Dios ya no era el sátrapa
oriental que explotaba a las pobres masas en su favor y castigaba al que se
salía del estrecho marco por él construido para los creyentes.
Dios se hizo Padre, que
esperaba al Hijo, convertido en Hermano, de carne y hueso, como los hombres,
que nace en un pesebre, como un ser olvidado y sin afanes ni pretensiones de
poder.
Aquel primer cristianismo era
lo que Nietzsche gritaría cientos de años después: “permaneced fieles a la
tierra”.
Ese cristianismo se presenta
como una religión distinta, que no aplasta durante su paso por la tierra ni
libera sólo cuando estemos en el cielo.
El espíritu de hermandad se
practica en la vida normal de sus seguidores, no siendo nadie más que nadie,
sino hermanos.
Nada tenía que ver este
ciudadano cristiano con el orgulloso ciudadano libre de la antigua Grecia, o de
la antigua Roma, exentos del trabajo.
Cicerón lo expresa muy bien:
“todos los artesanos (trabajadores) hacen un oficio sucio, porque nada digno
puede salir de su taller”.
El trabajar de manera
individual para que viva la comunidad era un orgullo para ellos.
Santo Tomás, en cambio, ya en
el siglo XIII, veía al hombre ideal como un pensador, mientras Lutero y el
luteranismo lo veía sólo como un trabajador, o Descartes como “un ser que
piensa”, o como Marx que lo veía como “un proletario” bajo el yugo de la burguesía,
a la que había que destronar y arrebatarle la propiedad privada de los medios
de producción.
“Un Dios que no se divierte
con las travesuras de sus hijos difícilmente podría ser el padre de un hogar
dichoso”
De ahí el reconocimiento de
esas travesuras (que debían de hacer feliz al Padre) de un David tocando la
lira, bailando y cantando o las “fiestas de los locos”, en
Pero una cosa era el pueblo
cristiano y otra
Los tres únicos pecados de
confesión eran: el adulterio (engañar a la pareja practicando el sexo con otra
persona), el homicidio (matar a otra persona) y la apostasía (abandonar la
religión de los hermanos, al abandonar a su Dios).
Esa religión de fraternidad
nunca debería ser destruida, sino utilizada para liberar a la humanidad, porque
el cristianismo es una religión de la libertad.
El problema, pues, no es la
religión, sino sus jerarcas que predican las ventajas de una Teología del
dolor.
Nunca un cristiano quería
vivir triste y mal, sino al revés, a pesar de sus penurias al ocupar, en
general, los últimos escalones en la jerarquía social, los esclavos.
Ser hijos de Dios, hermanos
en Cristo, no era/no es ser esclavo de nada ni de nadie.
Nunca hizo tanto mal a los
cristianos como los que se consideraban vicarios de Dios en la tierra.
Los pastores predicándoles a
las ovejas que el sacrificio de no comer, de no beber, de no disfrutar de los
placeres de la vida era lo querido por ese Dios Padre, como si un padre
quisiera eso para sus hijos y no lo contrario.
La tergiversación histórica
del mensaje cristiano hizo que muchas ovejas abandonasen ese rebaño y fueran
por libre o crearan otro rebaño distinto en que lo lúdico no fuera
estigmatizado.
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