Una nueva amenaza
existencial.
Estamos desestabilizando la
biosfera global tomando cada vez más recursos del entorno, al tiempo que
vertemos en él cantidades ingentes de desechos y de veneno, lo que provoca
cambios en la composición del suelo, del agua y de la atmósfera.
Ninguno de los cuatro
elementos presocráticos queda a salvo: ni el aire (contaminado), ni el agua, ni
la tierra-el suelo, ni el fuego (el sol y sus letales rayos ultravioletas que
caen sobre nosotros por ese roto, en crecimiento, que le hemos hecho (y
seguimos haciéndole) al paraguas de la capa de ozono.
El equilibrio ecológico,
formado a lo largo de millones de años, estamos desequilibrando a marchas
forzadas a pesar de tantas reuniones y compromisos que luego no se cumplen.
Y este desequilibrio tampoco
sabe nada de fronteras, de naciones, de políticas, de democracias,…todos
estamos en peligro, incluso los que no tienen capacidad real de contaminar.
El uso del fósforo, que es
esencial como nutriente de las plantas, en pequeñas cantidades, en cantidades
excesivas se vuelve tóxico y es lo que ocurre en la agricultura industrial
moderna que, después, envenena ríos, lagos, manantiales, océanos,… con efecto
devastador en la vida marina.
Un agricultor en Iowa puede
estar matando los peces del golfo de Méjico.
Así se degradan los hábitats,
animales y plantas se extinguen, incluso ecosistemas enteros, como
El homo sapiens convertido en
asesino ecológico, siendo consciente de ello, pero obseso por la
industrialización a toda costa no disminuye su actividad.
A lo largo de la prehistoria
se han sucedido edades de hielo con períodos de calor pero, a pesar de ello, el
clima del planeta se ha mantenido más o menos estable, sin embargo somos
testigos del cambio climático que se nos viene encima y no sabemos cuántas
víctimas podrán perecer en el proceso de adaptación.
A diferencia de la guerra
nuclear, que es posible en un futuro, pero que no parece inminente, el cambio
climático es una realidad actual.
Sabemos que el dióxido de
carbono que echamos a la atmósfera hace que el clima cambie a un ritmo
alarmante con el efecto invernadero correspondiente.
Se calcula que, si no paramos
el ritmo actual de emisión de dióxido de carbono, dentro de 20 años la
temperatura de la tierra subirá 2 grados, lo que provocará la expansión de
zonas desérticas, la desaparición de los casquetes polares, el aumento del
nivel de los océanos, así como el aumento de huracanes y tifones.
Todo lo cual (y mucho más)
provocaría cambios en la producción agrícola, ciudades inundadas, ciertas
partes del mundo se convertirán en inhabitables y cientos de millones de
refugiados buscarán nuevos lugares en que construir sus hogares.
Hemos llegado a un punto que,
aunque redujéramos espectacularmente la emisión de gases de efecto invernadero,
no bastaría para invertir la tendencia y evitar una tragedia mundial.
Y lo triste es que seguimos
emitiendo más y más gases de efecto invernadero.
¿Alguien puede decirme donde
encaja el nacionalismo en este panorama, aunque, concienciado, no emita gases,
no queme carbón, petróleo o gas?
¿Puede existir una respuesta
nacionalista a esta amenaza ecológica que va a sufrir igual las consecuencias?
¿Puede una nación, por si
sola y por poderosa, que sea frenar el calentamiento global?
Puede, individualmente,
apostar por las energías limpias, cobrar impuestos a quienes contaminen,
promulgar leyes ambientales más restrictivas, recortar o negar ayudas a las
industrias contaminantes, puede invertir en investigación, puede…puede…¿cómo
puede afectar todo ello al problema global?
Por ejemplo, la industria de
la carne es una de las principales causas del calentamiento global y de la
contaminación.
Supongamos que “una nación”,
que lo sabe y es consciente, lo tiene en cuenta y la restringe hasta límites
ínfimos, ¿cómo afectaría al problema global?
Para ser efectivo el efecto
debe ser global.
Cuando se trata del clima los
países ya no son soberanos porque se encuentran a merced de todos aquellos que
están en la otra parte del mundo.
Mientras EE.UU. y Rusia no
abandonen la estrategia de seguir como siempre todos los demás países, China,
¿Qué podría, pues, hacer un
nacionalismo enano, aunque engreído?
Mientras una guerra nuclear
amenaza, por igual, a todas las naciones (por lo que todas tienen el mismo
interés en evitarla), el calentamiento global tendrá un impacto desigual en
función de cada nación.
El aumento del nivel del mar
por el cambio climático poco (nada) puede afectarle a Suiza o a Austria,
incluso a Rusia, pero a China, o a España misma…
Siberia podía ser el granero
del mundo y las rutas marinas árticas podían ser las arterias del comercio
mundial.
¿Qué sería de China, Japón y
Corea del Sur sin el petróleo y el gas importado?
¿Y qué sería de Rusia, Irán o
Arabia Saudí si dejaran de poder exportarlos al haber sido sustituidos por las
energías solar y eólica? Pues que sus economías se desplomarían.
Sólo recordar “el impuesto al
sol” del innombrable ministro Soria dan ganas de vomitar porque todos sabemos
por qué.
Una bomba atómica es una
amenaza tan evidente e inmediata que a nadie se le escapa el horror, pero el
calentamiento global es una amenaza más vaga y demorada en el tiempo, de ahí la
dejadez.
Y si este problema a largo
plaza exige sacrificios a corto plazo los nacionalismos, miopes y exaltados,
siempre podrán minimizar o negar el problema y escurrir el bulto diciendo que
lo solucionen los demás o que ellos, sólo en el último momento, se pondrán
manos a la obra para cooperar.
El ratón y una manada de
gatos.
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