Dicen los científicos que, en
un principio, existía un concentrado extraordinario de energía-materia en
perfecto equilibrio pero que, sin que sepamos la causa, se dio el famoso
Big-Bang: la energía-materia estalló y se expandió en todas direcciones y así
hizo acto de presencia el caos. Y, a partir de entonces, cada cosa, cada ser,
contiene en sí la dualidad caos-cosmos, desorden-orden.
Ambos se requieren. Ninguno
es absoluto.
Así lo expresa Boff: “La
situación actual es ésta: el universo no es totalmente caótico ni totalmente
organizado. Es la combinación de ambos.
Se presenta ordenado hasta
provocar la fascinación y la veneración de científicos como Newton y Einstein y
de cada uno de nosotros, simples admiradores de la creación.
Pero, al mismo tiempo, ese
orden es frágil, sometido al desequilibrio y a la situación de caos.
Así es el caminar de todas
las cosas: orden – desorden – integración – nuevo orden -…
Vizconde antes de la batalla
(entero), tras la batalla (demediado), tras la integración por el cirujano y el
filósofo (otra vez entero pero no como el primero, sino dual).
Quizá el cirujano sí hizo
bien su trabajo con el cuerpo, pero el filósofo no pudo hacerlo bien con el
alma (porque ¿cómo se cose el alma demediada?).
Cuerpo y alma son dos
dimensiones del único y complejo ser humano, por lo tanto, no hablemos de
cuerpo y de alma, sino de hombre-cuerpo y hombre-alma (mujer-cuerpo,
mujer-alma).
Medardo íntegro (no mitad
malo y mitad bueno) en permanente “remediación”.
Cada uno es cuerpo en tanto
que exterioridad y alma en tanto que interioridad, por lo tanto, Medardo no
tiene cuerpo Y alma, es cuerpo y es alma. (Yo siempre he defendido la expresión
“cuerpo animado” o “alma corporeizada”).
Pero Occidente los separó:
cuerpo Y alma, generando uno de los mayores y más perjudiciales inventos.
Entonces, sobre el cuerpo
recayó la materialidad (cultura materialista, cuerpo como objeto, hombre
demediado, sin valor sino con precio) y
sobre el alma la espiritualidad (cultura individualista, desarraigada, hombre
demediado egoísta).
Pero el cuerpo no es fuente
de mal (o, al contrario, de culto) y el alma fuente de salvación (salud) (o al
contrario, de alienación del hombre, de opio).
Por separado son ambas
dañinas, contrapuestas, demediadas, pero si las entendemos como integradas son
enriquecedoras, humanizadoras.
El cirujano no tuvo problema
(¿pero el filósofo o médico del alma cómo puede coser una materia tan volátil…?)
¿Cómo convencer al vizconde
en su estado demediado de la bondad de su integridad? ¿Cómo unir los dos
opuestos en lucha despiadada por una campesina o por cualquier asunto?
El filósofo le contó al
alumno una historia: “vi, un día a un perro, al borde del agua, que se moría de
sed. Cuando miraba la superficie del agua, veía su propio reflejo y creía que
era otro animal, y cada vez huía ante aquella imagen sin haber bebido.
Al final, la sed le hizo
perder todo conocimiento, se le acabó la paciencia y de un salto se lanzó al
agua, desapareciendo, al mismo tiempo, el otro perro.
Desvanecido, así, aquel perro
ante sus propios ojos, se esfumó entre él y su deseo aquel obstáculo que no era
sino él mismo. Así fue como desapareció el obstáculo que fue aniquilado y que
no era otro perro sino él mismo”.
Si no se abandonan los
semi-yos nunca habrá un yo.
Cada no de nosotros, cada una
de nuestras partes demediadas, es esencialmente apertura y no cerrazón, aunque
esa apertura pude ser agresiva, lucha de contrarios (dualismo), o bien
pacífica, enriquecedora, integradora (dual).
El dominio de la primera
lleva a la destrucción, el de la segunda, al paraíso.
Y hay que elegir.
