Siguiendo la división de las ciencias, según Dilthey, en
Ciencias de la Naturaleza y Ciencias del Espíritu, quedaba el campo del conocer
dividido en la “res extensa” (abierta a la investigación de la Física, la
Óptica, la Mecánica y la Medicina) y en la “res cogitans” quedaba el campo de
estudio de la Filosofía, la Psicología, la Moral, la Teología, el Derecho y la
Política.
Pero mientras la Naturaleza (“escrita en lenguaje
matemático”) con el método científico hipotético-deductivo de Galileo,
perfeccionado por Newton, avanzaba sin parar, resolviendo problemas, el
Espíritu quedaba como problema, sin resolver.
La Filosofía sigue pidiéndole a la Teología explicaciones
sobre el origen del mundo, sobre el origen de las leyes por las que se rige y
por las leyes de conservación del mismo.
El teólogo puede, incluso, pactar con Newton que,
finalmente, admite la existencia del Gran Arquitecto, pero no podrá pactar con
Spinoza y su monismo, “Deus sive natura sive substantia”. Dios disuelto en la
Naturaleza.
La Razón cartesiana, que ya en el siglo XVII había
conquistado el espacio de la Naturaleza, en el XVIII se lanza a la conquista
del espacio del Pensamiento (moral, social, político, jurídico, económico,
artístico, literario,….)
La Filosofía
emancipándose de la Teología y
dejando de ser “ancilla”, siendo, ya, “señora”,
La Razón emancipándose de la Fe, luchando por su autonomía,
ganando batalla tras batalla hasta la victoria (¿) final.
Descartes ha levantado la veda y, posteriormente, han
llegado más cazadores que no habían podido cazar en el coto privado, bien
guardado, y de múltiples maneras, por la Iglesia.
La Filosofía cartesiana es la antorcha que ilumina la
Ilustración, iluminando, incluso, más allá de donde Descartes no se atrevió,
tanto por precaución como por miedo, las instituciones de El Estado y La
Iglesia.
El “leit motiv” de Voltaire “aplastar a la infame” (“écraser
l`infâme”) tiene aquí una hipótesis explicativa de “¿para qué sirve la
filosofía?”.
Entre otros, para Voltaire, éste es el primer objetivo de la
Filosofía: “las gentes que no piensan preguntan, a menudo, a los que piensan,
para qué ha servido la Filosofía. Y éstas les responden: para destruir, en Inglaterra,
la rabia religiosa que hizo perecer en el cadalso al rey Carlos I; para impedir
que, en Suecia, un arzobispo, con una bula en la mano, hiciera derramar la
sangre de la nobleza: para mantener la paz de la religión en Alemania, poniendo
en ridículo todas las disputas teológicas; y para extinguir, en España, las
abominables hogueras de la Inquisición”
El Barón D´Holbach superará, incluso, esta agresividad de
Voltaire.
No sólo es criticar las máscaras de la fe, es desenmascarar
a la Iglesia institucionalizada.
Se pregunta la Razón: “¿puede admitirse como verdad
revelada la que va contra una verdad
conocida como directamente evidente por la inteligencia o indirectamente
evidente por la razón?”
No sólo es el principio cartesiano de la evidencia como
criterio de verdad (“no admitir como verdadero lo que no sea inmediata o
mediatamente evidente”) sino “¿admitir como verdad lo que escapa y dice estar
más allá de la razón y no sometible al método racional?
¿Puede ser la revelación otro principio de verdad?
Spinoza hará una crítica histórica de la biblia, hablando de
“mascaradas, supersticiones y fanatismo”
La verdad debe estar y proceder libre de tradiciones y
dogmas con base bíblica.
Para D´Holbach “la superstición y la tiranía han invadido el
mundo… habrá, pues, que rescatar ese mundo y liberarlo de la superstición y de
la tiranía” (Biblia e Iglesia)
Habrá que tomar la nueva Bastilla y forzar las puertas del
calabozo, ahuyentando o encerrando o matando a los carceleros que se resistan.
Hay que liberar al mundo de la opresión, del fanatismo, del
miedo, de la autoridad.
También habrá que repensar la idea de Dios, la de la vida y
la del hombre.
Esta vida ya no será un valle de lágrimas, ni el hombre un
ser “caído”, ni la salvación nos vendrá desde arriba, esperando la gracia,
resignadamente.
La vida es maravillosa y hay que vivirla y gozarla.
El hombre es un ser autónomo que, con su esfuerzo personal,
puede/debe triunfar y salvarse.
Adiós a Trento y a Lutero, a pesar de que las Iglesias se
resistirán a perder su coto privado y a sus fieles.
Adiós a los dogmas, a los misterios, a las supersticiones
que han enmascarado, falsamente, la idea de Dios.
No se trata, pues, de ir contra Dios, sino de repensar la
idea de Dios, raspando y desprendiendo las costras adheridas por la tradición
de las iglesias, de manera interesada.
Dios no puede/no debe ser el Dios eclesiástico.
Hay que desintoxicar al hombre y prepararlo para la nueva
vida y el nuevo Dios.
El deísmo, por ejemplo.
No es igual pensar a Dios como Arquitecto o Relojero que
como Redentor, dador de la Gracia, el justiciero.
El Dios de los deístas no interviene en la historia humana,
se mantiene al margen.
También el Ateísmo, con “la existencia del mal en el mundo
es la mejor prueba de la inexistencia de un Dios Poderoso y Bueno a la vez”.
Los enemigos de la Ilustración jamás aceptarán no ya que la
Razón se oponga a la Fe, sino que deje de ser su esclava.
En palabras de hoy diríamos que no quiere/no debe/no puede
prescindir de la criada aunque tenga que darla de alta en la Seguridad Social y
subirle el sueldo.
La Razón, por su parte ya nunca abdicará de su función
crítica, de liberarse y ser autónoma.
La tensión Fe-Razón es más que una disputa de fronteras.
“Somos hombres antes de ser cristianos”.
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