Qué sea “racionalismo” e “irracionalismo”, grosso modo todos tenemos una idea de ellos.
Pero ¿”humanismo”?
Porque tenemos “humanismo
clásico”, “moderno”, “cristiano”, “ateo”, “socialista”, “marxista”,
“existencialista”,…
Pero tanto los
estructuralistas como los postestructuralistas han repudiado el humanismo bajo
el término “antihumanismo”
El humanismo, tal como lo
concebimos, es una forma de antropología filosófica que afirma el desarrollo
histórico y la autonomía del hombre con
respecto a toda entidad sobrehumana, sea ontológica, religiosa, social o
política.
El humanismo se relaciona,
pues, con el conocimiento racional, con la moral laica y son el sistema
político democrático que garantiza las libertades individuales y los derechos
humanos, y se adscribe a una concepción universal y progresiva de la historia.
No se basa en la religión del
hombre, ni en el culto de una humanidad abstracta, impersonal, sino en la
pluralidad de hombres concretos cuyos objetivos singulares son inmanentes
porque no derivan de ninguna autoridad exterior pero, a la vez, trascendentes
en la inmanencia, porque implican normas universales que superan las
propiedades de cada individuo y son válidas para todos más allá de la
subjetividad.
Cada hombre, al elegir lo que
quiere ser crea, al mismo tiempo una imagen del hombre tal como considera que
debe ser.
Si yo elijo visitar Florencia
no puedo elegir el trayecto que pase por Nueva York.
Decía Sartre que al elegir,
al optar, por esta conducta estamos renunciando a otras conductas distintas y
contrarias, de manera que somos el resultado más de las renuncia que de las
opciones.
¿Qué es lo que debe ser el
hombre en cuanto hombre, el hombre en sí, sin apellidos (religioso, ateo,
comunista, materialista,…)?
Aunque también podíamos
preguntarnos si cada uno de nosotros, que tenemos un nombre, no necesitamos
apellidos para individualizarlos.
Y es verdad, necesitamos,
apellidos para distinguirnos unos de los otros pero, si abstraemos de las
particularidades, al modo aristotélico, nos quedamos con lo común a todos.
Si abstraemos del sexo, de la
edad, de la cultura, del estado social, de la ideología política,…al final nos
quedamos con “el hombre” del que podemos afirmar que es mortal, racional,
risible, bípedo,…sea varón-mujer, joven-viejo,…
Pero los relativismos
culturales, así como los estructuralistas y postestructuralistas, dividen el
mundo en círculos culturales cerrados e incomunicables entre sí, sólo
comprensibles para un pensamiento fragmentario, autodesignado “débil”.
Pero la “diversidad” no
excluye la “unidad” sino la “uniformidad”, ni la “contingencia” excluye la
“regularidad”, ni el “cambio” la “continuidad”, ni las “partes” el “todo”, ni
el “azar” la “causalidad”, ni el “conflicto” el “consenso”, no el “momento
transitorio” el “proceso inacabable”.
No existe una naturaleza
humana fija e inmutable pero, más allá de las diferencias de épocas, clases,
géneros, lugares, ideologías, culturas, todos los hombres deben enfrentarse a
condiciones semejantes: la necesidad de relacionarse con los otros (la
“socialidad”), de buscar los medios y crear los instrumentos adecuados para
satisfacer sus necesidades, reducir los sufrimientos y afrontar su finitud.
Estas coincidencias básicas
permiten el consenso sobre ciertos valores comunes que hacen posible la
convivencia humana.
Las respuestas podrán ser
distintas, incluso opuestas, pero siempre deberán tener en cuenta esa condición
humana insuperable que es el fundamento, por lo tanto, de todo humanismo.
Una filosofía, por lo tanto,
opuesta tanto al relativismo y al nihilismo como al dogmatismo y al
autoritarismo tenderá a una sistematización abierta e incompleta que,
recorriendo un intrincado camino de encuentros parciales y provisionales, se
aproxime gradualmente a un conocimiento objetivo, en un progreso continuo hacia
un absoluto inalcanzable porque su plenitud significaría el fin del pensamiento
y el fin de la historia.
La relación entre sociedad y
filosofía, entre historia y razón, entre acción y teoría, la búsqueda del
sentido o la racionalidad inmanente del proceso social e histórico, no implican
teleologías, ni escatologías, ni milenarismos, ni providencialismos: por el
contrario, afirman la libertad en los límites de una situación dada, rechaza el
determinismo –ineludible en las estáticas y rígidas estructuras de los
estructuralistas- y niega el futuro predeterminado como un destino fatal.
Confía, aunque sin certezas
absolutas, en la capacidad del hombre –ser contradictorio, libre y
condicionado, individual y social, sujeto y objeto- para comprender, elegir
entre las posibles alternativas, transformar su situación en el mundo y
conferir un sentido racional al devenir histórico y a su propia existencia.
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