Algunas de las manifestaciones humanas de actuar son: el lenguaje, la técnica, el arte, la religiosidad,…
Donde observemos éstas y
parecidas actividades podemos afirmar que, tras ellas, está el hombre.
Por otra parte, la ciencia ha
establecido, más allá de toda duda razonable, el origen evolutivo del hombre
por lo que debemos cerrar el Génesis y el sexto día de la creación.
El hombre no es el resultado
de una creación divina sino el producto de una evolución.
Ahora toca, pues,
preguntarnos por el modo cómo ocurrió, porque ocurrir sí ocurrió, el hecho no
esta está en cuestión, las distintas teorías se refieren al “cómo” fue, no al
hecho de si fue o no fue.
Pero las distintas teorías
siempre están dentro del marco de la evolución biológica, con sus implicaciones
científicas y filosóficas.
Nos referimos, pues, al
proceso de “hominización”.
Y, a continuación, habrá que
referirse al proceso de “humanización”.
La evolución “biológica”
(¿cómo surgió?) y la evolución “cultural” (¿por qué llegó a ser así?), dos
procesos distintos pero que se entrañan mutuamente, como las dos vertientes de
una cordillera.
La “cultura” sólo puede existir sobre una base biológica apropiada,
no sobre cualquier base biológica.
El proceso de “hominización”
nos sumerge en el enigma de un origen gradual, de un avance lento de millones
de años, de un parentesco extraordinario con otras especies animales.
No podemos pensar
adecuadamente al hombre de espaldas a la biología y a las otras ciencias
naturales.
“Somos Física, Química y
Biología”, tres ciencias naturales.
Pero no sólo de ciencias
naturales vive el hombre y para poder pensar sobre él hemos de ir más allá de
esas tres ciencias.
No todo lo que el hombre es
queda explicado con esas tres ciencias, aunque sin ellas no podríamos entender
al hombre.
Lo que el hombre sea/lo que
el hombre es sigue siendo un problema para el hombre mismo.
No tendremos más remedio que
acudir a la filosofía, aunque ésta nos parezca hoy más un laberinto de
interrogantes que de respuestas.
Uno siente cierta desazón
ante tantas y tan desacordes antropologías filosóficas o filosofías del hombre.
Quizá nunca como hasta ahora
hayamos asistido a tal desconcierto sobre esta cuestión.
Hay que hablar en plural, de
“antropologías” en lugar de en singular, “antropología”
Debemos ser humildes y
reconocer nuestra ignorancia que, desde Sócrates, es la “conditio sine que non”
para querer salir de ella, para buscar y acercarse a la verdad sobre el hombre.
¿Podemos/debemos introducir
en estas cuestiones el concepto de “teleología”, como lo han hecho muchos
pensadores a lo largo de la historia y, siendo el último de ellos, Teilhard?
¿Todo fue “azar” y
“necesidad” o, por debajo del proceso evolutivo, latente, había una finalidad,
consciente o inconsciente?
¿O no es necesario meter a
Dios en estos líos?
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