mujer es un “ser centrípeto”, para otros
viene caracterizada por “su angustia reproductiva”, para Marañón y sus
discípulos la mujer es “un varón a medio camino”, para otros es “el tercer
sexo”, mientras para otros la mujer que estudia o trabaja es “un ser anormal y
que puede llevar a la desaparición de la especie humana y a la creación de un
tercer sexo en la sociedad moderna”
En el trato y la relación del
ginecólogo con sus pacientes siempre muestra una actitud “casi paternal”
Reproducción legítima y ama
de casa fidelísima, esa es su misión en esta vida.
No se la reconoce como una
persona normal sana sino como una enferma.
Se ve a la mujer como un ser
no sólo enferma y enfermable sino también como productora de enfermedades a su
marido y a sus hijos.
La menstruación, la
menopausia, el coito…no son vistos como fenómenos normales sino como
patologías.
Si se mencionan temas como interrupción
voluntaria del embarazo o control de natalidad es para condenarlos, no para
estudiarlos.
No he estudiado medicina pero
leo que en las universidades españolas se tiende a enseñar más una
ginecología-patológica que una ginecología-general.
La verdad es que los autores
de libros de ginecología reflejan su entorno social y quienes acuden a sus
consultas privadas, mujeres de clase media y alta.
No es de extrañar, pues, el
ataque a la mujer feminista, liberada, culta, que trabaja, que no es frígida,…
Los ginecólogos quedan
reflejados ellos mismos, sus familias, su entorno,…conservadores y machistas en
sus libros.
Y como les hace ver a sus
clientes-pacientes que son ellos los expertos en el tema les inculcan/intentan
inculcarles su propia ideología.
“Todo es por vuestro bien” –
típico consejo paterno.
Naturalmente, la Universidad de
Navarra, la del Opus, va más allá todavía.
La verdad es que a los
ginecólogos les interesan, profesionalmente, las mujeres casadas, con hijos, el
fomento de la natalidad y el ataque a su control,…todo sea por el mantenimiento
de la ideología conservadora y por el éxito de sus consultas y sus clínicas
privadas.
Creo, incluso, que la
sociedad tenía, de la mujer, un concepto distinto y superior al que de ella
tenían los ginecólogos, con sus beneficios crematísticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario