En la Antígona , afirma
Sófocles: “Saber y poder, con la habilidad que les propia, superan toda
esperanza, tendiendo tan pronto al mal como al bien”.
La tecnología actual da que
pensar a la filosofía en cuanto supone un reto para la concepción del ser humano
y del mundo.
Inimaginable, ya, nuestro
mundo sin la tecnología (parémonos un momento a pensar cómo sería ese mundo)
con las implicaciones, problemas y consecuencias consecuentes tanto con su
ausencia como con su presencia.
Ya no nos vale una filosofía
anclada en conceptos del pasado para poder entender el mundo de hoy.
También la filosofía debe
estar a la altura de los tiempos para poder enfrentarse a ese reto de
comprensión del hombre y del mundo en que vive.
Evolutivamente sabemos que
del “homo faber” se pasó al “homo sapiens” pero ha evolucionado, de nuevo, al
actual “homo faber”, aunque en una escala muy distinta y superior.
Nada que ver el antiguo “homo
faber” con el actual “homo tecnologicus (faber) y sus formas de estar en el
mundo, conociendo y transformando el entorno en el que actualmente vive.
Son dos formas de vivir
irreconocibles, aquel para mejor sobrevivir, éste para transformar el entorno
creando un hombre nuevo y una forma de vivir extraordinariamente diferente.
El hombre transforma el mundo
y el mundo se le impone a él, al que tiene que entenderlo para, ya no
sobrevivir, sino para vivir mejor.
Es verdad que también los
primates usan sus técnicas transformando su entorno y adaptándose a él, pero el
grado al que ha llegado el “homo tecnologicus” actual es infinitamente
superior, porque no solo cambia el mundo, sino que “crea mundo” (pensemos un
momento en todo lo que el hombre ha creado y que, sin ello, seríamos incapaces
de imaginarnos cómo vivir).
La tecnología configura
nuestra forma de vivir, posibilita nuevos campos de actuación, modifica
nuestras mismas capacidades cognitivas e instrumentales (¿cómo prescindir del
Telescopio y del Microscopio, por ejemplo? ¿Qué sería una nebulosa o una
bacteria para el hombre antiguo pretecnológico?).
La tecnología da que pensar
al filósofo porque no es posible ni comprenderse ni comprender su mundo.
El modo de realidad que
presentan los artefactos técnicos y sus productos (la realidad virtual, los
seres vivos modificados, la inteligencia artificial,…) y las implicaciones
éticas que todo ello conlleva.
Es la pregunta que muchas
veces me he hecho y he hecho: ¿“debe ser hecho” todo lo que “puede ser” hecho?
¿No hay límites a la actividad tecnológica del ser humano?
Con la misma tecnología puede
hacerse mucho bien pero, también, mucho mal.
¿La técnica no es,
axiológicamente, neutra o sí está dotada de valores?
¿Es el artefacto el que
conlleva un valor positivo o negativo o ha sido el hombre el que ha hecho que
tenga ciertas finalidades?
A veces la Ciencia precede al invento
Técnico (la energía atómica, por ejemplo) y a veces es el artefacto técnico el
que se anticipa a la explicación teórica (la máquina de vapor).
Esta doble interacción es lo
que lleva a hablar hoy de tecnociencia o investigación tecnocientífica.
¿Es anterior el progreso del
conocimiento o es la transformación de la realidad?
¿Y las implicaciones éticas
de la tecnociencia?
¿Y cuando los riesgos de la
tecnología superan, con creces, los pretendidos beneficios del avance?
Ya en los años 40 se hizo
patente la pregunta entre los científicos implicados en la investigación
nuclear y de sus responsabilidades en la aplicación y consecuencias derivadas.
La tecnociencia no es neutra,
no está libre de valoraciones, contra lo que, en un principio, parecía.
El conocimiento científico-técnico
no es inocente ni aséptico.
Las dos primeras preguntas
kantianas: ¿Qué puedo conocer? Y ¿Qué debo hacer? siguen implicándose
mutuamente.
No todo lo técnicamente
posible ha de ser éticamente deseable.
En los años sesenta aparece
el segundo aviso de peligro: la contaminación del medio ambiente, que amenaza
la misma vida sobre el planeta.
Frente a una técnica que, en
sí misma no es mala, sí los son sus aplicaciones por lo que una reflexión ética
considera necesaria una restricción.
Una nueva disciplina surge,
la “bioética”.
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