Cuando en el siglo XIX (1.853) una flota americana obligó a Japón a abrirse al mundo moderno, éste, como respuesta, se embarcó en un proceso rápido y muy exitoso de modernización y, en pocas décadas, se convirtió en un estado poderoso basado en la ciencia, en el capitalismo y en la tecnología militar más puntera para derrotar a China y a Rusia, ocupar Taiwán y Corea y, por último, hundió la flota estadounidense en Pearl Harbor y destruir los imperios europeos del Lejano Oriente.
Pero, al mismo tiempo, no se
occidentalizó, sino que decidió proteger su identidad única y asegurar que los
japoneses modernos fuesen leales a Japón, y no a la ciencia, a la modernidad, o
alguna nebulosa comunidad global.
Así que mantuvo la religión
nativa del sintoísmo como piedra angular de la identificación japonesa.
En realidad fue el Estado
japonés quien reinventó el sintoísmo, porque el sintoísmo tradicional era una
mezcla de creencias animistas en diversas deidades, espíritus y fantasmas y
cada aldea y templo tenía sus propios espíritus favoritos y costumbres locales.
A principios del siglo XX fue
cuando Japón creó una versión oficial del sintoísmo y este “sintoísmo de
Estado” se fusionó con ideas muy modernas de nacionalidad y raza, que la élite
tomó prestada de los imperialismos europeos.
Más todo lo que del budismo,
confucianismo y valores feudales de los samurais ayudara a cimentar la lealtad
al país.
Y, por si ello fuera poco, el
“sintoísmo de Estado” consagró como principio supremo la adoración al emperador
japonés, considerado descendiente directo de la diosa solar Amaterasu y él
considerado no menos que un dios viviente.
Mezcla de lo viejo y de lo
nuevo como en un curso acelerado de modernización.
Y, lo que a primera vista,
parecía un caciquismo neolítico, funcionó, se modernizaron a un ritmo
impresionante y desarrollaron una lealtad fanática a su país.
Japón sería la primera
potencia en desarrollar y usar misiles guiados con precisión.
Los kamikazes eran aviones
ordinarios cargados de explosivos y guiados por pilotos humanos que deseaban
participar en misiones de sólo ida.
Era el espíritu de sacrificio
que desafiaba a la muerte, cultivado por el sintoísmo de Estado, combinando la
tecnología más avanzada con el adoctrinamiento religioso más avanzado.
Este mismo sintoísmo de
Estado, aunque en menor grado, lo cumple el cristianismo ortodoxo ruso, el
catolicismo polaco, el islamismo chií en Irán, el wahabísmo en Arabia Saudí y
el judaísmo en Israel.
Religión fanática y
tecnología moderna: una mala y triste combinación.
Pero no tienen que ser necesariamente
religiones clásicas, aunque retocadas, sino una religión inventada, como la de
Corea del Norte, con el “juche”, una mezcla de marxismo-leninismo, algunas
tradiciones coreanas antiguas, una creencia racista en la pureza única de la
raza coreana y la deificación del linaje familiar de King Il Sung, que, aunque
no sean descendientes de dioses ni diosas solares, son venerados casi con más
fervor que cualquier dios en la historia.
Y si a esto le añadimos armas
nucleares ya que consideran el desarrollo como un deber sagrado digno de
sacrificios supremos…
Las identidades religiosas,
con armas nucleares en sus manos, puede destruir el planeta por su fanatismo.
Hasta ahí pueden llegar las
ficciones religiosas compartidas por las masas.
Las religiones tradicionales,
más que como remedios a los problemas de este mundo, son parte del problema al
ejercer un gran poder político, avivándolo y convirtiéndolas en sirvientas de
los nacionalismos.
¿Y cómo se superan las diferencias
nacionales para una globalización, pues los retos son globales, no nacionales?
Y los nacionalismos arriman
el agua a su molino (o el ascua a su sardina) y no les importan (o les importa
poco) los otros molinos o las otras sardinas.
Peor aún, creen que lo que es bueno para su nación es bueno para
el planeta, así que…
¡Qué gran error¡
Parece que estamos atrapados
entre la espada y la pared porque sólo a nivel global pueden solucionarse los
problemas globales que hemos visto como retos a superar.
Los nacionalismos y las
religiones dividen a nuestra única civilización ubicándose en campos hostiles.
¿Problemas globales e
identidades locales/nacionales?
¡Pobre Unión Europea y lo que
se le avecina, su desintegración¡ por las dificultades de integrar las
migraciones de naciones y culturas tan distintas.
Si yo voy a un país musulmán
ni se me ocurre entrar en una mezquita con zapatos, ni reírme de quienes a la
voz del almuecín se arrodillan en plena calle a rezar, ni….ni…. Debo ser yo
quien me adapte a las situaciones.
¿Por qué no al revés?.
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