3.-
Como podéis observar, el
planteamiento de Boff (a diferencia del de Anthony de Mello) es esperanzador.
Consiguió un aguilucho y lo
puso en el gallinero con las gallinas.
Comía maíz y la ración propia
de las gallinas, aunque el águila fuese rey/reina de todos los pájaros.
Cinco años más tarde vino a
su casa de visita un naturalista.
Mientras paseaban por el
jardín, el naturalista observó y dijo:
-Ese pájaro de ahí no es una gallina. Es un águila.
-Claro -respondió el campesino- que es un águila. Pero criada como una gallina.
Ya no es un águila, se ha vuelto una gallina como las otras, a pesar de esas
alas de casi tres metros de envergadura.
-No puede ser -replicó el naturalista-, es y será siempre un águila. Tiene el
corazón de águila y ese corazón la hará volar, un día, a las alturas.
-¡Qué va! -insistió el
campesino-, se convirtió en gallina y jamás volverá a ser águila.
Entonces decidieron hacer la prueba.
El naturalista tomó el
águila, la levantó muy alto y, desafiándola, le dijo:
-Ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, ¡abre tus
alas y vuela!
El águila siguió posada sobre el brazo extendido del naturalista.
Miraba distraídamente a su
alrededor.
Vio las gallinas abajo,
escarbando los granos, y saltó a su lado.
El campesino comentó:
-¡Se lo dije!, ¡se ha convertido en una simple gallina!
-Nada de eso -volvió a insistir el naturalista-.
Es un águila, y un águila
será siempre un águila.
Probaremos nuevamente mañana.
Al día siguiente, el
naturalista subió con el águila a la azotea de la casa. Le susurró:
-¡Águila, ya que eres un águila, abre tus alas y vuela!
Pero cuando el águila vio abajo las gallinas, escarbando en el suelo, saltó y
se fue junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió
a la carga:
-¡Ya se lo había dicho, se ha convertido en gallina!
-No -respondió firmemente el naturalista-. Es un águila y siempre tendrá
corazón de águila. Vamos a probar por última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el
naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Agarraron al águila, la
llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, a lo alto de
una montaña.
El sol naciente doraba las
cumbres de la cordillera.
El naturalista levantó al
águila muy alto y le ordenó:
-¡Águila, ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra,
abre tus alas y vuela!
El águila miró a su alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida.
Pero no voló. Entonces el naturalista la sujetó firmemente, en dirección al sol,
para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad del sol y de la inmensidad
del horizonte.
En ese momento, abrió sus
potentes alas, lanzó el típico kau-kau de las águilas y se irguió,
soberana, sobre sí misma. Y comenzó a volar, a volar hacia las alturas, a volar
cada vez más alto. Voló... voló... hasta confundirse con el azul del
firmamento...".
Pues eso, que somos águilas y no gallinas.
Así que vivamos de acuerdo
con nuestra naturaleza humana hacia la plenitud de nosotros mismos, tanto
personal como socialmente.
Efectivamente, el mensaje de
Jesús nos tiene que llevar a salir de nuestro estado de gallinas para volar
hacia el Sol, pues estamos llamados a ello.
Atrévete a ser el héroe de tu
propia existencia.
Es duro... pero merece la
pena.
Nunca mejor dicho, que el
Señor (como el sol) te ilumine, y te haga a ti ser luz para que puedas encarnar
los valores de las bienaventuranzas allí donde estés, y los demás,
especialmente los desfavorecidos, también puedan ser iluminados.
Todos estamos llamados a
surcar las alturas. No tengas miedo. ¡A volar!
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