¿SUPERVIVENCIA POST-MORTEM?
1.- LA INMORTALIDAD
PERSONAL.
Desde que el homo apareció
sobre la tierra y hasta el día de hoy (y mañana también) siempre se ha
planteado la duda, el deseo y la pregunta de si habrá otra vida, ultraterrena,
después de ésta terrena,.
Y la respuesta a esta
pregunta ha sido casi universalmente afirmativa.
Pero, al menos entre los
filósofos, hoy no sólo es minoritaria la creencia en una supervivencia post-mortem
sino que la misma “posibilidad” de tal perduración allende la tumba es
contemplada con escepticismo.
¿Es, lógicamente posible,
sobrevivir a la muerte del cuerpo?
Y, de serlo, ¿de qué tipo de
supervivencia se trataría?
Quizá sea posible, aunque
siempre será muy problemática, pero ¿qué tipo de realidad sería esa
supervivencia?
Aunque para algunos, como
Anthony Flew (del que ya hemos comentado en otro lugar anterior) un tipo de
existencia post-mortem es, lógicamente, imposible.
“Sugerir que podríamos
sobrevivir a esta disolución (del cuerpo) parece como sugerir que una nación
podría sobrevivir tras la aniquilación de todos sus miembros”
Porque (reflexionemos): tanto
si el hombre, en vida, es una suma de dos sumandos, cuerpo y alma, si uno de
los dos sumandos (el cuerpo) desaparece la suma ya no es posible, y entonces el
hombre sería sólo un alma que, circunstancial y temporalmente está unida a un
cuerpo y el alma, tras las muerte del hombre, seguiría siendo inmortal, al ser
inmaterial y no poder destruirse.
Pero entonces una nueva
pregunta: ¿mi alma es mi yo?, ¿Yo soy mi alma, sin este cuerpo que ahora tengo?
¿Y dónde va ese alma, porque
el cuerpo queda aquí, enterrado y ya como cadáver?.
Habrá, entonces, que “creer”
en que algún día (al final de los tiempos) también resucitará el cuerpo con el
que de nuevo unirse y poder seguir, de nuevo, siendo yo?
Pero, así, ya nos salimos del
campo de la razón.
Porque, como muchas no,
muchísimas veces, he dicho, no confundamos la creencia (que es verdadera
creencia para el que cree) con la verdad de lo creído, del contenido, de esa creencia.
Si yo creo en los marcianos,
es verdad que creo en los marcianos, cosa distinta a que existan, realmente,
los marcianos.
Yo he definido al hombre, no
muchas, muchísimas veces, como un “cuerpo animado” o un “alma corporeizada”, en
un todo, en el mismo “kit” por lo que es inimaginable un alma (vida) sin cuerpo
en el que vivir o un cuerpo vivo sin alma (sin vida).
Y yo soy eso, un “kit”, así
que el día que mi cuerpo sea un cadáver, sin vida, sepultado, convertido en
polvo, yo ya no soy un hombre, un “kit”.
Pero aunque la noción de
“supervivencia postmortem” fuese de hecho incoherente, es un hecho constatado
que mucha gente cree que va a seguir existiendo tras su muerte y que mucha más
gente aún (entre ellos, yo) lo desea aunque no crea que su deseo vaya a ver
realizado (o, al menos, alberga muchas dudas).
¿Cómo es posible, pues, que
tanta gente tenga creencias y deseos incoherentes?.
Desear “p” es desear que la
proposición “p” sea (o haya sido o será) verdadera, que exista.
Pero si “p” es un enunciado incoherente
entonces “p” no es una genuina proposición o, simplemente, carece de sentido el
desear la verdad de “p” o, al menos, es un deseo estúpido.
Si yo deseo que 5+3 sean 22
¿es posible desear tal cosa o, simplemente, se trata de un deseo estúpido, aunque
psicológicamente sea posible dada la imposibilidad lógica de que 5+3 sean 22?.
Porque desear que una
circunferencia tenga ángulos o que el triángulo no los tenga es un deseo
ininteligible puesto que no expresan una proposición coherente, una genuina proposición.
¿“Ojalá siga viviendo tras la
muerte” es una proposición igualmente incoherente?
El que sea lógicamente
posible que una persona siga existiendo, o no, tras la muerte depende de en qué
consiste ser una “persona”
¿Qué tipo de entidad es una persona,
yo o tú?
Las teorías acerca de la
identidad personal no son unánimes entre los filósofos, aunque la postura de la
mayoría es la “teoría causal” que, grosso modo, significa que la identidad de
una persona a lo largo del tiempo consiste en la “conectividad” y la “contigüidad”
de cada uno de sus estados con los antecedentes (y con los subsiguientes)
basadas en un “enlace causal” que hace dimanar unos estados a partir de otros.
Una persona es así concebida
como una serie de fases o etapas interconectadas por lazos de “causalidad” y la
“contigüidad”, que no haya hiatos o saltos entre una fase cualquiera dada y la
subsiguiente.
Yo estoy aquí, sentado ante
el ordenador (una fase) por haber subido en el ascensor (fase anterior) tras
haber abierto la puerta de entrada al bloque (fase anterior) tras haber
comprado una sandía (fase anterior) y cuando coma una raja de sandía será una
fase posterior a haberla, previamente cortado tras abrir el frigorífico y con
un cuchillo….
Soy “yo” la misma persona que ha causado (y va a causar) esas
fases “contiguas”
¿Podemos dotar de un sentido
coherente a la supuesta posibilidad de que la historia de una persona pudiera
continuar más allá de la muerte de esa persona?
