(Como casi siempre en otro
lugar de mi blog está escrito).
Todos sabemos que el fin
último de la Razón
es la Verdad.
Pero puede ser que no todo lo
que un hombre tiene por “verdadero” lo sea (porque puede “equivocarse”), pero
en todo lo que dice tiene que ser “veraz” (no tiene que “engañar”): tanto si su
confesión es meramente interna (ante Dios), como si es externa, ante otra u
otras personas.
La transgresión de ese deber
de “veracidad” es a lo que se denomina “mentira” y el precepto dice que “no
debes mentir” (aun cuando fuera con el más piadoso propósito)
Pero una mentira, sea interna
o externa, es de dos clases: 1.- Si se da por “verdadero” aquello de lo que,
sin embargo, se es consciente de que es “falso” y 2.- Si se da por “cierto”
algo de lo que se es consciente, sin embargo, de que es subjetivamente
“incierto”.
Aristóteles decía que Verdad
es “decir que lo que “es”, “es”, y que lo que “no es”, “no es”.
LOS TRES “OBJETOS
SUPRASENSIBLES”
“Dios”, “Libertad” e
“Inmortalidad”.
Nada “sabemos” de ellos
porque nosotros somos seres “sensibles” y ellos son “Suprasensibles”.
No se les puede dar, pues,
realidad objetiva alguna en el respecto teórico.
Pero, porque son
suprasensibles, si, no obstante, debe procurárseles una realidad, sólo se les
podrá conceder en respecto “práctico”, en tanto que “Postulados” de la Razón Práctico-Moral .
Y un Postulado es un imperativo
práctico a priori que no es susceptible de explicación alguna de su posibilidad
(por consiguiente, tampoco de ninguna prueba).
Por tanto, no se postulan
cosas, ni en modo alguno la existencia de un objeto cualquiera, sino sólo una
“máxima” (regla) de la acción de un sujeto. Ahora bien, cuando es deber
efectuar cierto fin (el bien supremo) tengo que tener también derecho a admitir
que existen las condiciones sólo bajo las cuales es posible este cumplimiento
del deber, aunque éstas son (o sean) suprasensibles y no seamos capaces de
obtener ningún conocimiento de ellas (en respecto teórico).
Es decir, al ser
suprasensibles son incognoscible para la Razón Teórica pero son
necesarias su existencia para la Razón
Práctica , luego, aun sin saber nada de ellas, habrá que
admitir su existencia, “postulan” (piden) ser admitidas como existentes para
que pueda existir la moral y, es que, la moral existe, luego también ellas
“tienen que existir”, tenemos que admitir que existen.
Antes de intentar conocer
algo debemos examinar si es posible ese conocimiento, porque si no es posible,
habrá que decir “adiós”.
¿Existe esa capacidad? ¿SÍ?,
pues adelante. ¿NO?, pues ni intentarlo siquiera.
Es, más que otra cosa, un
abismo problemático sin límites, tenemos motivos, pues, para sentir angustia,
desconcierto, terror, casi.
Desparece bajo nosotros el
suelo sobre el que asentar los pies.
Pocas veces, como ahora, se
ha sentido tan intensamente este modo filosófico de autoconciencia.
¿Tiene algún futuro la
filosofía?
¿Qué puede aportar la
filosofía a la situación actual de nuestra cultura?
¿O tendremos que refugiarnos
definitivamente en las Ciencias Naturales y Humanas o en el Irracionalismo?
¿Qué papel juega la razón
humana?
¿Qué podemos pensar y decir
del hombre?
Porque tras el problema de la
racionalidad late siempre el problema del hombre.
Pero hoy, incluso se habla de
la “muerte del hombre” por lo que tendremos que hacer filosofía desde nuestra
preocupación por el hombre.
Si la “muerte del hombre”
significa sólo la muerte del “hombre moderno”, prometeico, centrado en sí
mismo, habría que, incluso, felicitarse por ello.
No conviene olvidar que el
“humanismo moderno” cristalizó en comportamientos que han conducido al
individualismo burgués, a la explotación incontrolada de la naturaleza, al
chantaje terrorista por acción o reacción, a la explotación sistemática de una
gran parte de la humanidad.
Los filósofos deberíamos
recordar esto cuando Occidente vive momentos de entusiasmo liberal y
capitalista, con el peligro de que un individualismo insolidario, y en nombre
de la libertad, siembre de nuevas injusticias los caminos de nuestro mundo.
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