martes, 27 de octubre de 2020

OLVIDO (EL) DE LA RAZÓN ( y 2 )

 Qué sea “racionalismo” e “irracionalismo”, grosso modo todos tenemos una idea de ellos.

Pero ¿”humanismo”?

 

Porque tenemos “humanismo clásico”, “moderno”, “cristiano”, “ateo”, “socialista”, “marxista”, “existencialista”,…

Pero tanto los estructuralistas como los postestructuralistas han repudiado el humanismo bajo el término “antihumanismo”

 

El humanismo, tal como lo concebimos, es una forma de antropología filosófica que afirma el desarrollo histórico y la autonomía del hombre  con respecto a toda entidad sobrehumana, sea ontológica, religiosa, social o política.

 

El humanismo se relaciona, pues, con el conocimiento racional, con la moral laica y son el sistema político democrático que garantiza las libertades individuales y los derechos humanos, y se adscribe a una concepción universal y progresiva de la historia.

 

No se basa en la religión del hombre, ni en el culto de una humanidad abstracta, impersonal, sino en la pluralidad de hombres concretos cuyos objetivos singulares son inmanentes porque no derivan de ninguna autoridad exterior pero, a la vez, trascendentes en la inmanencia, porque implican normas universales que superan las propiedades de cada individuo y son válidas para todos más allá de la subjetividad.

 

Cada hombre, al elegir lo que quiere ser crea, al mismo tiempo una imagen del hombre tal como considera que debe ser.

 

Si yo elijo visitar Florencia no puedo elegir el trayecto que pase por Nueva York.

 

Decía Sartre que al elegir, al optar, por esta conducta estamos renunciando a otras conductas distintas y contrarias, de manera que somos el resultado más de las renuncia que de las opciones.

 

¿Qué es lo que debe ser el hombre en cuanto hombre, el hombre en sí, sin apellidos (religioso, ateo, comunista, materialista,…)?

 

Aunque también podíamos preguntarnos si cada uno de nosotros, que tenemos un nombre, no necesitamos apellidos para individualizarlos.

Y es verdad, necesitamos, apellidos para distinguirnos unos de los otros pero, si abstraemos de las particularidades, al modo aristotélico, nos quedamos con lo común a todos.

 

Si abstraemos del sexo, de la edad, de la cultura, del estado social, de la ideología política,…al final nos quedamos con “el hombre” del que podemos afirmar que es mortal, racional, risible, bípedo,…sea varón-mujer, joven-viejo,…

 

Pero los relativismos culturales, así como los estructuralistas y postestructuralistas, dividen el mundo en círculos culturales cerrados e incomunicables entre sí, sólo comprensibles para un pensamiento fragmentario, autodesignado “débil”.

 

Pero la “diversidad” no excluye la “unidad” sino la “uniformidad”, ni la “contingencia” excluye la “regularidad”, ni el “cambio” la “continuidad”, ni las “partes” el “todo”, ni el “azar” la “causalidad”, ni el “conflicto” el “consenso”, no el “momento transitorio”  el “proceso inacabable”.

 

No existe una naturaleza humana fija e inmutable pero, más allá de las diferencias de épocas, clases, géneros, lugares, ideologías, culturas, todos los hombres deben enfrentarse a condiciones semejantes: la necesidad de relacionarse con los otros (la “socialidad”), de buscar los medios y crear los instrumentos adecuados para satisfacer sus necesidades, reducir los sufrimientos y afrontar su finitud.

 

Estas coincidencias básicas permiten el consenso sobre ciertos valores comunes que hacen posible la convivencia humana.

Las respuestas podrán ser distintas, incluso opuestas, pero siempre deberán tener en cuenta esa condición humana insuperable que es el fundamento, por lo tanto, de todo humanismo.

 

Una filosofía, por lo tanto, opuesta tanto al relativismo y al nihilismo como al dogmatismo y al autoritarismo tenderá a una sistematización abierta e incompleta que, recorriendo un intrincado camino de encuentros parciales y provisionales, se aproxime gradualmente a un conocimiento objetivo, en un progreso continuo hacia un absoluto inalcanzable porque su plenitud significaría el fin del pensamiento y el fin de la historia.

 

La relación entre sociedad y filosofía, entre historia y razón, entre acción y teoría, la búsqueda del sentido o la racionalidad inmanente del proceso social e histórico, no implican teleologías, ni escatologías, ni milenarismos, ni providencialismos: por el contrario, afirman la libertad en los límites de una situación dada, rechaza el determinismo –ineludible en las estáticas y rígidas estructuras de los estructuralistas- y niega el futuro predeterminado como un destino fatal.

 

Confía, aunque sin certezas absolutas, en la capacidad del hombre –ser contradictorio, libre y condicionado, individual y social, sujeto y objeto- para comprender, elegir entre las posibles alternativas, transformar su situación en el mundo y conferir un sentido racional al devenir histórico y a su propia existencia.

 

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