Esos estados causalmente
interconectados son tanto físicos como psicológicos y, en casos problemáticos
(reencarnación, intercambio de cuerpos, descorporeización…) lo decisivo sería
la conexión entre los estados psicológicos y, en particular, de los recuerdos.
Juan en el tiempo 2 es el
mismo que Juan en el tiempo 1 si puede recordar en el tiempo 2 los hechos o
vivencias que hizo o vivió en el tiempo 1.
Y el hecho que pueda recordar
todo y sólo eso es por la “conexión causal” entre uno y otro estado.
Frente a esta teoría que
afirma que la identidad personal consiste en la memoria acompañada de los
enlaces causales pertinentes entre las sucesivas fases de la vida de una
persona, la principal teoría rival (no reduccionista) afirma que la identidad
de una persona no “consiste en nada” de eso sino que es algo último, simple,
indefinible y no reductible a propiedades cualitativas.
La identidad de la persona es
la “perspectiva interior”, la unidad de la autoconciencia, el “ojo de la mente”
o como se la quiera llamar, algo único e
intransferible.
Alguien podría padecer una
amnesia total y seguir siendo la misma persona.
¿Si fuera posible el trasplante
completo del cerebro (con sus recuerdos) en un cuerpo distinto (al haber
fallecido la persona) esta segunda persona, al tener o por tener el mismo
cerebro, aunque con un cuerpo distinto, sería “la misma persona” que era con el
cuerpo anterior?.
Imaginémonos que era cojo,
medía 1,50 de estatura y pesaba 87 kilos y ahora es un atleta, con 1.89 de
estatura y 80 kilos de peso, con el mismo cerebro ¿sería la misma persona, al
tener los recuerdos de los hechos y las vivencias sufridas o gozadas?
¿Y si el “yo” o la “persona”
fuera algo irreal, una ilusión del pensamiento y del lenguaje?
¿Y la “supervivencia
post-mortem”? ¿Qué sería, cómo sería?.
Y tendremos TRES teorías: 1.-
la clásica, la de la supervivencia o inmortalidad del alma, 2.- la
reencarnación y 3.- la resurrección o re-creación.
1.- La PRIMERA : como todos
poseemos un alma espiritual (inmaterial), distinta del cuerpo (material)
sobrevivirá a la muerte del cuerpo, al ser ella “inmortal” y como esa alma
constituye el yo o la mismidad de cada sujeto, de todo ser humano, si bien
mortal en cuanto hombre, es de suyo inmortal en cuanto individuo al ser
inmortal su alma.
Es la teoría de Platón o de
Descartes, teorías “corporalistas” de la persona, pero que son manifiestamente
incoherentes pues, si ser una persona determinada consiste en ser un cuerpo (o
un cerebro), que van pasando por sucesivas fases, una vez destruido el cuerpo y
el cerebro nada queda de la persona.
Incluso si algo sobreviviera
a la corrupción del cuerpo, eso no sería una persona sino una entidad
inimaginable por nosotros.
Para la “teoría corporalista
FUERTE” eso es lógicamente imposible, totalmente Incoherente.
Además, no son dos los
elemento de la persona (cuerpo y alma) habría un tercer elemento, el “espíritu”
que éste sería el inmortal, ya que el concepto de “alma” –“ánima”, “animado”
equivale a “vivo”, Alma = vida o principio de vida (psijé, en griego) y vida
tiene un manzano, un perro y una persona, por lo que tendremos que volver a
Aristóteles y sus tres almas: vegetativa, sensitiva y racional, cada una con
sus funciones, aunque el perro tenga todas las funciones del árbol más las
suyas propias, y la persona tendría las funciones del árbol (nace, crece, se
alimenta, se reproduce y muere) más las del perro (sentidos externos, sentidos
internos, instinto, memoria y movimiento) más las suyas propias
(razón-inteligencia, voluntad-querer y libertad-poder).
En esta visión, lo inmortal
sería el espíritu, no el alma.
¿Pero qué es el espíritu?.
Nociones de la parapsicología
(como la telekinesia o telepatía) nos permiten un acercamiento al concepto de
espíritu: “persona (por tanto, agente racional y moral) sin cuerpo”.
La telekinesia es un primer
modo de ejecutar acciones a distancia sin intervención del cuerpo.
Pero un espíritu sin cuerpo
no podría estar localizado porque es la localización espacio-temporal lo que
individualiza y singulariza a una persona por lo que no podríamos diferenciar a
un espíritu de otro.
Aunque fuera posible la
existencia de espíritus –incluso que fueran inmortales- nosotros, los humanos,
como cuestión de hecho, no pertenecemos a esa categoría pues somos unidades
psicosomáticas en las que el cuerpo forma una parte inalienable.
Aunque la noción de espíritu
sea coherente, la noción de supervivencia de nosotros los humanos, en cuanto
espíritu, es incoherente por la simple razón de que no somos espíritus.
¿Poseemos un alma además de
un cuerpo?, ¿una mente además de un cerebro?.
Como no poseemos almas
espirituales sino que somos unidades psicosomáticas, entonces la idea de
supervivencia espiritual después de la muerte es incompatible con nuestra
naturaleza.
Al resucitar los cuerpos, el
día del juicio final, por fin el alma inmortal que andaría por…(¿por dónde
andaría si al ser inmaterial no ocupaba espacio?) se juntaba con el cuerpo, no
tal como murió (antes de nacer, recién nacido, viejo-anciano,..) sino en su
mejor estado de salud (¿madurez o juventud?)
Pero todo eso es creencia no
conocimiento.
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