HABLEMOS DEL CRISTIANISMO.
Luego, de lo primero que hay
que hablar, es de Cristo, no de Jesús de Nazaret.
Éste es un personaje
histórico que nació, vivió y murió (lo mataron) en un lugar determinado y en
una fecha concreta (aunque hoy sabemos que no fue la fecha que se dice que fue,
por culpa de un error de cálculo de un monje egipcio del siglo VI, Dionisio el
Exiguo).
Error que cometió en
el año 533....
¿En qué año, entonces, nació
Cristo (o mejor) Jesús de Nazaret?
El hecho
es que Dionisio situó el año 1 de la era cristiana en el
753 de la era romana… cuando Jesús ya debía de contar al menos con 4 años de
edad.
El despiste/error/lapsus del
Exiguo fue haber situado la fecha de nacimiento
de Cristo varios años después de que naciera.
O sea, que Jesús nació…
antes de Cristo.
Lo que se celebra el día de
Navidad no es nacimiento de un “niño humano” sino del “niño Dios”.
Pero, una vez sabido ya lo de
la fecha de su nacimiento debemos insistir en que Cristo no fundó el
Cristianismo (hay que atribuírselo a Pablo de Tarso (o Saulo)
Jesús de Nazaret no
tenía pretensiones de divinidad, sino que ésta surge a partir de las enseñanzas
de Pablo, rompiendo así con las raíces judías.
Hay que señalar, por tanto,
la diferencia entre el cristianismo anterior a Pablo – judaizante- y el
posterior, el que nos llega y se impone en sintonía con el paganismo y del que
se dice que Pablo es su fundador.
De hecho hoy es un lugar
común poner a Antioquía como la cuna del Cristianismo o cuando los creyentes se
denominaron por primera vez “cristianos”.
Lo cierto es que la irrupción
del Cristianismo fue una revolución dentro del ambiente de las religiones
históricas, porque todas ellas predicaban la esclavitud en el trabajo, a favor
del dominador de las masas embrutecidas, y a favor del sacrificio, en pro de
los detentadores del poder religioso.
El trono (político),
despótico y el altar (religioso) tiránico, que se unían entre sí para
favorecerse mutuamente (recordemos que ambos fueron los causantes de la pasión
y muerte de Jesús).
Era un peligro para el
Emperador romano (o su representante en Jerusalén) que un judío (Judea era una
provincia romana) de autoproclamase “rey” (así se lo hizo ver el Sanedrín a
Pilatos) y el que le fastidiaba el negocio del Templo al poder Religioso.
La tierra no era de los
hombres sino de los poderosos de la espada o del espíritu, siempre unidos (y
durante siglos) en ese “césaro-papismo” que no dejaba un resquicio de gozo ni
de esperanza en el pueblo, oprimido, en su cuerpo y en su alma, por uno y otro
poder.
La revolución del
Cristianismo fue la que deshizo esa prisión que no dejaba vivir al común de los
mortales.
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