Y todos recordamos a Hobbes:
“el hombre es un lobo para el hombre” de donde se concluye que hay que firmar
un contrato para que no desaparezca la especie humana y para asegurar nuestras
vidas que las depositábamos, todos, en manos de un gobierno (justo): El Estado.
Aceptar esta tesis era
situarse al lado del caos.
Y todos recordamos a Rousseau:
“el hombre es bueno por naturaleza, y es la sociedad la que lo hace malo…”.
Aceptar esta tesis era
situarse al lado del cosmos, sin tener en cuenta que el caos existió, existe y
existirá en el universo y en el alma humana.
Conclusión, ni bueno ni malo
absolutamente, sino en parte bueno y en parte malo, una mezcla de bondad y de
maldad.
¿Cómo hacer que triunfe la
bondad sobre la maldad?
Pero también recordamos a un
tercer personaje: Voltaire que, no contento con las explicaciones ni de Hobbes
ni de Rousseau, pensó en la alternativa más creíble: en el hombre como
totalidad encontramos el bien y el mal.
Y, para explicárnoslo, contó
lo que sigue:
“Los dioses estaban muy
descontentos con la última criatura aparecida sobre la tierra: el hombre, y
decidieron destruirlo. Pero se interpuso un dios menor defendiendo a los
humanos e invitó a los dioses a contemplar una vez más alguna de las acciones
de estas criaturas.
Fijaron su mirada en un
mercado. En él, alguien se disponía a comprar unos metros de tela que necesitaba.
El mercader, viendo que el
comprador no entendía demasiado de estos asuntos, le vendió los metros que
aquel necesitaba a un precio mucho mayor al que, en realidad, costaba la tela
elegida.
Cerrado el trato, y ya lejos
el comprador timado, el mercader se frotó las manos por la “buena” venta
realizada.
Al guardar el resto de telas
que le había enseñado al comprador se percató de que éste, en un despiste, se
había dejado sobre el mostrador la bolsa llena de oro.
Y no dudó un instante en
salir corriendo a la calle en busca del dueño de aquella bolsa (que contenía
bastantes más monedas que las que, hábilmente, había ganado en la venta de la
tela).
Lo encontró y se la devolvió.
La conclusión a la que
llegaron los dioses, después de estas dos acciones: la de estafa (primeramente)
y la de honradez (en segundo lugar) de un mismo hombre sobre otro hombre, en
sólo unos minutos de diferencia, fue que los hombres son como figurillas en las
que hay incrustados pedazos de madera, de oro, de diamantes, de arcilla,…es
decir, una mezcla de bondad y de maldad o, mejor, de acciones buenas y justas,
y de acciones malas e injustas.
Así las cosas, decidieron
cambiar los planes y dejaron que la especie humana siguiese existiendo sobre la
tierra, tal como era.
Lo necesario, pues, es
promocionar y estimular la parte positiva (buena y justa, con la alegría que
siente el hombre cuando ha hecho una buena acción) o, de lo contrario, el mal
acechará constantemente y vencerá no en pocas ocasiones.
Esta opción es una cuestión moral,
ética, y que carece de elementos coercitivos para imponerse (al revés que las
leyes).
La pregunta sobre Medardo es
qué se puede hacer para que la parte izquierda de Medardo, la parte buena, se
imponga a la parte derecha de Medardo (la parte mala)
(Es curioso que, a lo largo
de la historia, la parte derecha sea la buena y la izquierda la mala): “Venid,
Benditos de mi Padre y poneos a su derecha… y vosotros los malos, a la
izquierda, al infierno, donde el fuego y el rechinar de dientes…)
Porque ambas partes forman
una dualidad, pero un solo ser íntegro, aunque dual.
La fuerza de la ley, del
derecho, estriba en imponer por la violencia lo que se ha consensuado como la
acción mejor, pero no puede existir una violencia moral, ética, sino un
convencimiento (no vencimiento) de que es mejor obrar bien, pero sin poder
imponerlo, sólo convenciendo.
El texto que hemos analizado
de Italo Calvino, “El Vizconde Demediado”, está lleno de posibilidades
filosóficas, como acabamos de ver.