El contacto físico en nuestra sociedad ha quedado relegado a
situaciones muy concretas y simbólicas:
1.- La de los rituales: apretones de manos, besos puntuales
de saludo o despedida, el baile, la palmada de felicitación en la espalda y
otros similares.
2.- La de la hostilidad: los deportes de lucha, las peleas,
que se dan mucho más entre los hombres.
Son los hombres los que ostentan una menor necesidad de
contacto - supuesta señal de “masculinidad”-, y reservan para los deportes la
permisibilidad de palmadas, abrazos, apretones, incluso besos (no hay más que
ver los besos, abrazos y echarse encima de él, uno tras otro, mientras está
sobre el césped a quien ha marcado el gol en el último minuto) y masajes en las
partes más diversas del cuerpo.
3.- La del contacto sustitutivo: el que proviene de imágenes
visuales como las proporcionadas por el televisor, donde de manera indirecta se
experimenta el contacto que otros mantienen, ya sea en la realidad (una
retransmisión deportiva) o fruto de la ficción (en una película).
4.- La del contacto profesional: Lo realizan médicos,
peluqueros, masajistas, entrenadores de deportes, etc.
En estas situaciones, para evitar mensajes táctiles que se
puedan mal interpretar, la persona suele ser tocada como un objeto.
5.- La del cuidado físico: referida a aquellos momentos en
que “arreglamos” a alguien, le quitamos los pelos de la chaqueta, le sacudimos
el polvo de la espalda de la camisa, escondemos la etiqueta…
Las grandes aglomeraciones urbanas, el ritmo trepidante que
vivimos y la invasión del los automóviles no acompaña apenas posibilidades de
que experimentemos activa y conscientemente el espacio que nos rodea y a
nosotros mismos.
Como todo, la tecnología también, ofrece desventajas: nos
descorporeizamos y atrofiamos nuestras experiencias corporales en el más
devastador autismo sensorial.
En muchas (si no en todas) las etapas de la vida necesitamos
ser tocados.
Estudios realizados con bebés prematuros en incubadoras han
demostrado que los bebes que reciben estimulación táctil mediante masajes,
aumentan de peso más rápidamente que los no masajeados; captan mejor lo que les
rodea, se orientan, responden a ruidos y controlan mejor sus emociones, lloran
menos y, en general, su sistema nervioso y el cerebro madura más deprisa.
Si a un bebé se le alimenta y cuida bien, pero se le priva
de contacto físico, sufre un estancamiento psicológico y físico, pudiendo
llegar a causarle daño cerebral.
Si un adulto no ha sido acariciado de pequeño es más
probable que tampoco acaricie a sus hijos con lo que el ciclo se perpetúa.
El fenómeno “hambre de piel”, es cada vez más estudiado por
los investigadores del comportamiento.
Se refiere al deseo de ser tocado, a la necesidad profunda
de contacto físico.
Quienes más lo sufren son, sobre todos, los bebés y las personas
mayores.
Son éstos, quizás, los menos tocados de la sociedad, como si
la vejez, fenómenos fisiológico (no psicológico, no afectivo) fuera contagiosa.
A un niño es agradable acariciarlo, pero ¡¿a un anciano?! Su
piel queda excluida de las ideas que trasmiten los medios sobre lo agradable y
la belleza.
A veces, observamos en algunas personas esta necesidad de
ser tocadas, por su continuo acariciar objetos o sus propias manos.
Se ha comprobado que el contacto y la comunicación a través
del tacto, resulta beneficiosa para el tratamiento de algunos enfermos,
proporcionando estados emocionales positivos que ayudan en el proceso de
curación.
La estimulación táctil adecuada y las emociones, reducen la
señal de dolor que llega al cerebro y pueden influir en la producción natural
de endorfinas que lo atenúan.
El tacto es crucial en las relaciones humanas.
Una experiencia táctil inadecuada tendrá como consecuencia
una incapacidad para relacionarse con los demás en muchos aspectos humanos
fundamentales.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario