Así se titula la obra de
André Glucksmann, de la editorial “Kairós”.
Si la primera muerte de Dios
se produjo en la cruz de Jesús de Nazaret y la segunda muerte en las obras de
Marx y de Nietzsche, la tercera, aunque viene, también del pasado, se da de
forma aguda en la hora presente, caracterizada por un ateísmo generalizado,
tanto teórico como práctico.
Si, en otro tiempo, Dios
estaba presente en la mente del hombre desde el momento de levantarse de la
cama, mientras trabajaba y mientras comía, acostándose con las oraciones
nocturnas, hoy, en casi toda la humanidad, sobre todo en la cultura occidental,
ese Dios está ausente y se vive sin Dios, como si no existiera y, quizá, sólo
acordándose de Él cuando las desgracias oprimen demasiado y la ciencia no
encuentra el camino para espantar o curar la enfermedad.
POSTMODERNIDAD.
El siglo XX terminó con una
crítica generalizada a la
Modernidad por su presunción de explicarlo todo y dominarlo
todo con la razón, pero que había sido un fracaso.
De ahí que esa critica
deviniera (y deviene, aún) en una concepción pesimista de las posibilidades de
esa razón fracasada.
Conocemos sus síntomas: su
limitación al único ámbito de los conocimientos parciales de las ciencias
naturales y humanas, un pluralismo inconexo, un pensamiento débil, una renuncia
a la verdad, un puro, pero alicorto, pragmatismo y una absolutización del
momento presente.
Donde antes había
generalidad, ahora reina el fragmento.
Todo se hace discontinuo.
La propaganda sustituye a la
verdad.
Al faltar la confianza en la
justicia se declara “justo” lo que conviene.
En plena decadencia de los
ideales, se impone la tiranía de lo útil, de lo agradable, de lo placentero.
De sostener que nada existe
inaccesible a la razón, se ha pasado a una desesperanza teórica.
La actitud radical de los
“filósofos postmodernos” parece teñida de una especie de escepticismo o
relativismo teórico y práctico.
La voluntad de verdad, por
modesta que sea, no raras veces, se identifica con el fanatismo y el
fundamentalismo.
¿Nos habremos pasado de
pesimistas con este diagnóstico de nuestra situación cultural en la que
vivimos?
Sólo el conocimiento de
nuestra situación real, más allá de actitudes pesimistas u optimistas, es un
paso imprescindible para abrir el camino hacia la solución adecuada de los
problemas que se nos plantean.
Sin duda la llamada “razón
fuerte” de la modernidad cometió graves atentados contra lo real concreto,
cayendo en abstracciones desindividualizadoras o despersonalizadoras.
Pero la reparación de estos
graves atentados no vendrá, seguramente, de un “pensamiento débil”.
El conocimiento de una verdad
limitada y sin fundamento no puede ser el lugar de reposo, pero sí puede servir
de trampolín que nos lance a soluciones racionales más satisfactorias.
Sólo los prejuicios
injustificados puede llevarnos a identificar la “voluntad de verdad” con el
“fanatismo o el fundamentalismo”.
La verdad nunca debe
aceptarse por la fuerza sino sólo por invitación, aunque en nombre de esa
verdad son muchos los caminos de la
Historia que han sido regados con/de sangre.
Confiemos en la capacidad de
la razón humana de abrirse a lo verdadero y optemos por una crítica liberadora
de la razón moderna en algunas de sus principales realizaciones, reconociendo
sus limitaciones, pero también sus posibilidades.
Crítica a todo sistema
cerrado, venga de donde venga, sea científico, filosófico o religioso, en
apertura a las inagotables sorpresas de lo real existente.
Consideramos deseable crear
una filosofía abierta al futuro, como abierta al futuro está la vida.
El debate en torno a la
modernidad sigue abierto, pero nos jugamos mucho porque en el fondo se trata de
fortalecer o debilitar, quizá hasta de salvar o perder, lo propiamente humano:
el pensamiento, primero, y el compromiso, después.
Y sin posibilidad de acceso a
la verdad no hay pensamiento que valga la pena, y sin algún tipo de convicción
no caben compromisos libres y consistentes.
Un “pensamiento débil” sólo
puede fundamentar un “compromiso débil”.
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