¿PROFESIÓN?: SUS LABORES.
Durante gran parte de mi vida
ha sido una cantinela que, cuando para cualquier trámite, se le preguntaba a la
mujer por su profesión, respondiera: “sus labores”, lo que era una confesión no
de que no trabajara sino que su trabajo era el doméstico: convertir la casa en
un hogar, cuidar del marido (y muchas veces de los padres o suegros), de los
hijos, comprar, cocinar, barrer, fregar, bañar, lavar, planchar, limpiar el
polvo,...(y demás).
No trabajaba fuera de casa,
pero las horas y el cansancio del trabajo en la casa era agotador.
En el Siglo XIX ya Engels
había lanzado la idea de que en la familia tradicional (la habitual en España
hasta ayer mismo) el marido representaba la burguesía (la que trabajaba en la
calle, haciendo negocios y ganaba dinero) y la esposa representaba al
proletariado (el que trabajaba de sol a sol y por salarios mínimos, según la
entonces vigente: “Ley de bronce de los salarios” que tan claramente había
expresado LaSalle: “salarios que repongan la energía gastada en el trabajo
fabril”.
Tanto has gastado, tanto te
pago para que compres los alimentos necesarios para reponer fuerzas, darte más
o darte menos sería una injusticia, que los dos platillos de la balanza: lo que
das (energía consumida en el trabajo) y lo que recibes (salario para comprar lo
necesario para reponer las energías gastadas)
La mujer moderna (muchas de
ellas) se ha incorporado al trabajo fuera de casa, para recibir, en un trabajo
de peor calidad y con menor salario que el del varón, y, además, cuando llega a
casa, comienza, desarrolla y termina el otro trabajo (aunque, últimamente,
algunos maridos “ayudan” y otros, menos, “comparten” dicho trabajo).
Con mucho retraso la mujer
española se ha incorporado al trabajo, fuera del hogar, en comparación con
otras naciones europeas (durante el franquismo no más de un 26% de las mujeres
no-solteras realizaban un trabajo fuera del hogar, entre otras causas porque
los horarios laborales eran irregulares, de exclusividad, nocturnos, fines de
semana, con empleos de tiempo parcial, competitividad extremada, controles de
eficacia fríos y, a veces, cínicos, imposibilidad de permisos o de
vacaciones,….lo que lo hacía incompatible con el trabajo de la casa, hijos,…
Como los trabajos femeninos
estaban mal pagados había un cambio continuo de personal, lo que disminuía las
posibilidades de promoción.
La mujer era, en el sector
sanitario, sobre todo, enfermera, limpiadora, cuidadora,…pero no médica, y en
el sector de la enseñanza sobre todo en la educación infantil y en guarderías
(casi con exclusividad).
“Mi seño” era la expresión
que muy a menudo se le oía al niño cuando, por la calle, iba de la mano de su
madre a cualquier cosa.
A la mujer se la contrata por
sus virtudes de sacrificio, obediencia, religiosidad, dulzura, cariño, espíritu
maternal, belleza,…pero no por sus conocimientos técnicos, como explotando el
concepto del “instinto de maternidad”.
Los trabajos femeninos, tanto
en el sector sanitario como en el educativo, reproducen las funciones femeninas
tradicionales: alimentación, cuidado, educación, limpieza, cocina,
entretenimiento,…como una extensión lógica del propio hogar familiar.
Aunque la mayoría de la
población activa sanitaria era femenina, no menos del 80% eran médicos varones.
En la enseñanza,
naturalmente, las escuelas de niñas eran en exclusiva de las maestras, como las
de los niños eran de los maestros.
No sólo separación de sexos
entre alumnado, también entre el profesorado.
La dificultad de combinar el
papel de mujer-profesional con el de mujer-ama-de-casa es lo que ha dificultado
que incluso mujeres con titulación universitaria no accedan a puestos de
categoría acorde con su titulación.
Veterinarias, médicas, enfermeras-practicantas
(el 85%), matronas (hasta el 100%), farmacéuticas, odontólogas, maestras,
asistentas sociales…ha ido incrementándose, siendo las pediatras las de mayor
índice.
Incluso hoy a las enfermeras
se las considera, entre los usuarios, como “médicos de segunda fila”,
inferiores, pero con un conocimiento del mismo tipo, aunque menor, pero no
distinto.
De la enfermera-monja (tan
común durante siglos), por motivos religiosos, se ha pasado a la
enfermera-profesional, pero que, durante mucho tiempo, se justificaba por una
“idea caritativa” (satisfacción de ayudar a un ser humano, como extensión de
ayudar a otro hijo suyo).
Del personal religioso en los
hospitales, en al año 1.963, el 59% carecía de cualquier título universitario
(se daba por asegurado que su celo riguroso y caritativo supliría su
deficiencia de formación).
Hasta no hace tanto tiempo se
les denominaba A.T.S. (Ayudantes Técnicos Sanitarios) a pesar de que, ya
entonces el 80% eran mujeres.
España es un país atípico,
con más médicos que enfermeras, con concentración urbana y escasa asistencia
sanitaria rural.
Enfermeras y médicos se
distribuyen de manera similar, siguiendo una pauta de norte (más numerosos,
excepto en Galicia) a sur (mayor escasez, exceptuando Sevilla, Málaga y
Granada).
La existencia de Hospitales y
Universidades son focos de atracción.
Y si hay más enfermeras en el
Norte que en el Sur, las matronas abundan más en el Sur que en el Norte.
Las matronas o comadronas es
una ocupación en decadencia debido al desarrollo de la Tocología.
Todavía estamos en una
cultura que es hostil al desarrollo de la mujer a alto nivel, aunque poco a
poco va en aumento el índice, pero cuesta.
Donde prima el índice de
mujeres es en Farmacia.
La mayoría de las médicas
trabajan por cuenta ajena, en hospitales, ambulatorios o centros de salud y
ocupando pocos puestos de responsabilidad, reproduciendo la dependencia
institucional del varón, siendo pocas las que se dedican a la práctica privada
o a la cirugía.
Abro la Guía médica de mi Compañía de
Seguros y la mayoría son varones.
En los centros sanitarios
(siempre con las debidas excepciones) no suele promocionarse a las mujeres, y
se les reserva el trabajo más rutinario, ancillar, y de menor responsabilidad.
La incorporación de la mujer
como odontólogas ha sido muy reciente.
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