Cuentan que un profesor de Filosofía impartía sus clases en forma de parábolas y cuentos, y que sus discípulos lo escuchaban con verdadero deleite pero que, también, a veces, con frustración y decían tener necesidad de algo más profundo.
“Todavía tenéis que
comprender, queridos alumnos, que la distancia más corta entre el hombre y la
verdad es un cuento” –afirma A. de Mello.
También afirma A. de Mello
que “cuando se ha perdido una moneda de oro, se encuentra con la ayuda de una
minúscula vela y la verdad más profunda se encuentra con la ayuda de un breve y
sencillo cuento”.
Cuesta aceptar que las cosas
importantes puedan contarse y explicarse con palabras sencillas, en forma de
cuentos, de leyendas, de parábolas,… que tienen un gran valor metodológico,
pedagógico y epistemológico.
Es como lo hacía Jesús de
Nazaret y como lo hizo Platón en algunos de sus Diálogos (el mito de la
caverna, el mito del carro alado, el origen del hombre (el “andrógino”) = varón
y mujer),…
Ortega decía que “la claridad
es la cortesía del filósofo” y debería ser, no la cortesía, sino la necesidad
metodológica.
Si, como afirma Kant, “no se
aprende filosofía sino a filosofar”, con estos instrumentos, que conforman un
mundo paralelo, se refleja fielmente la verdad que queremos mostrar y que no
queda falsificada sino mejorada y puesta
al alcance de la mente del discente.
¿Qué es
¿Cuántos relatos, cuentos y
leyendas tenemos en nuestra tradición occidental que nos ayudan a entender
mejor la realidad y a conocernos mejor a nosotros mismos?
Y es que, si lo pensamos
bien, tenemos la sensación de que la filosofía, y la historia del pensamiento,
en general, tienen hoy poco éxito precisamente porque se presentan, en la
mayoría de los casos, como saberes petrificados, momificados, caducos, poco
creativos y enrevesados, y sobre todo, la filosofía que, con una “jerga
filosófica” se le hace casi incomprensible al alumno que, por primera vez, se
acerca a ella, espantándolo.
Mitos, leyendas, cuentos,
relatos,… de todo ellos nos valemos/debemos valernos para motivar al recién
ingresado en la filosofía, no rehuyendo los textos sino haciéndolos, con rodeos
lingüísticos-semánticos, menos ásperos, más apetecibles.
Porque el “saber” filosófico,
cuando se lo “saborea”, “sabe” bien”, apetece, crea adicción, llega a ser
adictivo, esbozando, de esa manera, respuestas a las cuestiones fundamentales
referentes al hombre, a la naturaleza, al comportamiento humano, a lo
religioso,…
Hacer filosofía desde la
literatura hace que la literatura, sin desaparecer como tal literatura, vaya
apareciendo, germinando y desarrollándose lo estrictamente filosófico.
Por ejemplo, el tema del
hombre que, a lo largo de la historia ha sido considerado como un compuesto de
dos o de tres elementos (cuerpo – alma y espíritu”.
Un compuesto que ha sido considerado
como dualidad o trinidad o, bien, como un solo ser, con una unión “substancial”
y no “accidental”.
Para explicar al hombre como
un ser humano dividido, qué mejor que la historia imaginada que nos propone
Italo Calvino, escritor italiano, aunque nacido en Cuba, en 1.923 con su “EL
VIZCONDE DEMEDIADO”.
“Había una guerra contra los
turcos….
El vizconde Medardo de
Terralba cabalgaba por la llanura de Bohemia…
Cuando estalló la contienda,
el vizconde asaltó con la espada desenvainada un cañón enemigo, pensando que
les metería miedo a los dos artilleros, pero, en cambio, recibió un cañonazo en
pleno pecho.
Medardo de Terralba saltó por
los aires y sus restos fueron colocados en un carro y llevados al hospital.
Le faltaba un brazo y una
pierna, y no sólo eso, sino todo lo que era tórax y abdomen, entre el brazo y
la pierna había desaparecido.
De la cabeza quedaba un ojo,
una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media
frente,…
Para resumir, se había
salvado sólo la mitad de Medardo, la parte derecha que, por lo demás, estaba
perfectamente conservada.
Los médicos cosieron,
pegaron, amasaron,…quién sabe lo que hicieron con ello.
El caso es que, al día
siguiente, Medardo abrió el único ojo, la media boca, dilató la nariz y respiró.
La fuerte naturaleza de los
Terralba había resistido.
Ahora estaba vivo y partido
por la mitad.
Aquella mitad regresó a
Terralba y sus primeras acciones no dieron lugar a dudas pues, hasta su antigua
nodriza, que lo conocía muy bien, dijo en voz alta ante quienes allí estaban:
“ha regresado la mitad mala de Medardo”.
Y el vizconde, como él era,
tenía la maldita manía de partir todo por la mitad.
“Ojalá pudiera partir todas
las cosas enteras, así cada uno podría salir de su obtusa e ignorante integridad.
Cuando estaba yo entero todas las cosas eran para mí naturales y confusas,
estúpidas como el aire: creía verlo todo y no veía más que la corteza.
Si alguna vez te conviertes
en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan
a la normal inteligencia de los cerebros enteros.
Habrás perdido la mitad de ti
y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa.
Y también querrás que todo
esté partido a la mitad y desgarrado, a tu imagen, porque la belleza, la
sabiduría y la justicia existen sólo en lo hecho en pedazos.
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