LAICISMO (5 TESIS) FERNANDO SAVATER
El debate sobre la relación
entre el laicismo y la sociedad democrática actual viene ya siendo vivo en los
últimos tiempos y probablemente cobrará nuevo vigor.
En cuestiones como ésta, en
que la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diabólica con Dios
el veto a ciertos sacristanes, conviene clarificar los argumentos.
A ello quisieran contribuir las
tesis siguientes, que no pretenden inaugurar mediterráneos, sino sólo ayudar a
no meternos en los peores charcos.
1.- Durante siglos, ha sido la tradición religiosa –institucionalizada en
Pero las democracias modernas
basan sus acuerdos axiológicos en leyes y discursos legitimadores no
confesionales, es decir, discutibles y revocables.
Este marco institucional
secular no excluye ni mucho menos persigue las creencias religiosas: al
contrario, protege a unas frente a las otras.
En la sociedad laica, cada
iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada... y no como
piensa que las otras se merecen.
2.- En la sociedad laica
tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las
asumen, pero no como deber que pueda imponerse.
De modo que es necesaria una
disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión
integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales.
Lo mismo resulta válido para
las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente
religiosas, tal como dice Tzvetan Todorov: “Pertenecer a una comunidad es,
ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las
comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición
de que no engendren desigualdades e intolerancia” (Memoria del mal).
3.- Las religiones pueden
decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están
facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito.
Y a la inversa: una conducta
tipificada como delito por las leyes en la sociedad laica no puede ser
justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni
es atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara.
Son las religiones quienes
tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés.
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